Los berridos del Ahuja. Los valores con los que se cría la élite

6 de octubre de 2022 23:21 h

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Una tropa de cachorros de la sana oligarquía aparecen en un colegio mayor de 1200 euros al mes realizando una performance de lo que comienzan a ser y aspiran a consolidar. Insultos machistas contra las chicas del colegio mayor Santa Mónica. Chicas de su misma clase social, pero donde opera la interseccionalidad que considera que, a pesar de ocupar su mismo estrato, están destinadas a un escalón de sumisión a sus deseos. Los gritos de esa casta de pijos a las que consideran sus mujeres, de su misma élite, son una muestra de cómo el machismo es una opresión que opera en valores paralelos a la clase social. Los berridos del Ahuja son los valores con los que se crían las élites. En este espacio o en otros muchos. Sus colegios mayores son solo un espacio de poder más para ellos. Lugares donde transmitir unos valores que, partiendo de la clase, tienen como precepto principal mantener a las mujeres en un espacio de dominación. 

La sociopatía es una marca de las élites y se aprende en hermandades y colegios mayores, pero también en familias, empresas y lugares de estudio y socialización de estas oligarquías. En la serie Succesion, corpus contemporáneo para comprender el poder y sus usos y costumbres, hay una escena donde la familia de ricos acude en helicóptero a dirimir sus repartos empresariales mientras juega un partido de béisbol. En un momento, a uno de los ricos bateadores le suena el teléfono y el hermano menor llama al hijo de una pareja de trabajadores migrantes para que ocupe su lugar. Para motivarle, le promete que si batea y les hace ganar el partido le dará un cheque de un millón de dólares. Firma el cheque y le dice al pequeño que se esfuerce logrando la carrera y se lo dará. El niño batea con fuerza y está a punto de lograrlo y conseguir el dinero que cambiaría su vida y su familia para siempre. El millonario coge el cheque y lo rompe delante del chaval, dándoselo en pedazos. Son sus valores.

Los comportamientos de gregarismo supremacista son aquellos con los que los directores de medios, líderes políticos, jueces y empresarios conservadores se construyen con la esperanza de que esos comportamientos heredados sirvan para perpetuar su rol social dejando en una posición de sumisión a todos aquellos que consideran inferiores. Personas importantes de las élites conservadoras han pasado por este colegio mayor de las élites. Rafael Catalá, Pablo Casado, José María Figaredo, diputado de Vox, o Joaquín Manso, director de El Mundo. No implica que acepten estos comportamientos en la actualidad, pero sí que se han educado en un entorno donde eran validados. Algunos de ellos, como el diputado posfascista, ha dado buena muestra de ser un perfecto representante de lo que conforman esos valores haciendo lo posible para que se mantengan en la vida pública a través de la acción política. Aunque no todos han sido así, sería injusto por aquellos que lo denunciaron en su momento y eso les proporcionó represalias, porque también existen. Colegiales del Ahuja que tuvieron que ocultar su orientación sexual para no sufrir acoso o que denunciaron estas actuaciones y acabaron apartados. 

No es casualidad que estos hijos de las élites marquen cuáles son sus objetivos en todas y cada una de sus canciones, los del Mendel, a los que consideran sus adversarios políticos, los raciales, a los que consideran el servicio, los de género, las mujeres, a las que consideran sus esclavas sexuales. Todos los valores en los que se crían los hijos sanos de las oligarquías y el patriarcado reproducen el orden social que aspiran a perpetuar en el que la cultura de la violación tiene un aspecto troncal. Porque para eso se les segrega en un espacio donde aspiran a sentirse como una casta superior con derecho por nacimiento, género y clase. No se permite el acceso a las mujeres, no se permite el acceso a otra clase.

En esa crianza en la supremacía tiene una especial preeminencia el machismo, el supremacismo masculino que considera que las mujeres tienen someterse a sus deseos sexuales. Por eso, cuando se hacen adultos funcionales -a la vista está que ser adulto no te hace funcional- consideran que el consentimiento es una exageración feminista, porque están criados en la cultura de la violación. Por eso su lenguaje habla de manadas que salen a cazar zorras. Por eso consideran a las mujeres putas sometidas al que más poder tiene, porque se crían en el pleno convencimiento de que su voluntad está por encima del deseo y la aceptación de ellas. Esa es la base fundamental sobre la que se conjura un pensamiento que les sitúa en lo más alto de una pirámide de dominación donde la mujer ocupa el espacio de sumisión acrítica. En esa línea de valor conservador se crían los que mandarán mañana en un bucle de supervivencia de privilegios. El machismo opera como núcleo junto a la clase para que las estructuras no cambien y sigan sin cuestionar su poder.