Bla, bla, bla
Tiene razón Greta Thunberg. Estamos aún de cháchara sobre el cambio climático y hace mucho tiempo que debíamos haber pasado esa pantalla tanto por el peso abrumador de la evidencia científica como por puro sentido común. Si cumplimos los objetivos pactados, algo que ni de lejos estamos en condiciones de conseguir, estaremos aún un grado y medio por encima del 1.5 que necesitamos para evitar el desastre que se avecina. No parece que vayamos a mejorar mucho la ratio en la próxima década a base de discusiones y cumbres. Necesitamos políticas y poner el dinero para pagarlas encima de la mesa.
En Occidente estamos muy preocupados por el cambio climático, pero, en realidad, nos referimos sobre todo al que provocan las acciones y las industrias de los demás. Cuando nos limitan la posibilidad de aparcar en el centro, o de conducir el coche que nos gusta, o ir de turismo a donde nos apetece, solemos votar a quien nos diga aquello que queremos oír.
China e India responden por un tercio de la población mundial y un tercio del total de la contaminación. Estados Unidos o Europa contaminamos hasta tres veces más de nuestro peso sobre la población mundial. Nosotros somos los mayores contaminantes, pero la culpa, al parecer, es de ellos. Mientras el problema de calentamiento global se siga planteando en términos tan estrictamente occidentales, no habrá manera de salir del Bla, Bla, Bla.
Occidente ha sido la gran beneficiada en estas décadas de consumo y producción masivas. Hemos visto dispararse nuestros índices de riqueza y bienestar. Ahora pretendemos que paguen los costes del cambio climático los demás, renunciando a coste cero para nosotros a las cotas de bienestar y progreso que nosotros hemos disfrutado todo este tiempo sin que nos quitara el sueño ni su miseria, ni su necesidad. Que ahora nos retratemos como los solidarios preocupados por el planeta frente a un puñado de economías depredadoras e insensibles no deja de ser un acto final de egoísmo.
Nos empeñamos en plantear la cuestión en términos de concienciación o solidaridad porque es precisamente aquello que nos resulta más cómodo para nuestros intereses y más barato para nuestras carteras. Pero lo que tenemos enfrente es un problema básicamente económico. Se trata de gestionar un bien común, por naturaleza indivisible y de consumo no excluyente, sin la generación de incentivos positivos y negativos, la subprovisión y la sobreexplotación resultan los resultados más esperables, porque los beneficios de consumir un poco más de la salud planeta se apropian individualmente y los costes se reparten entre todos.
Si queremos afrontar de verdad la cuestión de cambio climático debemos asumir que vamos a tener que pagar a los demás para que no repitan lo mismo que ya hemos hecho nosotros y vamos a tener que dejar de hacerlo: vamos a tener que cambiar muchas de nuestras maneras de producir, de consumir y de vivir con los costes e inconvenientes que ello supone. Podemos culpar a China, o a Rusia, o a India todo cuanto queramos, no dejará de ser la cruda e incómoda verdad.
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