El lunes España despertó, pero no fue cosa mía porque yo estaba en el cine. Si llego a saber que había simulacro de guerra civil me descargo el ebook de ‘Esperando a Robert Capa’ y me hago al monte con una máquina de escribir y un ferrocerio. En resumen, y para el que no se haya enterado de la película: Abascal hizo un llamamiento a protestar en Ferraz, la sede del PSOE, por el tema que tiene al mundo entero en vilo estos días; exacto: la amnistía. No hay nada más urgente en el hemisferio norte ahora mismo. Ceteris paribus. Gracias a Dios. Se lleva unos días comentando en Gaza, que vaya tela lo de Puigdemont, que qué injusto es todo, que lo del 1-O no puede perdonarse.
Para mí, que la extrema derecha esté comenzando a sistematizar la movilización callejera es un síntoma de que las cosas van bien para el proyecto progresista. La pandemia fue su entrenamiento. Un serpenteo por las lindes de lo punki y un primer contacto con el kale borroka –¿no se considera apropiación cultural?–, a su manera, que no consiguió –por lo que fuera– generalizarse al conjunto de la sociedad. Se empieza así y se acaba yendo a un concierto de Los Chikos del Maíz con la mandíbula dada la vuelta. Ahora, sin terminar de arrancar simpatías más allá de los desquiciados habituales, están intentando movilizar con más ahínco revistiendo su odio de indignación para tratar de atraer a gente más moderada, pero por lo visto no hay manera. De momento solo son patriotas rapados y cayetanos embadurnados con laca, señoras que se saben el Cara al Sol de memoria, algún abuelete cascarrabias, tres o cuatro extras de la peli de Alatriste y la cúpula de Vox. 250.000 personas se manifestaron por la sanidad pública en febrero por esas mismas calles, frente a las apenas 4.000 que han conseguido reunir para hacer el murciélago frente a la sede de los socialistas. Cuanta menos España, más España, ese era el plan.
El proyecto de Vox no hace aguas, está en un proceso de reestructuración. La salida de Espinosa de los Monteros y el auge de Buxadé dan a entender que los de Abascal quieren parecerse más –aún– al Likud o al Partido Republicano estadounidense. Por eso tenemos que andar con ojo en la izquierda, porque aunque parezca que lo que quieren es matarnos dando vergüenza ajena, este ruido mediático coloca la agenda en unos términos de los que no toca hablar en estos momentos. Puede agradarme más o menos la amnistía, pero como diría esa chica que se hizo viral en TikTok: es que me da igual. Lo que quiero es poder ganar más de 560 euros al mes como autónomo, porque después de pagar seguridad social y el alquiler mi final de mes empieza el día 8. Me da igual que a Borjamari le hayan tirado un bote de gas lacrimógeno, o si a Beltrán se le ha torcido un tobillo cargando como los rohirrim sobre la valla metálica que contenía a los manifestantes, y me da exactamente igual que a José Luis, policía del turno de mañanas, le haya zurrado, muy entre comillas, José Antonio, policía del turno de tardes. A mi me pegaron dos UIP con una extensible en el fémur cuando era un crío y todavía recuerdo la quemazón en la pierna. Es que me da igual, porque sus quejas serán todo lo legítimas que cabrían ser en una democracia, pero no dejan de ser gimoteos mezquinos. Me da igual, como si pactan con Cthulhu y la camarilla del capitán Garfio.
A Abascal le ocurre que, en la correlación de fuerzas con Sánchez, su proyección de poder es inversamente proporcional a su capacidad real de ejercerlo. De ahí sus esfuerzos constantes por sacar músculo, aunque sea haciendo el ridículo más absoluto. Para mí no deja de ser otro intento de capitalizar la oposición al gobierno en esta legislatura, porque en las encuestas ya están rozando los veinte escaños y, si Feijoo cae y el proyecto político del PP se tiene que reestructurar, Vox tendrá un caladero de votos al que acceder para tratar de remontar su caída. Dos ratas peleándose por un churro con Linkin Park de fondo, si me preguntan, porque me parece que el voto más moderado se va a acabar situando a la izquierda. Los próximos años son cruciales para la extrema derecha, porque lo que resta de década supondrá cambios muy profundos en el medio rural y el sector agrícola; para ellos, la urgencia es el horizonte 2030, de ahí viene su virulencia y el afán por las teorías conspirativas, de frenar por todos los medios posibles la transformación de un mundo que ha dejado de pertenecerles. Y digo pertenecerles por ser generoso con ellos, porque la gente que tiene dinero de verdad no va a arriesgarse a torcerse un tobillo en una manifestación al lado de un puñado de becarios arribistas y de legionarios jubilados.
En medio de ese follón, Esperanza Aguirre hizo acto de presencia; como Thor en una de las escenas finales de Los Vengadores, cayendo de las estrellas con el fulgor de mil rayos para arengar a las tropas. El reparto era el que había, el presupuesto se puede mejorar; en resumen, la actuación policial me pareció tibia, una buena descarga de agua desde esa tanqueta tan cara que compró Rajoy hace unos años habría puesto a prueba esas chaquetas Helly Hansen que les gusta exhibir por Baqueira y Formigal.