Un viaje imposible que solo evoca el pasado. Un ejercicio baldío que puede llegar a doler. De pronto, uno se siente invadido por las sensaciones del ayer y actúa como si el tiempo se hubiera parado con el único propósito de fantasear con lo que pudo ser y ya nunca será. Se llama nostalgia. Un sentimiento tan común en el ser humano que es imposible que no alcance a la política. Les pasa en general a los dirigentes de Ciudadanos, y muy en particular a su próxima lideresa, Inés Arrimadas, quien por cierto ejerce ya como si lo fuera sin necesidad de someterse a una primarias ni al veredicto de sus bases. ¡Y estos son los que venían a regenerar la política! Igual es porque para cuando llegue el proceso orgánico, allá por marzo, ni queda militancia ni tiene que pasar por el trance. De la transparencia de sus procedimientos de democracia interna, mejor ni hablamos porque ya están para ellos las hemerotecas e incluso las denuncias de algunos de sus afiliados.
El caso es que ya no es que el PP se haya propuesto lanzar una OPA sobre lo que queda del partido naranja para liquidarlos, sino que ellos mismos poco a poco transitan hacia la irrelevancia con sus palabras y con sus hechos. Nunca antes tanto quedó en tan poco. Y todo por someterse a la encrucijada del quiero y no puedo. Andan metidos en el laberinto del tiempo sin que haya atisbo de que vayan a salir de él sin sufrimiento añadido al que le propinaron las urnas. Y todo por añorar un regreso imposible con el que llenar los vacíos de su actual existencia política.
Arrimadas, que prometía tanto, ha entrado definitivamente en cuarto menguante, que es el que llega después de la luna llena y antes de la nueva. Se pasea por los informativos, los dúplex y las conexiones televisivas como si abril fuera diciembre, y aún tuviera 57 diputados y no una decena, que es la que en el Parlamento se utiliza a menudo para rellenar en cada Legislatura el gallinero del hemiciclo. Los electores les han señalado el camino de la última fila, pero uno les escucha decir que el proyecto de Sánchez “no es bueno” para España como si el propio no hubiera sido sentenciado en las urnas. Y luego ese empeño en recordar que el candidato del PSOE ha pasado de decir una cosa y su contraria sobre el independentismo. Cierto. El principio de contradicción está en Sánchez, pero también en Ciudadanos. Hasta donde alcanza la memoria durante su campaña electoral no dijeron otra cosa más que sus votos, fueran los que fueran, los pondrían a disposición de la lista más votada para acabar con el bloqueo político. De eso no se acuerdan, no. Pero lo dijeron, aunque ahora sostengan lo contrario y emplacen a Sánchez a romper su acuerdo con Unidas Podemos y gobernar en minoría con las abstención del PP y de Ciudadanos. Hasta Pablo Casado se mofa de que su socio de bloque disponga de sus escaños como si le pertenecieran.
Arrimadas lo tenía fácil para salir de la insignficancia en la que situaron los españoles a su siglas. Votar “sí” le hubiera convertido en decisiva y, quién sabe, si hasta en ministra. Y, en vez de corregir el errático rumbo que tomó Rivera y castigaron los españoles, se enroca en la misma línea. Con los “comunistas” de Iglesias, ni a la vuelta de la esquina. No decían esto cuando pedían los votos de los morados para hacer vicepresidente a Rivera en el 2016 tras la primera entrega del pacto del abrazo con Sánchez.
PSOE y ERC están a punto de cerrar un acuerdo para la investidura. Más pronto que tarde habrá una mesa de negociación entre gobiernos que no emane de la bilateral que establece el Estatut, pero Arrimadas sigue erre que erre con que hay margen para un acuerdo entre “constitucionalistas”. Alguien debería decirle, por si aún no se ha dado cuenta, que la Constitución existió antes que Ciudadanos; que no es su partido el único garante de su cumplimiento; que para eso están los tribunales; que le convendría virar el el rumbo; que recuerde los resultados de las urnas y que cambie los argumentarios si no quiere que las televisiones la lleven definitivamente a negro. Al fin y a la postre la magia de la nostalgia no siempre oculta la decadencia.
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