Será una cierta atracción por el abismo, una visión arraigada de lo que el historiador Joaquim Coll define como el esplendor del fracaso o, quizás, nada más que la incapacidad para abordar a tiempo los problemas. Pero, vista la rapidez con que se fulmina cualquier intento de encontrar terceras vías para afrontar el polvorín catalán, parece que muchos políticos aquí están aquejados de una combinación de los tres elementos. No es solo que el Gobierno y el PP, afectados además por el “marianismo”, miren para otro lado sin ver que la deriva independentista avanza hacia el choque de trenes. También los que surfean emocionados la ola de la secesión reniegan de todo lo que no sea el raca raca del derecho a decidir y la consulta en 2014.
Las dos posiciones se retroalimentan. Se utilizan mutuamente para reforzar los planteamientos enfrentados de cada cual, mientras se niegan a buscar soluciones alternativas. Incluso a debatirlas. La derecha española –y también algún sector del socialismo–, porque sostiene que las terceras vías solo son concesiones que contribuyen a alimentar las aspiraciones del nacionalismo; y los líderes del independentismo, porque sustentan su discurso precisamente en ese “no nos dejan otra salida”, que se anula cuando se plantean otras opciones.
Hay un ejemplo de esta misma semana. El rechazo rotundo de la dirección del PP a la propuesta de una financiación diferenciada para Catalunya, planteada por Alicia Sánchez Camacho, mostró una vez más la torpeza de los populares que, queriendo o sin querer, no pierden ocasión de echar más leña al fuego, y sirvió, a su vez, para que Artur Mas diera por finiquitadas las terceras vías. “Vía no hay más que una”, sentenció. Y vino a decir algo así como ‘ya ven ustedes, si en Madrid no le hacen caso ni a la presidenta del PP catalán, ¿cómo nos lo van a hacer a nosotros?’. De paso, trató de arrumbar, aunque sin citarla, la alternativa confederal planteada por Josep Antoni Duran i Lleida, el líder de Unió, la fuerza coaligada con Convèrgencia, que amaga con romper CiU si el destino final de Mas es la separación de España.
De momento, la alternativa de reforma federal de la Constitución, que proponen los socialistas para mejorar el encaje de Catalunya en España, no la contemplan ni Artur Mas, ni Mariano Rajoy, enredados ambos en ese ejercicio de retroalimentación al que llegan desde el convencimiento de que Catalunya y España son, cada una de ellas, sociedades monolíticas, de pensamiento único. Más allá de esa ignorancia intencionada del pluralismo ideológico e identitario, más allá de la tozudez, cabría preguntarse por qué recelan tanto del diálogo, de la negociación, del pacto. Por qué se aferran a una vía, la suya, considerando fracasadas otras que ni siquiera se han esbozado, mucho menos explorado. Será la atracción por el abismo o el esplendor del fracaso, porque cuesta creer que sea solo la irresponsabilidad.