El primer año de eldiario.es coincidió, quizás, con el peor para los medios de comunicación españoles. Público había cerrado su edición impresa para siempre, El Mundo y El País despidieron a decenas de buenos periodistas. La televisión valenciana echaba el cierre y la madrileña ponía en marcha un drástico expediente de regulación de empleo. Otros diarios locales recortaban sus redacciones y rebajaban los salarios de los periodistas que quedaban. La crisis publicitaria se cebaba en los diarios de papel, que veían además descender en peligrosa pendiente su difusión y eran incapaces de rentabilizar sus ediciones digitales. Solo las televisiones privadas, empujadas años atrás por la decisión del gobierno de Zapatero de prescindir de la publicidad en la televisión pública, veían crecer sus ingresos convirtiéndose en un duopolio publicitario con el que era difícil competir.
En ese contexto solo cabía un nuevo diario que se basara en un periodismo sin las ataduras y compromisos a los que algunos grupos de comunicación se habían rendido por su debilidad financiera. Cuanto más grande se hacía la brecha del déficit de la prensa más necesidad de periodismo había en nuestro país. Quizás por eso el “a pesar de todo” que reza desde el principio bajo la cabecera de nuestro diario.
Unos contaron con los bancos, la publicidad institucional y las subvenciones para subsistir, otros decidimos que la única manera de existir era contar con “socios” que se implicaran económicamente con los periodistas que invirtieron sus ahorros para acompañar a eldiario.es hacia lo que, seis años después, se ha convertido: una referencia de periodismo honesto y comprometido, y no solo entre la prensa española. El Premio García Márquez a la excelencia periodística por la trayectoria al director y fundador de eldiario.es, Ignacio Escolar, es también un reconocimiento a los valores éticos y al modelo sostenible del diario más allá de nuestras fronteras.
Cuando algunos colegas de otros medios se plantean el modelo que han de aplicar a sus cabeceras tradicionales para virar hacia la rentabilidad lo hacen desde un punto de vista exclusivamente economicista, obviando a un lector que lo que busca es que le cuenten lo que está pasando sin ambages ni medias verdades, sin engaños ni triquiñuelas sensacionalistas, con rigor y honestidad.
Claro que para ello hay que invertir. No vale hacerlo con menos periodistas y cada vez peor pagados, sin recursos para investigar y con los intereses de los accionistas por encima de los intereses de los lectores.
A nosotros nadie nos ha regalado nada. No hemos tenido la publicidad gubernamental de los ministerios y empresas públicas con los que el ejecutivo ha premiado a las cabeceras afines. No hemos accedido a ninguna subvención pública ni ingresamos las enormes cantidades de las grandes empresas cotizadas que algunas cabeceras, incluso con menos audiencia, disfrutan y que les obligan a ser poco críticos con el poder. Nos sentimos libres y sin deudas con nadie. Todo aquello que sea relevante se pondrá a disposición del lector aunque nos cueste perder un anunciante o sufrir las amenazas del poder con querellas criminales como la de Cristina Cifuentes.
No hubiera sido posible llegar hasta aquí, seis años después, sin hacer periodismo a pesar de todo. No sería fácil seguir sin el apoyo creciente de los miles de socios.