Catalunya regresa al centro del debate electoral. Esta vez no es sólo porque la derecha intente, que también, sacar rédito del conflicto territorial en plena campaña. En la izquierda también creen que hay motivos para la preocupación y que cuando la violencia asoma a la disputa, todo cambia. El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ha subido decididamente el tono contra el independentismo, y su portavoz ha deslizado, sin mencionarla, la ley de partidos -“que condenen la violencia”, ha dicho- en una demostración de hasta dónde está dispuesto a llegar el Ejecutivo si se diera el caso.
Hace meses fueron el PP y Ciudadanos quienes pidieron la ilegalización de la CUP con gran escándalo declarativo de la izquierda, y VOX inició una campaña para ilegalizar a los partidos independentistas a la que se sumó Pablo Casado. Hoy el PSOE no sólo trata de curarse en salud, tras la detención de siete miembros de los CDR por un presunto delito de terrorismo y la confesión de dos de ellos de que preparaban sabotajes con explosivos para el aniversario del 1-O y la publicación de la sentencia del procés, sino que se ha movido rápidamente para despejar cualquier duda sobre la firmeza a desplegar si la Generalitat volviese por sus fueros a la confrontación, la desobediencia y la vía unilateral.
El Gobierno se ha apresurado a anunciar un recurso ante el Constitucional por una resolución aprobada en el Parlament según la cual “Catalunya se reafirma en su carácter plenamente soberano, rechazando las imposiciones antidemocráticas de las instituciones del Estado español y, en especial, de su Tribunal Constitucional y Tribunal Supremo. Y como consecuencia afirma la legitimidad de la desobediencia civil e institucional , como instrumentos en defensa de aquellos derechos civiles, políticos y sociales”.
A Pedro Sánchez le susurran desde su cónclave electoral que no puede permitirse ambigüedades ni flirteos a las puertas de unas elecciones en las que el PSOE se ha propuesto conquistar el centro político, beneficiarse de la caída en picado de Ciudadanos que pronostican todos los sondeos y quitarse el estigma de que llegó por primera vez a La Moncloa con los votos del independentismo. Sus palabras en Nueva York emplazando a Torra rechazar y condenar la violencia que emana del independentismo y también las de Isabel Celaá dejan al descubierto la que será su estrategia en plena campaña respecto a Catalunya, un asunto que los socialistas trataron de esquivar en todo momento durante las anteriores elecciones. Si se tercia no es que esté dispuesto como ya ha dicho a aplicar otro 155, es que la ley de partidos podría recaer sobre aquellas organizaciones políticas que no condenen la violencia. El mensaje es nítido: una cosa es respetar la presunción de inocencia hasta que haya sentencia y otra desacreditar a la justicia y exaltar desde las instituciones a los detenidos, como ha hecho Torra en una nueva muestra de irresponsabilidad gubernamental no compartida siquiera por sus socios de gobierno.
En el PSOE ya hay discusión sobre si se dan o no las condiciones necesarias para poder solicitar la ilegalización de la CUP o la inhabilitación de Torra. Y Sánchez no dudará en impulsar una cosa o la otra si cree que con ello arañará los votos que Rivera se ha dejado por el camino con su torpe estrategia de vetar a la socialdemocracia.
El presidente lleva tiempo, desde que decidió no ser investido por segunda vez con los votos de los independentistas, enhebrando un discurso que combina el llamamiento al diálogo dentro del orden constitucional con reiteradas advertencias sobre su disposición a aplicar con firmeza la ley en el caso de que el Parlament o la Generalitat decidieran volver a cruzar la línea que que separa la legalidad de la desobediencia. Y no es casual que este mensaje coincida en el tiempo con la sangría de los naranjas y con la insistencia de Rivera en hacer de nuevo de Catalunya el centro de su campaña.
Qué lejos queda aquel paseo por el complejo presidencial de La Moncloa en el que Torra y Sánchez departieron amistosamente en torno a la fuente de Guiomar, aquella en la que Machado se veía a escondidas con quien fue su último amor. Y qué irreconocible la posición de quien antaño accedió a eliminar de un documento, durante una reunión en Pedralbes de igual a igual, cualquier referencia a la Constitución.
Mientras Catalunya siga presente en la táctica electoral -de la izquierda o la derecha-, el conflicto perdurará. Otra cosa distinta es que nadie hubiera pensado jamás que la presidencia de la Generalitat cayera tan bajo ni su actual titular, soñar con llegar tan alto. Por descarte, como último recurso, pero ahí está de president y en el papel de electrodo libre de un independentismo desnortado y desunido y en el que algunos quieren pero no saben cómo salir del bucle en el que se metieron.