Los alimentos probióticos, aquellos que contienen microorganismos vivos, supuestamente beneficiosos para la salud en las dosis adecuadas, han sido muy populares durante las últimas décadas. No sólo multitud de marcas de yogures y otros alimentos se han promocionado alegando propiedades saludables por ser probióticos, también muchas empresas han reforzado las ventas de sus suplementos nutricionales al incluir probióticos entre ellos.
Entre los mensajes publicitarios alabando sus presuntos efectos saludables podíamos encontrar, en un extremo, el mensaje más fraudulento y engañoso de todos: “Ayuda a tus defensas”. Como comentábamos en un artículo anterior [“Refuerza” tus defensas (y danos tu dinero)], tal afirmación no se sostiene por ningún lado, ni por estudios científicos ni por cómo funciona el sistema inmune humano. Por otro lado, sí que encontrábamos otros mensajes con cierto respaldo científico como “ayuda a regular el tránsito intestinal” o “ayuda a recuperar la flora intestinal” (tras episodios de diarrea). De hecho, incluso desde las consultas médicas se ha recomendado y se recomienda el consumo de probióticos a pacientes por las razones anteriores. Sin embargo, ahora, dos artículos publicados en la revista Cell ponen en duda tales afirmaciones.
Hasta la fecha, la absoluta mayoría de los estudios científicos sobre los probióticos han estudiado sus efectos sobre la microbiota intestinal (el término correcto y preciso actual para referirse a lo que muchos conocen todavía como “flora intestinal”) con muchas limitaciones. De hecho, la evidencia científica que respaldaba las propiedades beneficiosas de los probióticos distaba de ser sólida y fiable. Por ejemplo, en lugar de estudiar directamente sobre el aparato digestivo los cambios en los microorganismos que se producían al ingerir probióticos, la mayor parte de los estudios analizaban la microbiota intestinal a partir de las heces. Esto es una gran limitación, porque no se sabía hasta qué punto los análisis de las heces podían reflejar realmente lo que estaba pasando dentro del aparato digestivo.
En el reciente estudio publicado en Cell, los investigadores salvaron este obstáculo haciendo endoscopias digestivas para recoger muestras de los microorganismos directamente de múltiples localizaciones del aparato digestivo (colon y estómago). Además, también recogían y analizaban las heces para comparar los resultados. Los sujetos del estudio se dividían en dos pequeños grupos de voluntarios sanos: unos que tomaban un placebo (sustancia sin ningún efecto activo) y otros que tomaban probióticos (un cóctel de 11 especies diferentes de bacterias) durante días. La adquisición de las muestras se hizo antes de empezar tratamiento y al mes de terminarlo.
Los científicos descubrieron dos hechos de gran importancia. Por un lado, comprobaron que los resultados que ofrecían los análisis de las muestras de endoscopias no coincidían, a menudo, con los resultados de las heces. En otras palabras, las bacterias que se podían encontrar en las heces de los sujetos de estudio no tenían por qué indicar que estas mismas bacterias estuvieran colonizando su aparato digestivo. Por otro lado, los investigadores detectaron que las personas reaccionaban de forma diferente a los probióticos. Un dato interesante adicional es que, basándose en la microbiota de los pacientes antes del tratamiento y el perfil de expresión génica de estos microorganismos, los investigadores podían predecir si los individuos podían ser persistentes o resistentes.
Lo que nos indica este estudio es que el enfoque actual de aconsejar probióticos a todo el mundo podría ser erróneo. ¿Por qué? Porque, en realidad, un determinado porcentaje de las personas no “aceptaría” en sus aparatos digestivos a las bacterias supuestamente beneficiosas de los alimentos probióticos. Éstas saldrían expulsadas a través de las heces, sin oficio ni beneficio.
Por si la primera investigación no fuera suficientemente crítica, el segundo estudio publicado también en la revista Cell, añade todavía más escepticismo a los beneficios de los probióticos. En este estudio, los investigadores administraron antibióticos a 21 participantes para destruir su microbiota normal, al matar a gran cantidad de las bacterias del aparato digestivo. Tras este proceso, dividieron a estas personas en 3 grupos. Un grupo al que no se le dio nada para recuperarse del tratamiento de antibióticos, otro grupo que tomaba los mismos probióticos del experimento anterior y otro grupo al que se le administraba la misma microbiota que poseían antes de ingerir antibióticos a través de lo que se denomina un trasplante de microbiota fecal autólogo. Esta última técnica consistía en recoger, almacenar y procesar las heces (para aislar la parte bacteriana) de los participantes antes de empezar a tomar antibióticos y, tras el tratamiento antibiótico, trasplantar dichas heces procesadas a esas mismas personas a través de endoscopias.
Los científicos realizaron un seguimiento a lo largo del tiempo para ver cuánto tiempo tardaba en recuperarse cada grupo. Los resultados más prometedores aparecieron entre aquellos que recibieron el trasplante de microbiota, pues lograron recuperar su microbiota normal en tan sólo unos días. Entre aquellos que tomaron probióticos también se vio una rápida recolonización de bacterias. Sin embargo, no fue con las bacterias normales que ya estaban presentes antes de tomar antibióticos, sino que se observó que los probióticos interferían con la expansión de las bacterias características de los pacientes en el aparato digestivo durante meses. Dicho de otra manera, los probióticos interferían con la vuelta a la normalidad de la microbiota, retrasando este proceso en comparación con el grupo que no tomó nada tras los antibióticos. De hecho, los autores apuntaban a que algunas especies bacterianas de los probióticos secretaban diversos compuestos que inhibían el crecimiento de esas bacterias propias de los participantes del estudio.
Ambos estudios son complementarios y han empleado técnicas rigurosas para avanzar en nuestros conocimientos sobre los probióticos. Aun así, hay que tener en cuenta que se han realizado sobre grupos pequeños de personas y es, por tanto, necesario que se realicen más estudios, con mayor número de personas para aclarar estos importantes hallazgos. De confirmarse estos resultados en un futuro próximo, las consecuencias estarían claras: el actual enfoque terapéutico con probióticos sería erróneo. Ni todas las personas parece que se benefician de los probióticos ni tampoco un cóctel estándar de probióticos para todos podría ser beneficioso para recuperar la microbiota, sino justo lo contrario. Por el momento, el enfoque más prometedor parece ser la medicina personalizada: recuperar la microbiota con los propios microbios presentes en el aparato digestivo antes de tomar antibióticos.
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