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Mi amiga Bety, la impunidad, la guerra y los Mossos

Tengo una amiga mexicana que lleva años viviendo en Catalunya. Casada con un catalán y madre de un niño precioso. Se llama Bety. Sin duda, una de las amigas más inteligentes, talentosas y graciosas que tengo. Bety y su marido, Pedro, hacen activismo cultural desde siempre y tratan de mejorar las condiciones sociales y artísticas de su ciudad periférica: Santa Coloma, a la que llamamos con orgullo Santaco. Mi amiga Bety, de Santaco, es investigadora en la universidad y periodista. Observadora sagaz, crítica y valiente. Ha trabajado contra la guerra de México, con mujeres del este de Europa que quiere saber cómo están viviendo aquí... Porque mi amiga Bety es una de esas mujeres fuertes y valientes y sensatas que hacen falta en todas las sociedades. Y por suerte nuestra vive aquí. Aún así, nunca ha querido pedir la nacionalidad española a la que tiene derecho y se mantiene atenta desde hace más de una década a las necesidades de allá: de México. Y ahora, que por primera vez la paró la policía, increíble, lamentable, tristemente, esto fue lo primero que pensó: suerte que esto no me está ocurriendo en México o en Chile. Porque mi amiga Bety sabe que a pesar de la injusticia, el miedo en el otro lado del océano siempre es peor. No por el comportamiento de la policía en la calle (que también) sino por las condiciones de protección de las detenidas y los detenidos.

Esto es lo que le pasó: Bety, analista de redes e influencias, colgó en twitter una fotografía con un comentario: “cuatro yogurteras y 10 elementos de los mossos de esquadra están frente a un acto de Omnium Cultural”. No porque se indigne más con las fuerzas del orden si están frente a un acto independentista sino porque, como le dijo al policía que la detuvo y que tuvo la impunidad de preguntarle por qué estaba haciendo fotos: le gusta hacer fotos de cosas no habituales. Una manifestación un sábado en la mañana en Sant Andreu (otro barrio periférico), un pelotón de policía alerta frente a la ciudadanía (por suerte a la gente como mi amiga Bety eso le sigue pareciendo injusto) y unas furgonetas al acecho. Vio más. Vio cómo la policía empezaba a detener aleatoriamente a algunas personas y a pedirles papeles. Unas (probablemente con DNI español) querían saber por qué las detenían. Otras simplemente daban el NIE y esperaban con una paciencia que han / hemos aprendido en lugares mucho, mucho más impunes.

Y aun así que esta sociedad tenga más derechos que otras no es sólo gracias a las luchas de nuestras madres y nuestros padres, sino también a todos los extranjeros y las extranjeras que han llegado aquí y nos han enseñado otros modos de entender la cotidianidad y, sobre todo, otras formas de resistencias (por suerte nuestra).

La impunidad para infantilizar a la ciudadanía es irritante pero parece que nos están obligando a asumirla. Cada vez más, a tragar. Literalmente tragar saliva y esperar a que las fuerzas del orden nos den permiso para continuar con nuestras vidas. Y eso fue lo que le ocurrió a mi amiga Bety un sábado en la mañana paseando por Sant Andreu. Cuando tomó una foto que, en contra de todo lo que hubiera hecho en su vida hasta que el Estado Español ha llegado a un momento como este, acabo borrando por miedo. Y eso a mí sí me ha sorprendido: hasta dónde nos están inculcando la cultura de la ilegalidad frente a nuestros derechos. Bety los conoce muy, muy bien. De hecho cuando la policía la detuvo por fotografiar el pasado 14 de noviembre, por estar paseando, haber visto una manifestación, detenerse a ver qué pasaba y cómo la policía detenía. Bety entró en twitter con intención de denunciar pero en aquel momento le llegó un mensaje de whatsapp y lo estaba respondiendo cuando llegaron dos mossos a pedirle la documentación. Le preguntaron, además, si conocía la ley de datos. Sí, les dijo Bety (de hecho, es experta en la ley de datos). “Entonces sabrás que si publicas esta foto y aparece uno de nosotros te llevaremos a juicio”, y se llevaron su documentación. ¿Para qué la quieren?, les preguntó Bety. Procedimiento de rutina, respondieron. Porque en esto se ha convertido, efectivamente, esta impunidad: en nuestra rutina.

Hasta entonces le habían hablado en catalán pero cuando vieron que tenía un NIE y no un DNI cambiaron de idioma (a pesar de que Bety habla un catalán impecable y llevaba ya unos minutos charlando) para decirle que no se metiera en problemas. Ella, extranjera, que no se metiera en problemas porque su situación es más insegura e inestable que la de su marido y su hijo, querían decir. Bety no se rebajó a decirles que no tenía la ciudadanía porque no la había solicitado, sino que les preguntó cuánto iban a tardar en devolverle la documentación, mandó un whastapp a su marido para avisarle de lo que estaba sucediendo y borró la foto de twitter (tristísimo: se sintió suficientemente amenazada como para borrar la foto de twitter). Mientras esperaba que le dieran permiso para irse, pasó a su lado una mujer con un lazo amarillo y preguntó a los mossos que cómo estaban deteniendo gente de este modo, un sábado por la mañana, en medio de Sant Andreu, en un ambiente familiar, frente a un acto de Omnium Cultural (que siempre los realiza con permiso). ¿ Estamos en guerra?, les preguntó (exageradamente) la señora. Y los mossos le contestaron: si no fuera por nosotros tal vez sí. Hasta aquí hemos llegado, que conste.