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De bourbon

Hay veces que Twitter es lo más parecido a un bar en horas altas de la noche, con clientes beodos que apoyan los pies en el estribo de la barra y agarran el vaso cubatero con el meñique erecto. En este plan y con la mirada vidriosa, remueven el güisqui on the rocks a la vez que exhiben complejos en voz alta.

El otro día, con ocasión del discurso leído en las Cortes por Felipe de Borbón, algunos tuiteros se pusieron en evidencia. Baste el ejemplo que encabeza esta pieza, el tuit del que fuera portavoz de la Aznaridad y que en tiempos anteriores fue comunista por esnobismo; me refiero a Miguel Ángel Rodriguez. El tuit tiene algunos días y se trata de un comentario tan simplón que no parece que pueda hacer saltar las alarmas aunque, si lo analizamos en profundidad, nos daremos cuenta de las toxinas que carga.

Baste cambiar los términos y donde pone Juan Carlos I podemos poner Chivas o Johnny Walker o JB o Four Roses o DYC y en resumidas cuentas, el tuit viene a decir lo mismo. Lo que nos revela Miguel Ángel Rodríguez con su tuit es que, para él, la política es una vocación como puede serlo la embriaguez. Lo que sucede es que para los que les pagamos las copas a los políticos vocacionales, la monarquía no es más que una dependencia, lo más parecido a una intoxicación etílica que descompone el tejido social.

De esta manera, es posible realizar la lectura peligrosa de la ingesta borbónica pues cuando abdicó Juan Carlos I, dejando las labores de jefe del Estado a su heredero Felipe VI, este último juró cargo vestido de uniforme y como jefe de los tres ejércitos. El detalle revela que Felipe VI, antes de poder civil, lo que tiene es poder militar. A partir de este curioso detalle, viene todo lo demás.

Si tiramos un poco del hilo y llegamos a la farsa de golpe de Estado ocurrido el 23 de febrero de 1981, nos daremos cuenta de que no fue otra cosa que un golpe de timón para asegurar el consenso del régimen del 78. Con estas cosas, el rumbo quedaría establecido en la memoria del pueblo de la misma manera que un borracho, por muy borracho que esté, nunca perderá el camino de vuelta a casa cuando cierran el bar pues su memoria etílica le conducirá ferpectamente.