Hay quien utiliza la soberbia para compensar una inseguridad y hay quien la exhibe porque realmente se cree perfecto. Rodrigo, el hombre que descendió sin apenas tránsito del cielo a los infiernos y pasó de banquero con sueldo multimillonario a presidiario, es más bien de los segundos. Ha vuelto a dar buena muestra de ello. Y lo ha hecho esta vez delante de un tribunal que le juzga por el supuesto origen ilícito de su fortuna.
Ni los golpes de la vida ni el tiempo que pasó en prisión tras ser condenado a cuatro años y medio por el uso indebido de las célebres tarjetas black le han regalado un gramo de humildad. Tan sólo una vez, a las puertas de Soto del Real y quizá por recomendación de su defensa, mostró un atisbo de arrepentimiento: “Acepto mis obligaciones con la sociedad y asumo los errores que haya cometido. Pido perdón a la sociedad y a aquellas personas que se hayan podido sentir decepcionadas”. Nunca más.
Quien soñó hace años con ser presidente del Gobierno, siempre se creyó una víctima y, por ejemplo, en su defensa por la quiebra de Bankia cargó por igual contra populares y socialistas. Contra Zapatero, contra Solbes, contra Elena Salgado, contra su sucesor al frente de la entidad, José Ignacio Goirigolzarri, contra Luis de Guindos, contra Cristóbal Montoro… Rato siempre contra el mundo y por encima del bien y del mal.
Ha vuelto a hacerlo ante la Audiencia Provincial de Madrid, donde se le juzga por un supuesto fraude de 8,5 millones de euros. Con tono y expresiones de todo punto improcedentes además de intolerables ante un tribunal, estalló contra la Fiscalía Anticorrupción, contra los investigadores, contra la Agencia Tributaria y contra la Abogacía del Estado llegando incluso a apuntar sobre una fiscal con ese dedo índice que habitualmente se levanta con ansia de echar las culpas sobre alguien.
La representante del Ministerio Público le afeó el gesto y le pidió el debido respeto, a lo que Rato respondió siempre desafiante y chulesco: “El respeto se gana”. En efecto, la consideración se gana y es justo la que la sociedad, pero también su propio partido, le retiró hace años a quien nunca mostró tenerla por nadie más que no fuera su ego descomunal.
El destino –o sus malas prácticas– ha querido que en la misma semana hayan vuelto a las primeras páginas de los diarios los rostros de dos ex dirigentes de la era Aznar por sentarse en el banquillo de los acusados. Rato, por once delitos contra la Hacienda Pública por los que se le pide hasta 70 años de cárcel. Y el ex presidente de la Generalitat valenciana y ex ministro de Trabajo, Eduardo Zaplana, por prevaricación, falsedad, cohecho y blanqueo en la trama para el cobro de comisiones ilegales del llamado caso Erial.
Y si el primero ha hecho gala una vez más de su habitual engreimiento, el segundo ha sido recriminado por una ciudadana al saltarse la cola de entrada a los juzgados de la Audiencia Provincial de Valencia. “¡Haz la cola! ¡Haz la cola, que estoy desde temprano! Detrás de mí. Descarado”, le espetó la ciudadana mientras un agente concedía al ex ministro la prioridad de acceder al edificio.
Ambos son una dosis de recuerdo de la corrupción que acumuló el PP en los años de Aznar y el engreimiento con los que se movían en la esfera pública, pero también un aviso a navegantes para quienes, como Ayuso, hoy actúan con similares formas al creerse impunes y tener una elevada autoestima. Creerse más listo, más astuto, más hábil o contar con más apoyo electoral acaba siempre pervirtiendo su percepción de la realidad. Dicho de otro modo: engañándose a sí mismo y sin ver lo obvio.
Más alto que llegó Rato no llegará jamás Ayuso y ahí está, sentado en el banquillo y repudiado por su propio partido. Que tome nota.
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En elDiario.es somos conscientes de que publicar opiniones como esta no es fácil, que puede haber consecuencias. Al menos ya sabemos a qué nos enfrentamos esta vez. Nos lo han dejado claro y por escrito: “Os vamos a triturar, vais a tener que cerrar”. Las amenazas de Miguel Ángel Rodríguez, la mano derecha de la presidenta de Madrid, no son solo un calentón. No es siquiera la primera vez que recurre a presiones así para evitar que se publique una información.
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