Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hubo un tiempo en que una ardilla podía cruzar España saltando de sucursal bancaria en sucursal bancaria, y sin pisar dos oficinas seguidas de un mismo banco. Había sucursales hasta en el último pueblo. Había más de un centenar de entidades. Había bancos con nombres de provincias, y que incluso concentraban su actividad en esa sola provincia. Había bancos grandes pero no demasiado; había bancos medianos y bancos pequeños. Había cajas de ahorros (tú eres muy joven, pregunta a tus mayores qué era una caja de ahorros).
No es nostalgia, tranquilos, no echo de menos los calendarios y bolígrafos publicitarios, ni guardo con cariño las cartillas que había que actualizar. No es nostalgia sino vértigo: el que da mirar atrás y observar el proceso de concentración, reconcentración y requeteconcentración de la banca española. A principios de los noventa se contaba en España más de un centenar de bancos y cajas. Al llegar la gran crisis de 2007-2008 todavía eran más de sesenta, y desde entonces el número ha ido menguando hasta la docena que queda hoy, cuatro de ellos acaparando la mayoría del mercado financiero. Y serán solo tres si sale adelante la operación entre BBVA y Sabadell.
Como en un enloquecido juego de la silla, los banqueros españoles llevan más de dos décadas bailando. Cada vez que se para la música, corren a sentarse y siempre hay alguna silla menos, una entidad que se queda fuera de juego, normalmente absorbida por otra. Las cajas de ahorro fueron liquidadas en masa, la crisis hizo desaparecer la mayoría de sillas, y los cuatro grandes se lo han ido quedando casi todo. Pero el baile sigue, dispuestos a que solo queden tres, dos, uno.
El propio BBVA es el mejor representante de esa concentración imparable, engordado a base de tragarse entidades cada poco tiempo. El fundacional Banco de Bilbao se unió con el Banco de Vizcaya en los ochenta, una década después se fusionó con la privatizada Argentaria, que a su vez era resultado de la unión de seis entidades públicas. Ya en este siglo, tras la gran crisis, el BBVA absorbe Unnim Banc y Catalunya Banc (¡que previamente habían reunido media docena de cajas de ahorro catalanas!), y ahora llega el último movimiento con la oferta de fusión con Sabadell, que por supuesto es también un banco que lleva décadas zampándose bancos menores: el Herrero, el Atlántico, el Urquijo, el Guipuzcoano, la CAM, el Banco Gallego… Sí, yo también he perdido la cuenta de las sillas caídas.
Lo que desaparece tras cada operación no son las sillas metafóricas del juego: el agujero negro de la concentración ha devorado miles de sucursales, decenas de miles de puestos de trabajo, y miles de millones de euros en depósitos, hipotecas y otros productos financieros que quedan en menos manos, con cada vez mayor cuota de mercado y más poder, o más bien Poder. Un oligopolio de toda la vida, vaya. Normal que los beneficios sean cada vez más galácticos, con ayuda de la política monetaria europea y la racanería de los bancos para remunerar a los ahorradores.
Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hace quince años hubo una crisis financiera y acabamos rescatando bancos con dinero público. Mucho dinero público, del que también se beneficiaron los grandes devoradores de bancos, que compraban ruinas previamente saneadas por el Estado. Se decía entonces, de ciertas entidades, que eran ‘too big to fail’: demasiado grandes para caer, no podíamos dejar que quebrasen porque se llevarían por delante la economía de sus países. Riesgo sistémico, lo llamaban. No sabemos qué pasó, pero de pronto ya no era un problema tener bancos demasiado grandes, y jaleábamos las fusiones, cuanto más grandes mejor. Si aquellos grandullones de antes de la crisis eran demasiado grandes para caer, y por tanto había que salvarlos al precio que fuese, ¿qué diremos de estos gigantes de ahora?
Pues nada, que siga la música, a ver si al final acabamos todos clientes de un Santander-BBVA-CaixaBank-Sabadell-Adolfo Suárez-Madrid-Barajas.