Catalá está kaputt. Muerto, acabado. El ministro de Justicia es un bonzo. Pasea en llamas por los congresos de abogados y por el Parlamento. Habla más de lo que todos desearían, pero solo es su última llamarada antes de la consunción. No queda otra. No hay gobierno democrático que pueda soportar su situación. A pesar de que el Partido Popular no se rige por las normas de probidad y decencia que practican incluso sus homónimos ideológicos de otros países. Me van a decir que Rajoy mirará para otro lado y lo aguantará hasta que pase el vendaval, pero lo cierto es que las circunstancias son malas incluso para él. Catalá es ya un ministro inactivo, un residuo, alguien que no puede servir a los intereses del país pero tampoco a los del partido en el Gobierno y este acabará siendo su talón de Aquiles, si antes los periodistas no descubren algo más letal.
Catalá ya no puede llevar a cabo ninguna de las dos misiones que Rajoy reservaba para él. Ya no puede realizar ese “replanteamiento de un sistema de Justicia que está ya agotado”, ni tampoco completar la toma de las principales plazas judiciales que resultaban precisas al PP para controlar los daños de sus procesos por corrupción. Catalá ya es un ministro demediado, un ministro inútil, un ministro quemado con enemigos dentro del propio gobierno que no estarán dispuestos a dejarse contagiar por el aroma a napalm que emana del Notario Mayor del Reino.
Catalá no podrá sacar adelante ninguna de las reformas que le habían encomendado en la búsqueda de todas las cotas de impunidad que fueran posibles y no podrá porque es un ministro reprobado por todas las fuerzas parlamentarias que no son la suya. El viernes se plantó ante la representación de las juntas de Gobierno de los Colegios de Abogados de España a perorar sobre un Pacto por la Justicia. Sería patético y daría hasta pena si no fuera injuriante. ¿Con quién piensa pactar? No puede hacerlo con nadie. Está apestado para todos los grupos de la Cámara. Los que creemos en la posibilidad de salvar la Justicia nos alegramos, pero no creo que Rajoy tenga la misma sensación.
Comentario aparte merece el hecho de que el Consejo General de la Abogacía y representantes de decena de miles de abogados de este país no tuvieran una mínima actitud crítica ante el ministro que les hace trabajar a trompicones cada día con un mal programa como Lexnet y que les ha vendido un papel 0 que se transforma en la cotidianidad en triplicar el trabajo que antes tenían para añadir a lo digital lo convencional. Un ministro que les quiso jugar la mala pasada del IVA del turno de oficio y que aún pretende extender la inclusión obligatoria de todos los letrados en el mismo. Un ministro que no solo no hace nada para mejorar el retraso que sus clientes sufren en los juzgados sino que además ha creado órganos judiciales que nacerán muertos y perjudicaran a cientos de miles de justiciables, como son los de cláusulas suelo.
Varios decanos de diferentes colegios acompañados de miembros de sus juntas se levantaron para no participar en ese espectáculo poco gratificante de los representantes de la Abogacía jaleando al ministro reprobado. Aún he leído posicionamientos que consideran institucional esta actitud servil que solo pudo abochornar a decenas de miles de abogados de a pie. Hay una costumbre de refrotarse contra el poder que es propia de quienes se sienten cómodos con él. Una institución lo es porque ha sido creada para desempeñar una determinada labor política o social. No parece que el ministro esté cumpliendo la suya ni que los representantes de los colegios lo hicieran al aplaudirle. La crítica es tanto más necesaria si tenemos en cuenta que sobre las instituciones representativas de la Abogacía pende una especial obligación y diligencia de defensa de los valores del sistema y del Estado de Derecho. Si ello,s que entienden perfectamente lo que sucede y los riesgos que corremos, como técnicos que son, hacen la del avestruz, mal veo todo esto. El tema es tan serio que yo no lo dejaría sólo en manos de periodistas. No es moral.
Catalá es un ministro inútil y es un ministro que huele a caka y la caka mancha a los que están alrededor. Ahora sabemos que Catalá es el ministro que engañó a Consuelo Madrigal dándole por sentado que repetiría como fiscal general si el PP gobernaba tras el periodo de interinidad mientras muñía la operación Maza para domesticar a la Fiscalía. Ahora es un clamor que Catalá es “Rafa” el ministro que hablaba con el imputado Cerezo y le daba noticia sobre los movimientos que podrían ayudarle a él y a Ignacio González. Sabemos que es el ministro que enviaba mensajes a los imputados mandándoles abrazos y deseándoles que se “cerraran” sus líos judiciales. El ministro que asiste a los cumpleaños de los condenados por fraude fiscal en el Pirineo y que festeja los aniversarios de sus millonarios bufetes y que parece sentirse muy cómodo con ello quizá porque, aunque ahora diga lo contrario, opina que “Panamá no es un paraíso fiscal sino una cultura tributaria diferente”.
Y es que Catalá, que era llamado a ser permanentemente un segundón en la Administración y al que sólo la caída de su antecesor llevó ante las candilejas, se ha desvelado un lenguaraz tamaño Margallo desde que ha tocado un poder de primera línea. Esta circunstancia tampoco tranquiliza mucho al gobierno.
Catalá, que es un ministro que considera necesario decirle a los tribunales, justo antes de que decidan, que para encarcelar a Urdangarin “tienen que tenerlo muy justificado” o que cree que “la responsabilidad política de la corrupción se salda en las urnas” o que “debiera sancionarse con firmeza a los medios que publiquen investigaciones en curso” e incluso que “ni el Gobierno ni Trillo deben de pedir perdón por el Yak-42 porque no tienen ninguna responsabilidad” es un peligro ambulante para el Gobierno de Rajoy ahora que él mismo es una tea política. Con un Hernando es más que suficiente y a Hernando nunca le han hecho ministro.
Catalá está kaputt por su culpa in eligendo que incluye a un fiscal general del Estado que está absolutamente desacreditado ante la sociedad y ante la propia carrera fiscal, al respaldar una y otra vez que un fiscal jefe Anticorrupción tenga él mismo una sociedad off shore y que, además, ha mentido a los ciudadanos y al propio gobierno. Están en la misma pira y terminarán igual.
Ante tal cúmulo de evidencias no cabe ninguna duda tampoco de que la oposición no va a parar hasta cobrarse la pieza. Recuerden los tiempos en los que ir a cazar con un juez costaba la cabeza.
De sus tres antecesores, dos tuvieron que dimitir. No es casualidad que el Ministerio de Justicia se haya convertido en una silla eléctrica por encima de carteras que habitualmente eran más conflictivas. Sólo es un reflejo de lo que está pasando.
Nunca hay dos sin tres.