Este martes la izquierda recuperó la esperanza. No tanto en el futuro electoral, que para algunos también, sino sobre todo de que se había acabado el pesimismo que se había apoderado de sus filas tras la dura derrota de Andalucía. Y ese nuevo aire ha llegado, más que por las iniciativas anunciadas por el presidente del Gobierno, por la fuerza política que éste mostró en el hemiciclo, por la convicción, la seguridad y la confianza en sí mismo que Sánchez transmitió en sus intervenciones y en sus réplicas. El líder socialista apareció más líder que nunca y ese es un dato nuevo que puede condicionar mucho los acontecimientos del próximo año y medio.
No es que el PSOE haya girado a la izquierda en una medida tan radical como pregonan los exponentes de la derecha. Los impuestos a las energéticas y a la banca, siendo significativos, no modifican sustancialmente la política económica actual, aunque son un indicador de que el Gobierno no está dispuesto a andarse con demasiadas contemplaciones con los grandes poderes económicos, con los que de aquí en adelante tendrá que entenderse en numerosos asuntos. El nuevo impulso a las ayudas a los más necesitados confirma el tono social que el Gobierno quiere dar desde hace tiempo a su política. Pero tampoco modifica sustancialmente el sentido de su política presupuestaria.
Lo importante, lo que de verdad marca el giro que el martes se produjo en el Congreso de los Diputados es la actitud de Sánchez. El líder socialista ha recuperado la iniciativa política, ha desmentido radicalmente que tenga la mínima intención de cambiar su política de alianzas acercándose a un futuro entendimiento con el PP, ha ratificado la opción del Gobierno de coalición y, lo que es más importante, ha transmitido la idea de que está más seguro que nunca de lo que hace y de que, por muy mal que vengan dadas, no va a tirar la toalla, sino todo lo contrario.
Cuando una crisis económica muy grave amenaza en el horizonte, cuando la mayoría de la población está seriamente angustiada por el aumento de los precios, cuando empieza a cundir el temor al futuro, no hay nada mejor para hacer frente a la inseguridad que la solidez que ha mostrado Pedro Sánchez. Y por poca que haya sido la gente que lo haya seguido en directo y por mucha que haya sido la manipulación de sus palabras que han hecho los medios de derecha, ese mensaje de solidez necesariamente termina llegando.
Cuando menos, a sus filas. Que estaban necesitadas de aliento. Y también a las de sus socios de gobierno, que por muchas diferencias que los separen del PSOE estaban seriamente afectados, por los mismos o por distintos motivos, por la ola de pesimismo de los últimos meses.
Hay un nuevo clima, por tanto. Pero los problemas para la izquierda siguen siendo los mismos que antes. El de la inflación, que es lo que más duramente termina golpeando al gobierno, a la cabeza de todos ellos. La amenaza de la derecha, también. Aunque la imagen de Núñez Feijóo, silencioso y como hundido en su escaño, prestado, del hemiciclo no fuera precisamente la de un líder pujante y al borde de la victoria, aunque el parlamento de Cuca Gamarra fuera de una mediocridad rayana en la irrelevancia, el PP sigue siendo una sólida alternativa a la izquierda.
Porque está cerca de hacerse con todo el electorado de Ciudadanos. Porque Vox está a la baja y puede que vaya a seguir en esa línea y no parece que el discurso parlamentario de Santiago Abascal haya provocado muchas adhesiones a ese partido. Pero también porque la izquierda corre el riesgo de que un ligero movimiento detectado por las encuestas, el trasvase de votos del PSOE al PP, se consolide con el paso del tiempo y tenga serias consecuencias electorales dentro de un año y medio.
El pacto de gobierno con Unidas Podemos pero, sobre todo, el apoyo parlamentario de Bildu pueden ser el motivo de ese movimiento, leve, pero detectable. Pero no de una manera automática, sino sobre todo por las insistentes denuncias que de esas alianzas están haciendo destacados exponentes de la vieja guardia socialista, con Felipe González a la cabeza, a quienes sibilinamente acompañan algunos barones socialistas de este momento. Parece mentira, pero Felipe sigue en guerra con Pedro Sánchez, al que en repetidas ocasiones ha tratado de alejar del poder, aunque si eso hubiera ocurrido el partido de ambos habría quedado a los pies de los caballos.
Que cada uno opine sobre la moralidad de ese comportamiento. Lo importante a efectos de la crónica es que esos ataques no parecen hacer mella en Sánchez, como tampoco lo han hecho en las ocasiones anteriores en que se han producido. Por ahí no se van a producir cambios políticos. De hecho, el presidente del Gobierno ha reiterado su intención de contar con Bildu cuando lo necesite y una cierta forma de normalidad en ese tipo de tipo de decisiones se ha producido cuando el PP ha anunciado, en la tarde del jueves, que se abstendrá y no votará en contra del decreto anticrisis que Bildu apoya.
A la espera de que Podemos e Izquierda Unida, por separado y juntos, encarrilen sus debates internos y aclaren su futuro organizativo, algo tan crucial para la izquierda como la consolidación del PSOE, los únicos grandes problemas políticos en España son los que proceden y, sobre todo, los que pueden proceder, de la economía. No cabe hacerse ilusiones. Vienen mal dadas. Y aunque el principio de acuerdo para la exportación del grano ucraniano bloqueado en el sur del país pueda abrir alguna esperanza, la guerra, principal causa de las actuales urgencias económicas, va a seguir por un tiempo por ahora impredecible.
Y con ella los graves problemas energéticos y los riesgos financieros crecientes que estos y otros motivos están provocando. En el caso español, el drama no será a corto plazo y si se confirman las buenas perspectivas del turismo, lo peor puede aplazarse aún unos cuantos meses. Pero la caída del euro y la prevista subida de los tipos de interés, cada uno por su lado y juntándose, puede terminar provocando no solo una recesión, sino también un aumento de las primas de riesgo de consecuencias muy graves.
De cara a esos peligros, España no tiene más remedio que hacer algo que se parezca mucho a un pacto de rentas. Hoy por hoy parece imposible. Pero hablando, ese tipo de imposibilidades pueden reblandecerse. Y el que el país tenga a su cabeza un líder con fuerza puede ayudar mucho en ese empeño.