La Política en democracia es uno de los espectáculos más fascinantes a los que se puede asistir. Aunque a veces nos saque de quicio y nos desespere, mientras el fundamento de la democracia, el principio de la legitimación democrática no se ponga en cuestión, no se debe perder la esperanza de encontrar una salida para cualquier situación, incluso para aquéllas que parecen que no la tienen.
Esto es lo que hace que la Política en democracia sea tan bonita. Será deformación profesional, pero no ha habido nada que me haya interesado tanto como el espectáculo del proceso político en una sociedad democrática. Que en un mismo día, las cosas pueden ser lo mismo y lo contrario casi sin solución de continuidad y que todo se circunscriba dentro de uno límites que hacen que no se rompa la convivencia de manera irreversible, es uno de los espectáculos más admirables y más interesantes de analizar que uno pueda imaginar.
En estas últimas semanas lo hemos podido comprobar. Hemos asistido a la celebración de un referéndum, que el Gobierno de la Nación dijo que no se celebraría en ningún caso, pero que se celebró, aunque carente del valor que tiene un referéndum digno de tal nombre. Hemos asistido a la suspensión de una declaración de independencia que no se ha producido. A un Gobierno de la Nación que exige al Govern que le diga si ha declarado lo que el Govern ha suspendido sin haber declarado. A un Govern que responde al requerimiento diciendo que no ha declarado lo que no ha declarado, pero que se siente vinculado por la independencia aprobada en el referéndum que lo fue sin serlo. A un Gobierno que exige al Govern que convoque elecciones y le advierte que, de no hacerlo, activará el 155 CE. A un Govern que se resiste a convocarlas, si no se descarta el recurso al 155 CE. A un Gobierno que no está dispuesto a garantizar dicho descarte. A un Govern que a continuación proclama la indepencencia. A un Gobierno que activa el artículo 155 CE por la mañana como respuesta a dicha proclamación y que, sin embargo, convierte por la tarde dicho 155 CE en una convocatoria de elecciones, con lo que se certifica la vuelta a la normalidad en Catalunya, como si no hubiera pasado nada.
¿Hay quien dé más?
Porque la finalidad del recurso al artículo 155 CE, nos dijo el Presidente del Gobierno al comienzo de su intervención ante el Pleno del Senado por la mañana, no era otra que la de recuperar la normalidad, de tal manera que en el plazo de seis meses, si fuera posible, se pudieran convocar unas elecciones autonómicas.
La convocatoria de las elecciones era el punto de llegada de la aplicación del artículo 155 CE. A través de dicha convocatoria se certificaba que Catalunya había recuperado la normalidad y, en consecuencia, se volvía al ejercicio del derecho a la autonomía por los representantes democráticamente elegidos por los ciudadanos, como había venido ocurriendo desde 1980.
En el escenario dibujado por la mañana parecía que el Presidente del Gobierno contemplaba una intervención inicial de la autonomía catalana durante algún tiempo, que permitiría revertir la situación generada por el incumplimiento reiterado de sus obligaciones por parte del Parlament y del Govern de la Generalitat de Catalunya.
Sin embargo, este escenario dibujado por Mariano Rajoy por la mañana en el Senado se convirtió en otro completamente distinto en su mensaje a la nación transmitido por televisión al finalizar la tarde. La recuperación de la normalidad ya se había producido con la votación del Senado y, en consecuencia, se podían convocar elecciones que certificaban dicha recuperación.
La “coacción federal” se agotaba en el primer acto de aplicación de la misma. Va a estar vigente durante 55 días, que son los que prevé la Ley Orgánica de Régimen Electoral para que se desarrolle el proceso electoral. Ni uno más ni uno menos. Cuando el 21 de diciembre los ciudadanos acudan a las urnas empieza una nueva legislatura que cancela el 155 CE, que únicamente ha sido activado para reaccionar frente al incumplimiento de las autoridades autonómicas de la legislatura anterior. El principio de discontinuidad es el principio rector del régimen parlamentario. Las legislaturas no son vasos comunicantes, sino compartimentos estancos, independientemente de que se mantenga el mismo partido en el Gobierno tras las nuevas elecciones. El 155 aprobado por el Senado es de aplicación al President Puigdemont de la XI Legislatura, pero no puede serlo al President Puigdemont de la XII Legislatura en el caso de que ese fuera el resultado de la sesión de investidura.
El 21 de diciembre los efectos del 155 CE desparecen por completo. Empieza una nueva legislatura sin medidas de excepción de ningún tipo. Se acabó la excepción. Ya estamos de nuevo en la normalidad. O en la casi normalidad, ya que quedan los próximos 54 días de proceso electoral, que van a transcurrir sin Govern de la Generalitat, aunque me imagino que sí con Diputación Permanente del Parlament.
La ausencia de Govern durante los días del proceso electoral es casi insignificante. Desde el momento en que se disuelve el Parlamento hasta el de la celebración de las elecciones, el Gobierno casi no existe. Es la Administración Electoral el órgano que preside la vida política, que está volcada en la gestión del proceso a través del cual se va a constituir la voluntad general mediante el derecho de sufragio. Que haya Govern o no haya Govern en estos próximo 54 días no significa prácticamente nada.
El 155 CE que parecía que iba a ser algo espantoso por la mañana, se quedó reducido prácticamente a nada por la tarde.
Como decía al comienzo de este artículo, la democracia tiene la virtud de que permite encontrar salidas donde aparentemente no las hay. Parecía que estábamos entrando en un túnel muy negro y largo y que no sabríamos cuando veríamos la luz que señalara el final del mismo y, sin embargo, como ha visto muy agudamente Miquel Iceta, ya la estamos viendo, el 21 de diciembre.
¡Qué bonita es la Política!