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Aznar y la mentira

Aznar, disfrazado del Cid Campeador

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Después del 20N, España era mejor; parece que eso no tenga mérito, porque peor que Franco nada podía ser; pero tuvo el mérito de, siendo la misma, aspirar a ser distinta y conseguirlo. También fue mejor la España que siguió al 23F, quizá, no superior a la previa en lo que respecta a los sueños y las esperanzas, al afán de libertad; sin embargo, en la práctica política cambió el país al poco del patético intento de golpe de Estado, y el persistente ruido de sables se desvaneció, y ya todo fue los 40 Principales.

Era el siglo XX, fumador y machista; pero la parte buena es que se miraba a la humanidad a los ojos, y eso se recogía en las fotos de los periódicos, en los reportajes de la televisión y de las revistas. También el siglo XXI está jalonado con hitos de piedra, como una calzada que conduce a una Roma misteriosa e ignota. Pero ha cambiado el paso este milenio. Detengámonos en el primer hito. Después del 11S, el mundo fue peor. No lo sabíamos: las Torres Gemelas eran un coloso de Rodas, y con su destrucción se derrumbó una época de la humanidad. Ya nadie recuerda cómo era la vida antes. Las siete maravillas del mundo es el nombre que damos a todo lo que olvidamos.

En España, ha sido así una y otra vez todo este tiempo. Aquí, con el 11M se instaló la mentira como forma de poder. Quienes entonces mintieron perdieron el Gobierno, pero crearon un mundo donde la mentira da más poder que la verdad, y aún vivimos sometidos a las reglas que implantaron. En Aznar la mentira es desprecio. En Acebes, la mentira era mediocridad. Codo con codo, el desprecio y la mediocridad caracterizaron la gestión de los atentados yihadistas por parte del Gobierno de Aznar. Como se les acabaron las palabras para engañar, los medios de comunicación afines acudieron en su auxilio y buscaron términos nuevos, extraños, de significado desconocido, para seguir confundiendo a la gente. Nunca se pronunció tanto la palabra Titadine.

Con Aznar, la mentira sale de las cloacas, donde vive desde siempre, e inunda las aceras. El aznarismo, la aznaridad, que dijo Montalbán, consistió en elevar a la altura de un acueducto las cloacas del Estado. La mentira en Aznar no se oculta, al contrario, se exhibe, se esculpe y se celebra como un monumento. José María Aznar ha nacido para vivir en el Escorial. La ostentosa boda de su hija en la basílica de este monasterio es un intento okupa de tomar históricamente el edificio, de pasar a la historia a través de ese símbolo de la España imperial. De Estados Unidos, de Bush, no admira Aznar la idea de democracia liberal, eso son paparruchas, le fascina su imperialismo. Por eso Aznar, para sentirse americano, necesita sentarse con los pies encima de la mesa.

Mitterrand fue un egipcio, levantó en París pirámides y bibliotecas. Los galos no quieren a los romanos. Prefieren crecer hacia el cielo que expandirse sobre la tierra. En la Francia republicana, el cielo son las ideas. La grandeur es una inflamación del espíritu. Pero el imperio contraataca, la vieja Roma se resiste a desaparecer y así se reencarna en los anglosajones. Bush, hijo, y Toni Blair son una combinación de Nerón y de Calígula, de quemar ciudades y de crímenes de palacio. Aznar se presenta ante ambos disfrazado de caballero de la mano en el pecho, pero no entienden su película y se piensan que le está dando un infarto.

Tampoco, en la España del Escorial turístico, nadie recuerda a Felipe II. En aquellos días solo había espacio para un Felipe, teníamos solo un modo de felipismo. Pillado el nombre de Felipe, Aznar tendrá que conformarse, al menos, con ser segundo. Ni eso. Se queda en segundón. Es lo que le sucede en todos los sitios donde va. Se crece al regreso, de nuevo solo en España, en su Escorial imaginario. Aquí tampoco le entiende nadie, pero tienen que obedecerle, para eso manda. Que se fastidien. Incapaz de tener una pirámide, expulsado del Estado por sus mentiras de destrucción masiva, fracasado en su intento de incorporar el Escorial a su fama, Aznar se recluye en un Yuste lejano y sombrío, al que da el nombre de FAES. Desde sus miradores otea el mundo con mirada de águila imperial, pero le queda un rictus de doña Urraca de Castilla. En España lo que no es urraca, es milana bonita.

El sadismo es una especialidad de esa política que simboliza Aznar. Sadismo es prolongar el dolor de las víctimas. Lo hizo Franco, por la noche y en los sótanos, después de la guerra. Después del 11M, lo hicieron públicamente con Pilar Manjón. Porque, siempre, el fin último de la mentira es hacer daño. España es un país peor desde aquel 11M. Y nadie ha pedido perdón. Aquí sólo pide perdón quien no tiene dinero para pagarse comilonas.

Avanzó el siglo XXI, y los nuevos hitos que había en el camino indicaban que seguíamos cuesta abajo. Al terror internacional, encubierto en España con mentiras, le sucedió la recesión económica, el arrojar a paladas a la gente a la pobreza, mientras se protegía a quienes se forraban cada vez más, y, a continuación, vino la pandemia y, con ella, otra vez el miedo y la incertidumbre le abonaron el terreno a los oportunistas y a los mentirosos. La palabra libertad cambió de significado. Los malos tiempos nos vuelven ridículos. Con lo mismo que se forjó un gran dictador, Charlot hizo una vez una película. De todo esto, la crisis, la pandemia, hemos salido, no peores, pues el ser humano siempre es igual, pero hemos salido peor. Aun así, ningún gobernante en este siglo ha mentido de una manera estructural, como lo hizo Aznar. O acaso, en mi tierra, sí. Aquí, en Cataluña, también se mintió desde el poder para otra cosa.

Ahora se conmemora el vigésimo aniversario del 11M. En estos veinte años, la ultraderecha se ha hecho cada vez más fuerte en Europa y en América. Hoy, a medida que crece la mentira, se reduce la libertad de expresión por todas partes. Se abre las puertas a las fake news al tiempo que se recortan los límites del humor. Aznar empezó apoyando la mentira de las armas de destrucción masiva para invadir Irak, y acabó convirtiendo en mentira toda su política, toda su biografía, al mentir obsesivamente sobre los atentados del 11M. A diferencia de Blair y de Bush, nunca va a pedir perdón, porque en él la mentira no ha sido una herramienta sino una meta a la que llegar. Necesita que el mundo se convierta en las mentiras que ha dicho.

En una vieja y conocida fotografía, aparece Aznar vestido de Cid Campeador. Fue él quien eligió este disfraz, pues le habían propuesto encarnar a un personaje que le apasionara. Entonces, José María Aznar era el presidente de la Junta de Castilla y León. Casi todo lo que sabemos del Cid es mentira. Y esa es la pulsión de Aznar, no la de convertirse en una figura para la historia, como un faraón egipcio, o como un emperador romano. Su pasión es genuina. Ha nacido para la mística, para lo incorpóreo. Anhela transformarse a sí mismo en una mentira.

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