Solo tres de las 20 personas con más dinero del planeta han visto reducida su fortuna con la pandemia. Esos tres fueron Amancio Ortega, Carlos Slim y Warren Buffett. No hace falta decir que su patrimonio, pese a verse un poco mermado, sigue siendo estratosférico. Entre los diez primeros solo hay un europeo, el francés Bernard Arnault (Louis Vuitton) y es fácil acertar quién lidera la lista. Efectivamente es Jeff Bezos, el propietario de Amazon. Su patrimonio creció en el 2020 casi un 69%. En España, esta empresa registró el año pasado unos ingresos brutos totales de 5.400 millones de euros. En impuestos pagó 261 millones, poco más del 4% del beneficio obtenido.
No únicamente han ganado más dinero los grandes nombres que todos tenemos en la cabeza. El 86% de los milmillonarios del planeta son hoy más ricos que hace un año y las 23 principales fortunas de España vieron aumentar el valor de su riqueza en un 33%, según el último informe de Oxfam Intermón. Un dato muy interesante de ese mismo estudio es que casi dos tercios de los españoles (el 62%) se muestra favorable a que se instaure un impuesto adicional y temporal a los grandes patrimonios para hacer frente a las repercusiones económicas de la pandemia. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI), poco sospechoso de abrazar el comunismo que tanto teme Isabel Díaz Ayuso, apuesta por una mayor progresividad fiscal.
El presidente de EE. UU., Joe Biden, se lamentó no hace mucho de que medio centenar de las mayores empresas del país no habían pagado en impuestos nada en los últimos tres años y propuso un cambio en la política fiscal que implica desandar el camino trazado por Trump e incluso diseñar un modelo nuevo que evite que las grandes corporaciones escondan sus ingresos en paraísos fiscales. De entrada propuso subir del 21 al 28% el impuesto de sociedades y duplicar el gravamen a los beneficios que se hayan conseguido fuera de Estados Unidos. Eso debería frenar a las grandes empresas para situar sus ingresos en paraísos como las Islas Caimán o países como Irlanda. Veremos hasta dónde llega pero el cambio de estrategia es evidente.
El último en posicionarse en una línea similar ha sido el secretario general de la ONU, António Guterres, quien ha pedido a los gobiernos que con el fin de reducir las desigualdades se planteen establecer un tributo para los ricos que se han beneficiado económicamente de la crisis sanitaria. Guterres ha invitado esta semana a los estados a “considerar un impuesto de solidaridad o sobre la riqueza para aquellos que han salido favorecidos durante la pandemia”. El máximo responsable de Naciones Unidas llega a plantear un cambio de paradigma. “Incluso en 2019, antes de la pandemia, 25 países gastaban más en pagos de deuda que en educación, sanidad y protección social juntas”, ha alertado Guterres.
Así que o bien el comunismo que tanto preocupa al PP y Vox está avanzando en organismos internacionales nada sospechosos y no nos estamos dando cuenta o lo que pasa es que es tan evidente que los que más ganan tienen que pagar más que incluso el FMI ha reconocido que hay que garantizar la sostenibilidad fiscal de otra manera. Como diagnosticaba Manel Pérez con gran precisión este domingo en un artículo en La Vanguardia, igual que Irlanda u Holanda compiten por arrebatar ingresos a sus socios europeos, en Madrid “la orden del día sigue siendo birlar al resto de comunidades autónomas hasta el último contribuyente rico”. Se les ofrece pagar menos y la consecuencia es que el resto de territorios, para compensar las pérdidas, se ven obligados a apretar más a los que no pueden o no quieren irse. En Madrid se paga menos y se reparte peor, algo que en estos momentos es especialmente preocupante. De hecho, la OCDE ha recomendado a España que aplique subidas de impuestos para corregir desequilibrios cuando la recuperación económica sea firme tras la pandemia y también que se incluyan mecanismos compensatorios para los más desfavorecidos.
Si algo deberíamos haber aprendido en estos últimos tiempos es que necesitamos servicios públicos bien financiados y bien tratados. Las vacunas, con todos los tropiezos y alarmismos a menudo innecesarios, arrojan la luz que necesitamos, pero las consecuencias de la pandemia siguen siendo muy duras. De ahí que sea prioritario apostar por la inversión y rediseñar modelos fiscales que repartan mejor las cargas. Se trata de repensar el modelo para no volver a cometer los errores de antes de la pandemia. No hay muchos motivos para la esperanza, pero al menos esta vez no se ha optado por el austericidio del 2008.