Contaba ayer Rosa Maria Artal en su cuenta de Twitter cómo fue cubrir el juicio de una violación múltiple:
La realidad con la que se encuentran las víctimas de una violación cuando llegan a los juzgados puede ser ésa. Primero un hombre te machaca y luego otro te remata.
Que el machismo esté instaurado en la sociedad implica que también lo esté en las instituciones que atienden a las denunciantes: desde los sanitarios a los peritos, pasando por el juez que decidirá si te violaron o te lo inventaste.
No podemos calcular cuántos casos como el que cuenta Artal existen, pero sí que conocemos muchos parecidos que saltan a los medios. Si cerraste bien las piernas, cuánto bebiste, cuánto te resististe. Todo puede contar como atenuante para el violador.
En cuanto a la resistencia, aquel juez absolvió a los cinco hombres porque esperó de la víctima que hubiera reaccionado como lo hubiera hecho él: con violencia, lanzando puñetazos e intentando huir. Se les escapa a los jueces sin perspectiva de género que a nosotras la sociedad nos educa diferente, y que la violencia es monopolio de ellos.
Que a nosotras nos enseñan a temer, a cambiar de ruta para volver a casa, a evitar los conflictos en los que ellos nos empujan, a ser sumisas y posar como objetos que deben ser contemplados y poseídos. Y a ellos los instan a buscar el conflicto, a poseernos como los objetos que creen que somos, tratarnos como los seres inferiores que perciben en nosotras.
Aquella chica, y podemos estar hablando de cualquier mujer que se haya visto en la misma coyuntura, no se resistió porque decidió que su vida valía más que una violación. Porque cuando sabes que tienes todas las de perder decides que lo mejor es que pase cuanto antes. Porque no hace falta que sean cinco, con que sea uno más agresivo y fuerte que tú ya estás jodida, vendida, y ese miedo, además, paraliza. Sabes perfectamente que “resistirte” sólo hará que te den una paliza antes de, finalmente, violarte.
Nos pasa a todas, en cualquier situación, no hace falta que sea una violación. No conozco a ninguna mujer que no haya agachado la cabeza en algún momento de su vida donde tenía todas las de perder: oyendo guarradas por la calle, recibiendo insultos de un tipo al que ha rechazado, mordiéndose la lengua con un compañero que agrede cada vez que habla. Se trata de priorizar: a veces prefieres apretar el paso y escapar de un tipo que puede ser peligroso si le contestas lo que de verdad quieres, otras veces prefieres preservar tu imagen profesional -que se puede ir al traste si dices directamente “este compañero es una acosador”-, y en otras ocasiones prefieres, simplemente, sobrevivir.
Pero callar no es otorgar, y si los encargados de aplicar la justicia no tienen en cuenta el contexto social y psicológico de agresores y agredidas, jamás podrán aplicar una justicia que sólo esta en su mano.
Cada ocho horas, una mujer denuncia una violación en nuestro país: cada ocho horas, un hombre está violando a una mujer. Hablamos solo de las que se atreven a denunciar, que son las menos. Y todavía hay gente que se pregunta cómo puede ser esto. Pues bien, esto sucede porque además de que la justicia no llega en muchísimas ocasiones, en los medios se equipara a víctima y agresor cada día; se pone en duda a la mujer, a pesar de que son conscientes del casi inexistente porcentaje de denuncias falsas; se empatiza con los agresores, se les exculpa, se les protege.
Los medios, con el caso de la violación múltiple en San Fermín, están haciendo lo que siempre han hecho: dudar de la víctima y blanquear la imagen de los violadores y mancillar -por enésima vez para la mujer- la de ella. Desde reportajes sobre lo triste que es la vida de ellos en la cárcel hasta artículos donde explican que la víctima se ha ido de vacaciones.
Tras la humillación por parte de programas como Espejo Público (no es ni mucho menos la primera vez), viene la incertidumbre de qué opinará un tribunal sobre tu propia experiencia. La vida de esta chica va a depender de qué entiendan estos jueces por violación. Si creen que hay que gritar “NO” repetidamente y dar patadas para zafarse, significará para ellos -y para la vida de ella- que fue una relación consentida, y se irán de rositas. Si son conscientes de que cinco hombres imponiéndose sobre una chica que no dio su consentimiento para penetrarla vaginal y analmente sí es violación, los condenarán.
No sé si la chica de este caso llegará a leer este artículo, pero si lo hace, debe saber que somos legión las mujeres que estamos con ella. Que sabemos perfectamente que no es una relación consentida cuando cinco hombres no necesitan tu “sí” para penetrarte; que sabemos que si te roban el móvil y tiran la SIM es para terminar de humillarte y que no puedas pedir ayuda; que somos conscientes de la violencia institucional que sufren las mujeres que denuncian. Pero sobre todo, debe saber que somos miles y miles las que luchamos para que esto cambie, porque hoy es ella, ayer fueron muchas más, y mañana podemos ser nosotras mismas.
Y a los agresores cabría decirles que también somos muchas, y cada vez más, las que empezamos a cambiar nuestras prioridades en una agresión, que la ira se nos está acumulando, caso a caso, experiencias propias incluidas, y el peligro está cambiando de bando: cuidado a quién elegís a la hora de agredir, porque igual os equivocáis y descubrís que el cántico de “ni un machista con dientes” se convierte en vuestra realidad.