Albert Rivera es el nuevo Felipe VI. Como la monarquía encontró en el nuevo rey el antídoto contra el debate republicano y contra el hundimiento de la Corona en las encuestas, ahora las cúpulas del sistema han encontrado en el líder de Ciudadanos al sucesor que aparenta la modernidad y encarna la regeneración que pide el pueblo pero sin los sobresaltos y temores que despierta Podemos. Nada de rupturas y sustos chavistas. Necesitaban a una némesis de Pablo Iglesias que parezca un renovador como él y anule el crecimiento de su partido. Alguien en quien las élites puedan confiar y no haga desconfiar a la clase media. Ese es Rivera, eso es Ciudadanos.
Ese sucesor no podía salir del gastado bipartidismo, y los que mandan en este país (que no son los que elegimos en las urnas) encontraron fuera al rostro amable que le robe a Podemos parte del voto de la indignación y el descontento. Al sistema no le importa que caiga el bipartidismo si quien lo sustituye es uno de los suyos, y Rivera lo es. Es un joven capitalista español, españolista en Cataluña, lo que da puntos en el resto de España. No cuestiona el modelo económico ni la unidad del Estado. Al contrario, es antisoberanista y propone el contrato único y la exclusión de los inmigrantes ilegales de la sanidad pública. El sistema ni se crea ni se destruye, solo transforma su cara para seguir existiendo. En Ciudadanos ha encontrado la cara moderna pero moderada de la regeneración continuista.
¡El 78 está muerto, viva el nuevo rey, Albert Rivera, El preparado! Preparado por el viejo régimen para hacer una segunda Transición tranquila o evitar la traumática ruptura. Como hicieron con Felipe VI, las élites financieras y mediáticas (que son lo mismo) le han montado una cobertura para auparle en las encuestas, como así está siendo. El Mundo y el siempre influyente Pedro Jota están a muerte con él, El País le hace ojitos y las televisiones le tiran los tejos. Podemos sale en la tele porque da audiencia aunque no gusta a los dueños de los medios, Ciudadanos empieza a dar audiencia cuando los dueños empiezan a apoyarlo. Ambos suben por el acierto de sus diagnósticos y respuestas al desencanto; la diferencia es que los primeros son impulsados desde abajo, los segundos desde arriba. Además Rivera viste bien, es bien parecido y habla con soltura, lo tiene todo para triunfar en estos tiempos teledirigidos.
Da la misma imagen de cambio serio y sereno que transmite Felipe VI. El antiguo rey eligió a Adolfo Suárez por eso. Rivera es el nuevo Suárez y Ciudadanos, el nuevo CDS. Está ocupando la centralidad, que es la clave para ganar en este país, y está obligando a Podemos a moderar su discurso más de lo que ya lo ha hecho. Ayer mismo, su secretario de Organización negó que fueran a abrir el debate entre monarquía y república porque “no es una preocupación de los ciudadanos”. Ahí queda eso. Estos giros copernicanos no dan votos nuevos y pueden hacer perder los viejos. En mi opinión, la baza de Podemos no es parecer un partido de centro, sino un partido transversal y abierto.
Tiene que centrarse no tanto en el centro del tablero como en la claridad de sus propuestas y objetivos. Si no lo hace, Rivera puede ser la kriptonita de Iglesias. Mientras este se pierde en la indefinición, el otro ha tomado la iniciativa y contra él no vale el discurso de la casta, la corrupción y la vieja política porque Ciudadanos parece nuevo (aunque no lo es) y limpio (aunque ha recontratado como asesor a un imputado propio al que tuvo que echar de su escaño). De momento, la estrategia Rivera le está dando sus frutos al régimen. No solo ha detenido el ascenso de Podemos, sino que le empuja a bajar su perfil. Así tenemos un nuevo bipartidismo lampedusiano y sin extremos, muy del gusto del sistema. En ese escenario, Pablo Iglesias sale perdiendo porque se desdibuja frente a un Albert Rivera que se siente en su terreno. Podemos no debe intentar parecerse a Ciudadanos sino parecerse más a Podemos.