La alternativa socialdemócrata es Podemos
Nacionalización de bancos y grandes grupos industriales, quinta semana de vacaciones pagadas, retiro a los sesenta años, aumento de un 10% del salario mínimo, impuesto sobre las grandes fortunas, instauración de una renta básica... ¿Es el programa económico de Podemos? No, son algunas de las medidas tomadas por el gobierno de François Miterrand en el marco del Programa Común de la Izquierda entre los años 1981 y 1982. Desarrollo del Estado de Bienestar, gran protección social y contención del déficit mediante elevados impuestos, derecho a una Renta Básica, una distribución de la riqueza más equitativa, participación de los trabajadores en la gestión de las empresas ¿Podemos? No, medidas de Olof Palme en la Suecia de los años setenta.
Por supuesto, todo esto podría ser matizado. Los gobiernos posteriores de Mitterrand giraron al rigor –hoy diríamos la austeridad- después de Marzo de 1983 abandonando el Programa Común en un contexto de tremendos ataques al franco. Por supuesto, la realidad de la UE condiciona hoy toda política económica por parte de un Estado miembro. Más si la deuda alcanza el 100% del PIB. Pero enunciar aquellas medidas de gobierno es útil para mostrar hasta qué punto el campo de lo posible se ha ido reduciendo hasta niveles inverosímiles.
Inverosímiles, sí. Ernesto Laclau es hoy muy citado por su influencia entre los jóvenes dirigentes de Podemos. Su teoría de los “significantes vacíos” parece jugar un papel en la lucha de Podemos por quebrar el dominio de los discursos de derecha y, al tiempo, elaborar un discurso hegemónico alternativo. Sin embargo, allá a comienzos de los ochenta en una conferencia en Madrid, en una sala del Senado para más señas, Ernesto Laclau y su compañera Chantal Mouffe mostraron su confianza en que las conquistas del Estado del Bienestar eran irreversibles. Todos nos equivocamos alguna vez. Por cierto, para añadir otro dato de atmósfera, los dos pasaban por ser los más preclaros teóricos del eurocomunismo, aquel lema lanzado por Berlinguer y Carrillo para romper con la ortodoxia y proponer el socialismo en libertad. Parecería que fuese hace cien años.
Así que aquí estamos, luchando por lo evidente. Por afirmar que existe capitalismo más allá del neoliberalismo, y que el modelo del Estado de Bienestar puede y debe ser defendido. Lo que Podemos propone, si lo entiendo bien, es una política de corrección de la actual deriva del capitalismo en una dirección, que me perdonen si ofendo a alguien, cercana a los planteamientos de los partidos socialistas unas décadas atrás. El acercamiento a Podemos de Vicenç Navarro y Juan Torres imagino que puede implicar que el documento “Hay Alternativas” elaborado por ambos autores puede constituir un guión posible de un gobierno de izquierdas. Si la ínclita Dolores de Cospedal sugiere que las medidas allí propuestas constituyen un peligro para la democracia entonces es que nos encontramos en una fase superior en la que hay que definir la democracia dentro de los estrechos márgenes del fundamentalismo de la religión del mercado. Se podría hablar con propiedad de un totalitarismo blando.
Desde luego hay que saber explicar el éxito de Podemos, su capacidad de dar voz que, por cierto, todos deberíamos agradecer por su contribución al ensanchamiento de la gran conversación de la libertad. Pero tanto como eso hay que saber explicar la defección de los Partidos Socialistas del lado de la gente, el hecho de que se hayan convertido tantas veces en el ala izquierda de la derecha. Ahí está el ejemplo de la Gran Coalición que gobierna la UE, sin demasiadas diferencias de fondo.
En el caso español, fue posiblemente la lección francesa la que Felipe González aprendió. Dado que poner en práctica una política de izquierdas significaba arrostrar el peligro de una enorme desestabilización, más peligrosa en una democracia débil como la española, era mejor pasar directamente a la etapa del rigor, manteniendo, eso sí, una cierta sensibilidad social y expandiendo el Bienestar en un momento de crecimiento y expansión. Ah, e intentando remedar en su figura el aura cesarista de Mitterrand.
Desde el comienzo, el social liberalismo encarnado en sucesivas figuras como Miguel Boyer, Carlos Solchaga y Pedro Solbes marcó el paso. La diferencia entre izquierda y derecha quedó reducida al destino ulterior –si recuerdo bien la frase de Solchaga- de lo recaudado a través de los impuestos. La política macro de liberalizaciones, desregulación y etcétera debía ser virtualmente idéntica. La izquierda pasaba así a ser meramente compasiva deshaciéndose de sus señales de identidad y abriendo el camino a la hegemonía ideológica de la derecha apoyada en los grandes medios de comunicación y, si se quiere, el control capilar de una sociedad que tiene en sus genes el desinhibido clientelismo de la Restauración. La memoria histórica también es eso.
Y en eso llegó Podemos. Un poco como una especie de El Zorro, el instrumento vengador de la ira social acumulada. Y recompuso los marcos de inteligibilidad apoyándose en la enorme fractura social causada por las políticas en vigor. La crisis ha hecho que mucha gente haya virado a la izquierda y que haya encontrado en Podemos una nueva generación alejada del fétido olor a corrupción del régimen, un nuevo mensaje populista en el buen sentido –el de Laclau- del término, pero también una puesta a punto de lo que fue el punto de vista socialista, que parecía haber pasado a mejor vida. Memoria histórica, una vez más. Memoria del socialismo democrático. Y, no se engañen, de la conciencia social cristiana, de un sentido del bien común que todavía juega un papel en la sociedad española, aunque los conservadores hayan puesto todos sus huevos en las cestas del individualismo posesivo.