¿Te acuerdas de cuando no éramos paranoicos? Yo sí.
Dicen que el magnate Boris Berezovsky ha muerto ahorcado y nada en las primeras informaciones parece dictaminar lo contrario. Me pregunto qué pensará la población rusa, acostumbrada a la muerte de contrarios a Putin, a los tiroteos a periodistas, a los ataques terroristas no aclarados. Berezovsky habrá muerto ahorcado, o no.
O no. Ese es el problema, cuando entra la duda.
Los suicidios o accidentes dudosos de personajes molestos son cosa de otros países, dirán algunos. Son informaciones algo exóticas, que forman parte de países con tradiciones democráticas débiles o cuyas instituciones han sufrido un deterioro paulatino. Recordemos casos: en Rusia el más mediático, Alexandr Litvinenko, pero también Yego Gaidar, responsable de la reforma económica. En Latinoamérica, aún resuena el caso de Alfredo Yabrán, magnate argentino acusado de haber encargado la muerte del periodista José Luis Cabezas -que apareció muerto, maniatado y quemado-. Yabrán se disparó en la cabeza y su cadáver quedó irreconocible. ¿Suicidio? Pocos se lo creen.
En algunos casos, la duda no debería ser razonable, por la evidencia de pruebas, pero no importa: una población paranoica es fruto del descrédito de todo lo que la rodea.
Nosotros no tenemos eso, seguirán diciendo algunos.
¿Y qué hemos tenido? Un juego, va, de memoria: en los últimos tiempos hemos tenido gobiernos que negaron la autoría de atentados terroristas masivos, gobiernos que indultaron -no una, sino dos veces- a policías condenados por torturas, gobiernos que firmaron decretos para exonerar a banqueros condenados e inhabilitados, gobiernos a los que no les consta que los tesoreros de sus partidos desviaran fondos, gobiernos cuyos diputados entonan un “que les jodan” tras otro, gobiernos que criminalizan a organizaciones ciudadanas por impedir deshaucios ilegítimos (lo de la legalidad, permitámonos, ha quedado fuera de juego desde hace tiempo), gobiernos que mienten sobre cuántos manifestantes hay y qué hacen en esas manifestaciones, gobiernos que prometían brotes verdes cuando venía el apocalipsis y hacían callar a gobiernos de otros países cuyos niveles de educación y sanidad mejoraban día a día, gobiernos que han torturado aquí y fuera en son de paz, y que han creado o apoyado guerras exteriores para permitir el gasto armamentístico. También hemos tenido un jefe de Estado cuya familia se enriquece a costa de todos, un presidente de la CEOE acusado de blanqueo de dinero y a un presidente del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo forzado a dimitir por malversación de fondos públicos.
Nosotros no tenemos eso, seguirán diciendo algunos, ¿no? El descrédito de las instituciones está. La paranoia también. La diferencia es que los magnates están todos del mismo lado. Del otro.