El auge de los idiotas

15 de septiembre de 2020 23:10 h

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No es algo improvisado. Lo lleva escrito, lo lee, se viste con ropa estudiada y un pañuelo colocado hacia atrás desafiando la gravedad, tanto como ella la lucidez. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid por la gracia de Ciudadanos y Vox y unas cuantas cosas más, discursea su Estado de la Región. Y dice, henchida de orgullo: “Ser madrileño es una forma de ser, es una actitud. Aquí se es madrileño desde el primer día. Por eso somos la capital de España”. El hilo argumental no tiene la menor coherencia; aragoneses, extremeños, gallegos, canarios, castellanos, andaluces, vascos, catalanes y todos los que ustedes quieran también lo son desde el primer día. Pero, al no ser desde el primer día madrileños, se quedan sin ser capital de España. Y esto no es nada para cuando se pone a lanzar una soflama racista, en la linea de la más pura ultraderecha de Vox. Ella que contrajo el coronavirus en un ático de lujo critica la forma de vida de los emigrantes -viene a ser la pobreza- como causa de los contagios.

El problema de Ayuso –que avisó desde la campaña electoral y antes de sus capacidades- está, vean otra vez, en que termina de decir su parida y la aplauden. La aplauden los suyos en clan, la aplauden a menudo medios y periodistas –que, sí, que también del clan- pero sin duda la aplauden los pocos o muchos ciudadanos que la votaron o la votarían ahora. Los hay, al margen de encuestas que tienen la credibilidad de los posos del café. Porque votan a su partido, al partido de la Gürtel y la Kitchen, de los masters, las trampas y la desfachatez, al que tiene en su presidente Pablo Casado casi un clon elaborado de la propia Ayuso o viceversa.

Hay pruebas sobradas, abrumadoras, de que no son opiniones sino hechos fundados los que definen la desastrosa y aun desalmada gestión de Ayuso en Madrid. Una jueza de Leganés, Madrid, la ha exonerado ya de la masacre de las residencias, con argumentos que asombra leer y sin tener en cuenta al parecer los seis documentos que demuestran que evitó el traslado de ancianos a los hospitales y la propia atención en los geriátricos que dependen por ley de ella. No les dio ninguna oportunidad al no aplicar ninguno de los mecanismos previstos. Y estos días, Ayuso presume en su disertación de logros. Quizás los 11.000 contagios de COVID-19 en Madrid en el fin de semana, superando el récord de toda Francia. No competen solo a ella, es el mecanismo al completo que converge para hacer de esta sociedad un preocupante engendro. Y que va a más.

Los idiotas, sin perdón, son la variable decisiva que lleva al poder a sus iguales, ayuda a los tramposos a disuadir las políticas del bien común y enmaraña la vida social al punto de desnortarla. Suelo escribir del tema que me preocupa desde hace años. La última vez fue en 2018. Explicando, por supuesto, que el concepto de “idiota” nació como una definición en la Antigua Grecia. Describía a una persona egoísta y que se desentendía de los asuntos públicos, logrando que otros obraran por él y a menudo contra él. Ahora esa circunstancia se mantiene pero están mucho más activos en decisiones políticas. Donald Trump acababa de hacer entonces un discurso del Estado de la Unión con “medias” verdades: la perfecta definición de las mentiras completas. Él y su equipo habían impuesto el término “hechos alternativos” cuando daban datos falsos, directamente falsos.

Hoy Trump busca la reelección para seguir siendo el presidente de los idiotas norteamericanos que sumen en la desesperación a los ciudadanos estadounidenses civilizados, mintiendo sin cesar. Dice por ejemplo que no se preocupen más del clima, del cambio climático, que “comenzará a enfríar”. O sugiere que no aceptará el resultado de las elecciones si no vuelve a salir presidente, entrando ya en el terreno de un golpe antidemocrático, impensable en la historia de EEUU. A sus votantes les da igual. A todos los idiotas que sustentan a dirigentes idiotas -aunque muy útiles a los intereses del clan que les sustenta- les sobran los datos y la realidad, se mueven por lo que sienten, que convierten en lo que creen.  Y así, Trump consigue hasta dañar el frágil equilibrio internacional con consecuencias temibles. Imaginen cómo funcionaría el mundo si fiaran a la creencia y los datos erróneos la construcción de edificios, carreteras y puentes, la ciencia o el cuidado de la salud. Pues ya están aquí.

