Ya sé que no se pueden comparar comicios de naturaleza diferente, pero de la intensa noche electoral andaluza subrayo un dato: la suma de PP y PSOE se quedó en un 61% de votos en las pasadas europeas en Andalucía. En las elecciones del 22M, entre los dos llegan al 63%. Y con volúmenes de votos muy superiores.
Ya sé, el resultado hay que medirlo con el de las anteriores andaluzas, 2012. Entonces los dos grandes sumaron 81%, y ahora se dejan 18 puntos. Pero entonces jugábamos con otro tablero y otras fichas; entonces el juego se repartía entre PP y PSOE, y el resto de fuerzas se conformaba con una presencia testimonial, que a veces conseguía ser bisagra. Cualquier comparación que queramos hacer con 2012 debe tener eso en cuenta: que no jugamos con las mismas fichas ni el mismo tablero. Dependiendo con qué midas el resultado, te parecerá un éxito o una decepción.
El triunfo del PSOE, por ejemplo: si lo comparas con 2012, no hay ganancia. Pierde votos, se queda con los mismos escaños y no consigue la mayoría buscada. Pero si atiendes al nuevo momento político abierto con las europeas y dibujado por las encuestas, que situaban al PSOE en caída libre, Susana Díaz puede presumir de éxito. Se la jugó, y le ha salido bien la apuesta.
En el caso de Podemos, su medio millón de votos, leído con las gafas de 2012, justificaría diez días seguidos de fiesta, un éxito impensable hace solo un año. Pero claro, pocos votantes se ponen hoy esas viejas gafas. La mayoría leemos los resultados de Podemos teniendo todavía en la mano las encuestas que aseguraban más de 20 escaños y hasta posibilidad de ser segunda fuerza. Y no solo encuestas: si tus expectativas pasan por ganar las elecciones, gobernar el país e incluso iniciar un proceso constituyente, que en unas autonómicas no pases del 15% sabe a poco, a demasiado poco.
Ciudadanos es el que mejor resiste con unas gafas y otras. Con las de 2012, es un éxito absoluto, más tratándose de un partido lanzado en paracaídas. Con las gafas de 2015, puede parecer escaso para quien las encuestas sitúan ya al nivel del PSOE, pero ha doblado lo que le daban las encuestas andaluzas.
IU tiene un muy mal resultado, pero las gafas de 2015 amortiguan el golpe. Resiste mejor de lo esperado: no desaparece del mapa bajo el huracán Podemos, y consigue grupo propio en el Parlamento.
El PP es el único que no tiene consuelo. Su batacazo es batacazo, con unas gafas o con otras. Bueno, sí tiene un consuelo, y no pequeño: el aguante del bipartidismo, gracias al buen resultado del PSOE. Entre los dos todavía suman más del 60%.
Decíamos que el bipartidismo estaba muerto, pero lo del 22M parece bastante más que un espasmo post mortempost mortem. Se le ve enfermo, pero no necesariamente agonizante. Tiene mala salud, sí, pero ha mostrado una mala salud de hierro.
Si la palabra talismán de las nuevas fuerzas es “cambio”, en Andalucía los resultados reman en contra. Renovar a quien lleva más de treinta años gobernando, el PSOE de los ERE; mantener al PP como primera fuerza de la oposición; y dejar a ambos partidos con 80 de 109 escaños, no es mucho cambio que digamos. Incluso podemos sumarles los 9 escaños de Ciudadanos, partido que no está por romper nada, lo que deja solo 20 escaños con voluntad transformadora.
Ayer aventuré que la frase más repetida en los próximos días será esa de “no se pueden extrapolar los resultados de Andalucía”. Y es cierto que aquella comunidad tiene particularidades como para relativizar éxitos y fracasos. Pero es también el mayor distrito electoral del país, y cualquier aspiración de cambio estatal pasa necesariamente por ganar allí.
No se podrán extrapolar, pero todos convenimos ver las andaluzas como el primer asalto del año electoral. Una vez disputado, el bipartidismo sigue en pie, y en el caso del PSOE, coge oxígeno para el siguiente asalto.