Ser antisionista como deber moral

20 de enero de 2024 22:04 h

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Israel ha perdido esta guerra. No importa si Gaza es destruido, si los palestinos son expulsados en una nueva limpieza étnica, no importa porque ya han ganado aunque no quede una de sus casas en pie. Israel podrá acabar con todo el pueblo palestino y aun así habrá perdido esta guerra porque ni con todo el poder de su propaganda, el apoyo de EEUU y el chantaje sionista por el Holocausto, ha conseguido doblegar a la verdad y ha perdido el peso de la opinión pública. Se ha hecho carne la sentencia dubitativa de Antonio Machado: “Para los estrategas, para los políticos e historiadores todo está claro, hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro, quizá la hemos ganado”.

Josep Borrell, alto representante de la UE en Política Exterior, dijo en la recepción de su título de doctor Honoris Causa de la Universidad de Valladolid que Israel financió durante años a la milicia palestina Hamás para debilitar a Palestina y fortalecer el Estado israelí. Una evidencia histórica que solo es posible escuchar en boca de un alto diplomático por el contexto social. Nunca jamás se habría atrevido a decir eso si no fuera porque ha sido empujado por el grito mayoritario de la opinión pública. Una batalla que se dio en los primeros días tras el ataque del siete de octubre y que estuvo cerca de perderse si no llega a ser por el aguante de las voces públicas en los medios de comunicación que empujaron para no dejarse aplastar por quienes solo querían circunscribir el ataque de Hamás a un evento terrorista sin contexto político y social.

El peso de la opinión pública en los conflictos tiene la capacidad para mover posiciones, tumbar gobiernos y evitar que un gobierno entre en una guerra. El ejemplo que nos dio la historia con Woodrow Wilson en 1917 para participar en la Primera Guerra Mundial nos muestra hasta qué punto importa lo que piense un pueblo organizado. Wilson habló al pueblo estadounidense para explicarle la importancia de participar en una guerra que acabaría con todas las guerras. Pero el pueblo americano se opuso de manera radical a las medidas que el Gobierno establecía para llevarlo a cabo. Wilson estableció un reclutamiento de jóvenes y castigos severos para quien se negara unido a una violenta campaña de propaganda para convencer a la opinión pública de que participar en la guerra era lo adecuado.

El Gobierno nombró al periodista George Creel para dirigir una oficina de propaganda en cuestiones de guerra. El objetivo era la creación de un Comité de Información Pública destinado a convencer al pueblo estadounidense de que la causa era justa y de la necesidad de participar en la guerra. No fue suficiente. A pesar del esfuerzo, los informes demostraban que los trabajadores no mostraban ningún interés y se estaba perdiendo la batalla de la opinión pública. El Partido Socialista capitalizó ese humor social en contra de la guerra calificando la declaración de guerra de EEUU como un crimen contra el pueblo de Estados Unidos. Los resultados electorales fueron impresionantes para el Partido Socialista, que llegó a obtener un 22% de los votos en Nueva York empujado por la impopularidad de la guerra. La opinión pública mueve gobiernos en momentos de guerra. La propaganda no fue suficiente, así que se pasó a la represión. En junio de 1917 se aprobó la ley de espionaje que, como siempre, no tenía más motivación que perseguir al enemigo interior. Es decir, a los socialistas y quien clamara contra la participación de EEUU en la guerra.

En Europa no estamos a salvo de que esa fase llegue porque la opinión pública la han perdido e Israel tiene fuerza para mover a los gobiernos en contra de su pueblo porque está lejos de ser una democracia. Lo que practica en su país es lo que quiere exportar a Europa. La ley de espionaje de Wilson de 1917 para quien se muestre contrario a la decisión del Gobierno tiene un ejemplo equiparable en el presente. El Tribunal Supremo israelí ratificó la ley que autorizaba al Ministerio del Interior a retirar la ciudadanía a personas condenadas por “deslealtad al Estado”, una figura promulgada en el año 2008 que solo se aplica a personas palestinas y que entre otras sentencias ha supuesto que se revocara el permiso de residencia a 10 palestinos por ser parientes lejanos de un terrorista, según denunció Amnistía Internacional.

La única democracia de Oriente Próximo está siendo juzgada en la Corte Internacional de Justicia por genocidio. Pero esto en sí mismo, que es un oxímoron, muestra una de las grandes mentiras de la propaganda sionista. Israel no es una democracia, es un etnoestado, y nunca quien discrimina por origen puede ser considerado una democracia. ¿Puede una democracia liberal deportar personas, asesinar civiles, ocupar sus tierras y casas y cometer crímenes contra la humanidad con impunidad y de manera abierta y orgullosa?

Israel no es una democracia porque dentro del territorio israelí hay ciertos derechos reservados exclusivamente para la población judía. El 20% de su población, que es palestina, no tiene esos derechos. Esa segregación jurídica es palpable en territorio ocupado, donde los cinco millones de palestinos que viven en terreno administrado por Israel de manera ilegal no poseen unos derechos que son exclusividad de 500.000 colonos protegidos para asegurarse el control del territorio. Existe una discriminación étnica sistémica que configura la faceta central del sionismo y que es una sociedad y entidad política judía con derechos exclusivos en una tierra de mayoría árabe. Por eso ser antisionista es una obligación moral y política para la izquierda, porque solo se puede ser de izquierdas siendo antisionista.

Son muchos los ejemplos que prueban la característica étnica de Israel, ya que de forma natural ha aprobado leyes que limitaban el acceso a la propiedad de tierras a población de etnia árabe. La Knesset aprobó una ley destinada a la consolidación de la confiscación de tierras que legalizaba con carácter retroactivo la apropiación de tierras de propiedad privada palestina en la que ya existan asentamientos de colonos. Primero los colonos les quitan las tierras y luego la Knesset legaliza ese expolio. Si un palestino quiere reclamar ante un tribunal que un colono le ha robado la casa, la ley se lo impide y le da la propiedad al ladrón. Derecho de propiedad y derecho al robo basado en la raza. Eso es Israel y ese es el modelo que la extrema derecha quiere para Europa.

La extrema derecha sionista ha querido traer esos esquemas de represión internos a nuestras sociedades. Nada más comenzar la invasión, los lobbys ultras como ACOM que defendían el genocidio que está realizando Israel contra Palestina intentaron disciplinar a todos los periodistas a través de sus terminales mediáticas y políticas, acusándolos de antisemitas y buscando que fueran despedidos de sus trabajos. Han fracasado. En España han pinchado en hueso y han dado con una sociedad humanista que ha rechazado ese chantaje y que sabe que estar contra el crimen del Estado de Israel no es estar contra el pueblo judío y que siente una cercanía de hermandad con el pueblo palestino. Porque defender su derecho a la vida es defender las sociedades plurales en las que vivimos. Si Israel gana en Gaza también lo estará haciendo en Madrid, Londres, Berlín o Lisboa. Si Israel gana en Gaza, habrá perdido la humanidad.