Qué bello era vivir

26 de diciembre de 2023 22:23 h

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De sobremesa, el otro día, ponía la oreja a la conversación que mantenían mis comensales. Hablaban sobre todo lo que había cambiado del siglo XX hasta aquí, también en la gestión de las expectativas. El problema central, decían, no era sólo que hubiera desaparecido la posibilidad del ascenso social, o que el ascensor en sí mismo llevara tiempo roto; lo que definía al sujeto de nuestros tiempos era que estaba a una mala semana de caer, de perderlo todo, de ser arrastrado sin clemencia por la corriente. Nuestra sociedad, pensaba, ya no dividida entre quienes no tienen nada que perder salvo sus cadenas y quienes a duras penas pueden imaginarse perdiendo algo: dividida entre quienes podrían perderlo todo irreparablemente todos los días y quienes aún cuentan con red donde caer.

Como cualquier imagen, bosquejo perfilado con prisas, caricatura a tientas, hay muchas cosas discutibles; confieso que a mí, que llevo siendo autónoma desde los diecinueve años, que sólo podría heredar deudas, pero nunca bienes, propiedades o liquidez, todo lo que se mueve en la órbita conceptual de las redes, de la cobertura o del lugar donde caer me apela. Es lo que tienen las carencias: se echan en falta. Y el lunes de Navidad, antes de cenar, viendo 'Qué bello es vivir' de Frank Capra –¡por primera vez!–, me acordé de la conversación de sobremesa que había presenciado el viernes y que tan rápido había sepultado otros temas, otros asuntos.

Mi pareja celebraba la película como la más bella fábula anticapitalista de las Navidades, o como el réquiem de una socialdemocracia hoy desfallecida. Yo respondía que el posicionamiento ideológico no lo veía tanto –la reapropiación posterior podía ser más fácil o más complicada–; que, si acaso, me remitía un poco a los fundamentos del distributismo, a influencias chestertonianas, a las sociedades de pequeños propietarios frente al progreso del capitalismo desvencijado. Buscando en Google, encontré y le enseñé un texto de Esteban Hernández sobre los vínculos de la película con el populismo “conservador antisistema” estadounidense. ¿Es posible hacer spoiler de 'Qué bello es vivir', encima en navidades? Creo que no –hay cosas de esa película integradas en la memoria y el ojo hasta de lo que culturalmente hemos construido como espectador-tipo–, pero para mí, hace unos días, lo habría sido. 

Resulta que George Bailey, el protagonista, nacido en Bedford Falls, un pueblo estadounidense, a principios del siglo XX, era listo y tenía ambiciones y deseos de ver mundo, viajar, pero completó una vida consistente en anteponer la necesidad de los demás –como conjunto y como almas individuales– a la suya propia y hacer frente a las injusticias contra las que veía que podía implicarse, particularmente a la injusticia encarnada en el malvado capitalista Potter. No me da tiempo a contar las florituras bonitas ni a condensar en tres líneas por qué la película funciona, así que pasaré toscamente al final: casi arruinado después de circunstancias crueles, cuando todo parece haberle dado la espalda, recibe la visita de un ángel y, al final, la ayuda de todos aquellos a los que alguna vez, a lo largo del tiempo, él ayudó en su larguísima cadena de favores (película, por cierto, incrustada en mi cabeza desde que nos la puso algún profesor de Religión), particularmente como banquero que concedía préstamos con bajísimos intereses para que el pueblo pudiera tener casas en lugar de especulación.

Apoyo mutuo, solidaridad, pura bondad humana, milagro de Navidad: son ingredientes para una película que funciona muy bien y que hila con cierta tradición plebeya-popular anglosajona de fábulas y cuentos morales navideños. Pero he aquí que vuelve, lejos de la cinta, la comida con la que empezaba mi columna: ¿quién posee hoy una comunidad así o pertenece a ella, qué pueblo como el de Bailey persiste en el mundo, a cuántas vidas aspiramos a tocar con ese grado de reconocimiento? Nuestros infiernos no están en los mundos alternativos que un ángel pueda enseñarnos: están en este. En lugar de casas por edificar, lo realmente existente es una crisis sin precedentes de la vivienda. Bailey, en 'Qué bello es vivir', tiene un mal día y está a punto de perderlo todo, pero la comunidad lo salva. Nuestra tragedia navideña es que esa comunidad se deshaga todos los días o sólo permanezca en los sueños reaccionarios y maquillados de unos pocos.