La política que practican los partidos independentistas en Cataluña es a estas alturas una apisonadora capaz de aplastar incluso todo sentido común. La coherencia y la lógica se sitúan en un segundo plano, al servicio de la causa mayor en que se ha convertido el Estado propio.
Por un lado, ante el temor a un batacazo electoral, Mas ha tenido que cumplir las exigencias de la CUP y renunciar a ser presidente, algo que dijo que nunca haría. Pero además, después de meses defendiendo las urnas a capa y espada, presume de corregir con un golpe de mano los resultados electorales y de escoger a dedo a su sucesor. Después de meses defendiendo las urnas a capa y espada, ha entregado su cabeza a cambio de obligar por escrito a dos diputados de otro partido a renunciar a lo que son para estar a los pies de su grupo parlamentario. En definitiva, después de meses defendiendo las urnas y presumir de profundas convicciones democráticas, fue cuarto de una lista en la que mandaba él, que encabezaba otra persona mitad independiente mitad comparsa, y que al final ha arrojado al Palau de la Generalitat a un señor que era alcalde de Girona.
Por otro lado, la CUP ha cumplido su palabra y no investirá a Mas. Precisamente por eso, resulta muy difícil de entender que este partido trague con los términos humillantes en los que está redactado su acuerdo con Mas. Humillantes en fondo y forma. Bastante sacrificio ha supuesto para la CUP el desnudo asambleario que dejó a la intemperie su profunda división interna. Tampoco se entiende que se rindan a Junts pel sí, hasta el punto de comprometer el sentido de su voto durante toda la legislatura. Si rechazaron a Mas por sus recortes, ¿por qué ahora se arriesgan a tener que tragar no con él, pero sí con sus políticas?
En definitiva, comprendo la ilusión que este matrimonio puede despertar entre los que defienden la independencia de Cataluña; un sentimiento, en mi opinión, legítimo. Pero impulsar esta escabechina con el 48% de los apoyos (hasta el punto de que sus defensores han tenido que “corregir” la aritmética parlamentaria), echando un pulso al Estado, sin la complicidad internacional y dejando el camino sembrado de cadáveres políticos y salvajes incongruencias, me parece un precio totalmente desorbitado.