Si la bandera española es roja y amarilla, y no verde o a cuadritos azules, es porque aquellos colores se veían mejor de lejos. No le busquen explicaciones históricas, legendarias ni sentimentales. Una bandera nacida para que los buques de la Marina se distinguiesen bien en el mar y no los confundiesen con los de otras naciones. De ahí que, a la hora de buscar trapo nuevo para el mástil, eligiesen colores llamativos y reconocibles a lo lejos.
La visibilidad de la bandera española quedó demostrada otra vez el domingo. Aunque cuesta distinguirlo, ese tipo pequeñito que está delante del mural rojigualdo es el candidato del PSOE. Y gracias a que llevaba corbata roja, que si no, igual ni lo vemos.
Sánchez pensó: voy a proclamarme candidato a La Moncloa, qué puedo hacer para que todos me miren. Si hubiese puesto a su espalda un calendario gigante de bomberos, no habría salido en las portadas ni abierto telediarios. Hacía falta algo más, una imagen rompedora, un gesto audaz: la bandera de España. El tamaño king-size ayuda, pero tampoco era necesario: si hubiese llevado una pulserita rojigualda o un polo con cuello nacional, también nos habría deslumbrado.
Para normalizar el uso de la bandera, hace falta mucho más que sacarla a lo grande en un mitin. Porque me reconocerán que, fuera del ámbito deportivo e institucional, de normalización nada de nada. Salvo para los que la normalizaron ya en la primera hora de la Transición, porque la traían ya normalizada del tiempo anterior. Por algo será que el PSOE no la ha sacado en sus mítines en cuarenta años. Muy normalizada no la tendría.
Sí, somos muchos los españoles que seguimos pensando que menear esta bandera fuera del estadio es algo facha. Y al menos a mí, nunca me ha importado que la derecha “se apropiase de los símbolos nacionales”, eso que tanto preocupa a algunos. De verdad que no. Si los quieren para ellos, por mí encantado, que la música militar nunca me supo levantar, ni la bandera de España emocionar.
Algunos, porque no nos inflamamos ni con esta ni con otras banderas, y pensamos que de patrioterismo (que no patriotismo) andamos más que sobrados en estas tierras. Otros, porque sienten como propias otras banderas nacionales antes que la rojigualda. Y los más, por pura indiferencia, y porque después de cuarenta años no hemos encontrado tantos motivos como para ponernos en pie ni con la bandera, ni con el himno ni con la corona, pack completo de la España constitucional.
Tampoco es que el PSOE haya hecho mucho por esa “normalización” que pide Sánchez. Tiempo ha tenido para hacer que los españoles que todavía arrastran heridas rojigualdas encontrasen motivos para aceptar con naturalidad una bandera que llegó a la democracia cargadísima de connotaciones. Y si la mayoría hemos relegado la bandera a las alegrías deportivas, será porque tampoco hemos tenido tantas alegrías en otros ámbitos como para empuñarla con orgullo.
No sé si Podemos morderá el anzuelo y se unirá a la disputa simbólica que ya han iniciado PSOE, PP y Ciudadanos. Los de Iglesias hace tiempo que pronuncian “patria” con insistencia, y parecía al caer que hiciesen algún gesto con la bandera para descolocarnos. Quizás la pasada de frenada de Sánchez les haya ahorrado menear la bandera ellos también. Aunque la visibilidad del rojigualda para salir en portada, siempre es una tentación.