El sketch de Dani Mateo en El Intermedio sonándose con una bandera de España ha provocado una tormenta de indignación en algunos sectores “patriotas”. En realidad, lo sucedido no supone ninguna novedad ni sorpresa: era previsible. Llevamos ya acumulados algunos casos de controversias por chistes, sketches o performances, pero ahora hay algunas novedades: que han reaccionado empresas anunciantes y que los humoristas han pedido disculpas y el medio (La Sexta) ha retirado el documento.
El 5 de noviembre el Gran Wyoming da explicaciones: “El Intermedio quiere subrayar que no había intencionalidad política ni ningún posicionamiento editorial detrás. Era simplemente humor, pero si la broma no ha funcionado, no tenemos problema en pedir disculpas sinceras a todos aquellos que se hayan sentido ofendidos”. ¿Y qué tiene de malo que hubiera intencionalidad política o posicionamiento editorial detrás de un sketch de humor? Nos transmite su preocupación por la empresa televisiva (o sea, el contratador): la polémica “ha acarreado varias injusticias: la primera es los líos y enredos en los que se ha visto envuelta La Sexta”. Y Dani Mateo se hace el tonto, literalmente: “Yo ni siquiera escribo los guiones de los sketches, así que soy más tonto de lo que creen”.
Esta reacción contrasta con la contundencia y dignidad que siempre han reaccionado los humoristas cuando se trataba de responder ante los jueces. Recordemos la denuncia por los comentarios, también de Dani Mateo, sobre la Cruz de los Caídos o ante las acusaciones por los sketches sobre el cadáver de Franco. En estos casos, el Gran Wyoming y Dani Mateo redoblaron su apuesta y continuaron con la broma, como corresponde a un humorista que no se deja amedrentar por críticas cavernarias.
La explicación al cambio de actitud de los humoristas hay que buscarla en que ahora quiénes se han molestado no han sido tanto las audiencias o algún juez, sino algunos anunciantes que anunciaron el fin de su publicidad y patrocinio. La primera empresa en desvincularse de El Intermedio fue Clínicas Baviera, que comunicó la retirada de sus anuncios de los espacios publicitarios del programa.
Se fueron sumando al boicot la empresa textil sevillana Álvaro Moreno, que anunció que dejaba de vestir a los presentadores, y la empresa de ropa New Denim, que también informaba su intención de eliminar indefinidamente y de forma urgente “toda alianza con los medios y personas implicadas”. Siguieron otras empresas como Pinceles Vendetta y Temptu España, firma de maquillaje y cosmética que cancelaba su relación comercial con Dani Mateo y el programa de El Intermedio. También Wahl, un distribuidor de accesorios de peluquería. Finalmente, la firma de muebles Andreu World comunica la retirada de su imagen y la finalización de su colaboración publicitaria en ese programa tras la polémica.
Todas ellas no tienen ningún reparo en explicar en sus comunicados públicos lo que está bien difundir o no. Clínicas Baviera, en un comunicado publicado en Twitter, aseguraba estar “a favor de la libertad de expresión pero siempre que se cumpla la legalidad vigente”, sin especificar qué ley se había violentado. Se arrogaba, por tanto, el poder de designar lo que era legal y lo que no.
Y, probablemente, otras empresas, sin llegar a materializar su baja como anunciantes, habrán hecho llegar sus quejas a la cadena. La Sexta termina retirando el vídeo de su web y eliminado el tuit del perfil oficial de El Intermedio donde se reproducía el mismo vídeo.
Alguien podría aducir que las empresas están en su derecho de anunciarse donde consideren y que es gracias a ellas que se puede financiar un programa televisivo. Pero eso supone asumir que son esas empresas las que deciden lo que emiten nuestras televisiones, los asuntos de los que se puede hacer humor y, por el mismo criterio, las noticias que se pueden difundir. Es decir, otorgarles el derecho a la censura. No importa que el programa tenga éxito y el aplauso de los espectadores, nunca se planteó que fuera a caer la audiencia de El Intermedio por ese sketch de Dani Mateo.
La conclusión es evidente. No son las críticas de las audiencias –ni siquiera la amenaza de una condena judicial– lo que suele amedrentar a nuestros humoristas (o periodistas, por extensión): son los anunciantes, el que paga, el dinero. No es un juez cavernícola, ni una ley retrógrada e injusta, ni una horda de fachosos encabronados los que hacen mella en la libertad de expresión: es el mercado. Son las empresas anunciantes las que pueden decir lo que vale y lo que no, ante quiénes piden perdón los humoristas más irreverentes y ante quiénes retiran sus contenidos las grandes empresas de televisión. Algo muy grave, porque en democracia la ley la podemos cambiar, el juez controlarlo para que se ajuste a la ley y a los grupúsculos intolerantes ignorarlos, pero contra el poder del dinero ni la democracia ni la libertad de expresión parece que se pueda imponer.