Los idiotas están tomando el poder, son decisivos, lo saben y presumen de su forma de ser. Un fenómeno que antes era infrecuente en el mundo civilizado. Solía aspirarse a saber, a contar con fundamentos serios para actuar. José Ortega y Gasset llamaba la atención ya en 1929 acerca del orgullo de la ignorancia que se atesora en España. “El tonto se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza”. Porque históricamente, la mayoría de los estudios sobre la ignorancia destacan que induce a obrar en contra de los propios intereses y ni se enteran. Y así aceptan que les recorten en servicios esenciales, que les mientan y saqueen incluso, si “les gusta” quien lo hace, o si eso puede dañar a quienes “no les gusta”. Una sociedad regida por estos principios va al caos irremediable. Les están inoculando unas barbaridades que, sin saberlas digerir, resultan incompatibles con un cerebro adulto y desarrollado. Y son individuos que forman parte de la vida diaria y sus actividades colectivas.

Esas hordas de negacionistas de lo más evidente, los odiadores irracionales, sin criterio alguno, sin cultura, son la prueba de su ser y expansión. Los vemos, nos parece imposible que puedan pensar lo que dicen pero no parecen pensarlo, razonarlo, lo sienten y ya les vale. La pandemia, como elemento desconocido, imprevisible y no fácil de controlar, ha acentuado el número y la intensidad de este tipo de personas. Los bulos que se han comido forman parte de la historia del disparate.

Los idiotas tienden a creer lo que coincide con sus sentimientos previos. La realidad pasa a ser una sensación subjetiva. Ocurre con los mundos paralelos de Trump. Los montajes inverosímiles del PP o de Vox, en otro ámbito, todavía son percibidos por una parte de la población, pero otros los engullen sin problema. Hace falta estimarse en muy poco para tener en cuenta las proclamas de algunos predicadores mediáticos, o de los tontos útiles del sistema llamados a reclutar a sus similares. Gota a gota van logrando sus objetivos. O en aluvión, como cuando amplifican y difunden manipulaciones masivas del tipo de la que operó en Facebook para engañar a la opinión pública española y condicionarla en contra del Gobierno durante la pandemia a través de una red de 672.000 bots.

El auge de los idiotas es un problema difícil de revertir, solo se avanzaría desandando el camino torcido, volviendo a hincar los codos para aprender y a abrir los ojos para ver, no solo mirar. La trivialización de la educación y la desinformación han contribuido a esta situación dramáticamente. Multitud de fuentes de atención llevan a mucha gente a decir que es “largo” el desarrollo de argumentos. Es una sociedad de tuits y titulares. De zascas y gritos en el debate entre la mentira y la verdad. Y como se precisa su concurso para vender, cada vez son más llamativos los ganchos, buscando más despertar la curiosidad que informar. ¿Quién se resiste a un titular que incluya un “enigma” o un chisme o un insulto de gentes notorias o la oferta de un contorno de ojos que es lo “más vendido” en una plataforma? Pues la progresión llega hasta a lo más serio y en todos los campos.

“Astrónomos de Europa y EEUU hallan posibles indicios de vida en Venus”. Posibles o no. De las tres formas en las que se produce la fosfina –el gas detectado- dos son compatibles con la generación de vida y el tercero no. Que se sepa. ¿Hay que investigar? Sí. De momento, Venus es, quizás, el planeta más inhóspito para el ser humano que moriría en segundos. Y el olor a ajo se presume por comparación con lo conocido, dado que los radiotelescopios no captan emanaciones y menos, de hacerlo, a tan larga distancia.

Un ejemplo claro para terminar. Lo entenderían hasta los idiotas. Quizás, no puede asegurarse. Al Ayuntamiento de Madrid se le ocurrió  vestir con publicidad de la liga los bolardos de cemento, de forma que parecían balones de fútbol, y han tenido que retirarlos porque la gente les daba patadas y se hería. ¿Hace falta explicar pues por qué Almeida es alcalde de la ciudad y, sobre todo, Ayuso presidenta de la comunidad? ¿Por qué sufrimos en general disfunciones impensables en una sociedad reflexiva y sensata? Porque de ahí en adelante, cualquier cosa.