Ha ganado Pablo Casado. El conciliábulo pepero lo ha ganado el trumpismo, el cinismo sin remilgos, lo antipolíticamente correcto, lo vergonzante, lo falsamente antisistémico, lo antipartidario, la política del dossier, el juego sucio y las fake news. Lo ha ganado el nacionalcatolicismo; un declarado antiabortista y antifeminista que reproduce la voz de la Iglesia Católica cuando habla de la “cultura de la vida” y la ideología de género. Y lo ha ganado Salvini y La Lega italiana, el presidente Andrzej Duda de la Ley y Justicia polaca, el Front National francés, el FPÖ austriaco y Alternativa para Alemania; la España de “los balcones y las banderas” que él visibiliza como una, grande y libre. Con Casado ha ganado el franquismo, la desmemoria y el brazo incorrupto de Santa Teresa; los que humillan a sus víctimas hablando de la guerra del abuelo, y se ríen de quienes luchan por sacar a los asesinados de las fosas, citando a Antonio Machado, un republicado confeso perseguido por los mismos a los que Casado representa.
Casado es el líder populista de extrema derecha que todos estábamos esperando y que antes quiso ser un Rivera demasiado dubitativo y oscilante como para merecer el cargo. No se sabe si los naranjas llegaron demasiado tarde o demasiado pronto. Apuntaron maneras, tuvieron intuición y acariciaron el poder, pero un ligero soplo de aire los ha situado en los márgenes parlamentarios. Jugaron mal la moción de censura, les bloqueó su particular obcecación con la cuestión catalana, y la probada resiliencia de Rajoy, que dimitió dos meses después de lo previsto, los dejó definitivamente noqueados. Tocados, aunque no hundidos, Ciudadanos podría llegar a desangrarse hoy tanto por su izquierda como por su derecha.
Hay quien piensa que a Casado le perjudica su eventual imputación judicial, pero está por ver que le imputen, ahora que es un triunfador, y está por ver que tal imputación le perjudique políticamente. Casado ha jugado ya una baza contra su propio partido usando el victimismo del “perseguido” para fortalecerse frente a sus bases. Ha bebido del casticismo marianista, de la épica sanchista y del populismo podemista. Sabe que son momentos de liderazgos fuertes, que la política es líquida, y que el partido empieza a visibilizarse como una rémora, un escondrijo de vagos y maleantes, una fuente de corrupciones y confrontaciones interminables. Y seguramente, sabrá explotar sus aprendizajes cuando llegue el momento oportuno.
Casado ha descodificado los extraños signos de estos tiempos y se ve liderando a la extrema derecha española, actualizando el viejo proyecto aznarista en pleno resurgir populista, consolidando un suelo lepenizado, y peleando, desde ahí, por la gloriosa reunificación de las derechas.
Con Casado ha ganado también el cardenal Antonio Cañizares que dijo hace solo unos meses que la ideología de género era anticonstitucional (antes, la había comparado con el nazismo y la guerra total). Una de las muchas declaraciones risibles y enloquecidas que nos ha regalado este señor y que serían anecdóticas, y estrictamente privadas, si no fuera porque son reconducidas al espacio de la política democrática gracias a una buena parte del Partido Popular.
La concepción de la “cultura de la vida” que defienden algunos en el PP es la misma que constituye una grave violación de los derechos de las mujeres, como señala la CEDAW, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU o el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo – CIPD. Según estos organismos internacionales, cuyos dictámenes se ha comprometido a respetar España, la prohibición del aborto convierte al Estado en un auténtico agresor institucional. Prohibir el aborto supone una violación del derecho a la vida; el derecho a la salud y a la atención médica; el derecho a la igualdad y la no discriminación; el derecho a la seguridad personal; el derecho a la autonomía reproductiva; el derecho a la privacidad; el derecho a la información sobre su salud reproductiva (que incluye la educación sexual); el derecho a decidir el número de hijos y el intervalo entre los nacimientos; el derecho a disfrutar de los beneficios del progreso científico; y el derecho a la libertad religiosa y de conciencia, cuando se hace descarado apostolado desde las instituciones. Y supone, además, y sobre todo, una violación del derecho que tenemos las mujeres (como los demás seres humanos) a no ser sometidas a un trato cruel, inhumano y degradante.
De manera que con su “cultura de la vida” (de los no nacidos), Casado se ha situado abiertamente en la línea del periclitado Gallardón, al que las mujeres echamos cuando intentó imponer también su selectivo y personal discurso sobre “la vida”; en línea con el indestructible sector del Opus Dei que lideró el recurso de inconstitucionalidad contra la ley de Zapatero y que aún ha de resolver el magistrado conservador Andrés Ollero, miembro también de la Obra, diputado del PP durante 17 años, y de férreas y explícitas convicciones antiabortistas. El recurso lo planteó el opusino Federico Trillo a fin de liquidar la posibilidad de abortar en las catorce primeras semanas por la mera decisión de la madre, la obligación de enseñar las materias relativas a la salud sexual y reproductiva “desde una perspectiva ideológica de género” y el régimen de regulación de la objeción de conciencia, aunque este es un derecho al que no pueden acogerse los centros sanitarios y cuyo ejercicio no puede suponer un perjuicio para los pacientes.
Con todo, el antifeminismo y la misoginia de Pablo Casado no suponen solo un ataque a los derechos de las mujeres. Casado se ha abonado al populismo de la extrema derecha que pivota sobre la violación de nuestros derechos, en la idea de que esta violación tiene también un impacto negativo sobre los derechos de las personas más vulnerables. Su nacionalcatoliscimo y su franquismo sociológico enlazan tanto con el pasado más rancio como con el futuro autoritario y machista que ya se vislumbra en Europa. Un futuro que prefigura la erradicación del feminismo y sus conquistas históricas y que solo las mujeres podremos revertir.
Pero Pablo Casado no parará la ola feminista que se ha levantado en España con su antiabortismo preadolescente. Y seremos nosotras, las feministas, las que acabaremos convirtiendo su bonito sueño victorioso en una maldita pesadilla.