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Bendito escrache

Que no, que no tiene razón Cospedal. Es evidente que aquí lo más cercano a los nazis estuvo en el franquismo y desde su fundación lo que haya de franquismo está prácticamente todo en su partido. Por tanto, que la secretaria del PP llame “nazis” a las personas que se enfrentan a sus políticas es disparatar, decirlo todo al revés. Si no fuese porque lo hace conscientemente para calumniar a la Plataforma contra los desahucios, sería cómico que los herederos políticos del franquismo los acusen de franquistas.

Naturalmente, ella sabe que dice un disparate, pero les da igual precisamente porque la mentira es parte fundamental de la cultura política del franquismo, así que mentir les resulta normal. Y han comprobado que es impune, no les supone costes penales ni tampoco electorales. De la impunidad es de lo que se trata. Hubo algún ministro de Gobierno socialista que dimitió por salir en una foto de cacería, pero es evidente que los ministros y ministras de esta derecha por barbaridades que hagan se ríen de la pájara pinta y, por otro lado, se consideran intocables por pertenecer a una élite social.

No es ninguna tontería eso que dicen de “la gente normal”, “la gente como Dios manda”, “las personas normales”... Realmente piensan así, y así se refieren a si mismos: consideran que son de una raza aparte. Una raza a la que no le pega la policía ni la acusa el fiscal; eso es para la chusma. La gente de esa raza sí puede perseguir hasta la casa de sus padres en su pueblo a una ministra que preparó la ley de interrupción del embarazo vigente, o gritarle a las mujeres que ingresan en una clínica para hacer algo tan penoso en varios sentidos como es abortar. Pero no puede estar expuesta, en cambio, a que les griten a la puerta del Congreso. Por eso lo blindaron a la gente, o en su domicilio. Y entonces les llaman “nazis” a quienes protestan, a quienes, pecado, los señalan con el dedo.

La impunidad de los profesionales de la política en general en España se ve favorecida por la separación de la sociedad. Aquí los diputados no tienen que dar explicaciones a la sociedad de su actividad o falta de ella, de lo que votan en el Congreso… Hasta pueden votar contra los intereses de los vecinos de la provincia donde fueron elegidos sin que los afectados reparen siquiera en ello y sin que, hasta ahora, lo fuesen a molestar con esas protestas tan incómodas (protestas propias de “nazis”).

Los diputados funcionan básicamente como meros autómatas que asienten a la directriz de su partido, en la práctica carecen de responsabilidades personales y no sienten ni el deber de atender a los votantes que los eligieron ni tampoco sienten nunca su presencia. Es por eso por lo que los “escraches” les perturban especialmente, porque cambian las reglas de juego con las que jugaron hasta ahora los partidos que administraron el poder. Y perturban desde Felipe González a Cospedal.

Pero no, no tiene razón Cospedal en ningún sentido. Los nazis no iban a defender los domicilios de los perseguidos cuando querían echarlos, como hace la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, sino que lo que hicieron fue echar de sus trabajos y desahuciar de sus casas, y luego liquidar, a la gente que consideraban de raza inferior.

No quiero decir yo también una de esas enormidades como llamar nazis a quienes desahucian, no todos van a ser nazis, hay muchas formas distintas de maldad. Hay formas de maldad que se pretenden exquisitas y eximias, como el nazismo, y hay otras formas de maldad que nacen de la mera mezquindad y vulgaridad. Y de una mediocridad asombrosa son los dirigentes de esta derecha de Rajoy.

No lo digo con añoranza en absoluto, pero en Aznar había un afán ideológico, un cierto fanatismo y mesianismo que buscaba elevarse en la historia, con “h” mayúscula, mientras que este Gobierno es asombroso por su falta de liderazgo. Sin embargo, son tantos los daños con el fanatismo de Aznar como con el vacío político de Rajoy, pues sus políticas son igualmente destructoras, sean políticas sociales, económicas o del medio ambiente (la nueva ley de Costas es empezar a hinchar una nueva burbuja inmobiliaria).

Son temibles por el daño que hacen; qué disparate y qué incapacidad para gobernar democráticamente y aceptar las reglas de la democracia. Pero todos los defectos de la vulgaridad van acompañados de los del elitismo inhumano: resulta maravilloso que se comparen con las familias desahuciadas. Que comparen que los señalen con perderlo todo y ser arrojados a la calle. Esa comparación es monstruosa, esa monstruosidad demuestra el temor de quienes se parapetan tras policías y fiscales y se esconden tras pantallas de plasma.

El escrache que practica la Plataforma, además de ser una forma de protesta legítima por una injusticia tan grave como evitable, es una corrección en toda regla de una democracia que cada día huele peor y que, desde su origen, quiso que no existiese ciudadanía y fuésemos meros votantes que acuden resignadamente a las urnas cuando se les llama. La regeneración de esta democracia nacerá, precisamente, de los “escrachadores”.