La gestión ambientalmente correcta de los residuos domésticos es uno de los principales ámbitos de la responsabilidad social con el medio ambiente. Una gestión que en último caso corresponde a la decisión individual de cada ciudadano de aportar o no su voluntad a la mejora del entorno.
A lo largo de más de tres décadas como divulgador ambiental especializado en la participación ciudadana en la reducción y el reciclaje de los residuos (libros, conferencias, artículos en prensa, programas de radio y televisión) he aprendido que sin ese consentimiento de la población, sin esa íntima voluntad de cooperación, no hay modelo que funcione.
“Los pequeños gestos son poderosos” decíamos en los noventa para elogiar el trascendental gesto de separar la basura en casa y poner cada residuo en su sitio para echarlo después a su correspondiente contenedor.
Sin la masiva respuesta ciudadana no habríamos alcanzado los niveles de recogida selectiva actuales: mejorables, por supuesto, pero inimaginables cuando empezábamos hace solo 30 años. Y todo gracias a la suma de gestos individuales de todos los ciudadanos que hoy en día reciclan (casi un 80% según Eurostat).
Pero esos gestos solo pueden surgir de la concienciación ciudadana y la complicidad individual. Por eso es tan importante fomentar la participación ciudadana desde la colaboración: poniéndoselo fácil a la gente, siempre desde la seducción y eludiendo el enfrentamiento y la provocación. Porque finalmente el que decide si separa o no, si recicla o no, es el ciudadano en su casa y ahí hay poco que hacer.
Reciprocidad: esa es la clave para avanzar hacia una gestión participativa de los residuos domésticos. Y eso es exactamente lo contrario a lo que acaba de hacer el gobierno de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona con la aplicación de la nueva tasa de recogida de residuos municipales generados en los domicilios particulares que se computa con el recibo del agua
Una tasa que presentada como “un tributo ambiental destinado a la correcta gestión de los residuos domésticos que se generan en la ciudad” está actuando en realidad como efecto disuasorio ya que, tanto por su elevado coste como por el desacertado momento para aplicarla, ha empezado a desincentivar la participación voluntaria y a echar por tierra todos los esfuerzos que durante muchos años se han venido llevando a cabo en la ciudad -incluido desde el propio ayuntamiento- para favorecer y estimular el reciclaje doméstico.
La ya denominada Tasa Colau al reciclaje doméstico es un auténtico disparate como el cometido con la creación de la polémica comercializadora municipal de energía supuestamente limpia Barcelona Energía, una pifia de la que ya dimos cuenta en este rincón del diario y que sacó a las calles de la ciudad a muchos ciudadanos manifestándose por el derecho a un aire limpio y a no ser engañados con falsas iniciativas de ecología urbana.
En esta ocasión la Tasa Colau es un nuevo ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas para promover la participación ciudadana en el cuidado del medio ambiente. Mientras la mayoría de los ciudadanos intentamos hacer frente a la grave crisis económica provocada por la grave crisis sanitaria del COVID-19, aplicarnos una nueva tasa vinculada con el reciclaje va a propiciar que mucha gente, enojada con el ayuntamiento y sintiéndose traicionada, deje de hacerlo al considerarlo como multa más que como impuesto: “¿o sea, me aplican una nueva tasa de las basuras -me dice un vecino cabreado- y esperan que siga reciclando? ¡pero que se ha creído esta gente!”
Solo hay que echar un vistazo a las redes sociales y a los comentarios en los digitales para comprobar hasta qué punto esta opinión se está extendiendo cada vez más entre los vecinos, especialmente de la parte baja de la ciudad (los más afectados por esta nueva carga impositiva). Y no es la mejor manera de mantener motivados a los ciudadanos ante el grave reto de la crisis climática.