Poco antes de morir de puro viejo, Franco aplicaría la pena capital mandando fusilar a cinco condenados por el régimen. Lo hizo por demostrar su debilidad. Fue el último boqueo de su agonía. Sucedió a primeras horas de la mañana, a esas horas en las que los amantes se desabrazan, a esas horas en las que los revolucionarios de bandera rota se levantan para ir a servir su tiempo en bandeja al patrón, ya sea trabajando o buscando trabajo. Porque “buscarse la vida” es, por definición, una frase cargada de derrota.
Ahora ya no se fusila, pero la hora gris del alba sigue siendo la misma. Porque nuestra historia más reciente es una historia llena de desesperanza y pesimismo, donde la clase dominante ha ido neutralizado cualquier iniciativa de lucha de clases, hasta negarla por completo. El otro día lo comentaba con Daniel Bernabé, que es un periodista de Fuenla, un rompemundos de los de conciencia crítica y valentía.
Bernabé acaba de sacar un libro titulado “La trampa de la diversidad” donde denuncia las operaciones simbólicas del neoliberalismo; un sistema económico que no se adapta a la sensibilidad humana y que continuamente está lanzando símbolos que condicionan la acción política cargándola de trampas. Operaciones cosméticas, podríamos llamarlas, que permiten a los gobiernos, llamados de izquierdas, seguir haciendo políticas de derechas en lo económico como continuidad de la herencia feudal que nos dejó el franquismo. Lo estamos viviendo.
En pocos días hemos pasado del feudalismo del PP al capitalismo maquillado de buen rollo del Partido Socialista. Ya se ha anunciado desde el Ministerio de Trabajo que no habrá derogación de la reforma laboral, sino retoques. La ley mordaza sigue vigente y el bipartidismo al que nos han tenido acostumbrados los partidos dinásticos en su alternancia, sigue enfrentando a la calle, ahí donde la gente todavía no se ha dado cuenta de que cada vez que hay elecciones, estas son para pintar con colores de libertad nuestra servil elección; todo por ver quien va a ser el próximo de nuestros amos.
Ya no se fusila. El capitalismo ha suprimido la pena capital en nuestro país y ahora se nos mata de hambre. El ser humano queda convertido en un ser segmentado cada vez que la hora gris pinta las calles y toca levantarse para buscarse la vida. Es la forma que tiene el sistema de mostrar su debilidad, contagiándola al alba; siempre al alba.