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Una Candela al viento

Candela Peña salió a recoger su premio a la mejor actriz en el Festival de Cine Español de Málaga con cinta negra que sellaba sus labios. Con la belleza poderosa de una luchadora, dejó claro que una actriz no es una mujer florero y que su dignidad de ciudadana está por encima, incluso, de su brillante trabajo. Es probable que Candela Peña sea la mejor actriz del cine español (en mi opinión, lo es) pero este es el país en el que, lejos de ser respetado, de ser venerado su portentoso talento, fue vapuleada por unos y por otros por atreverse a hablar en su discurso de aceptación del premio Goya a la mejor actriz secundaria de lo que todos hablamos en todas partes, de lo que nos preocupa y nos indigna, de lo que es nuestra obligación responsabilizarnos, de lo que ocupa todas las conversaciones y todos los insomnios, de lo que está pasando y nos están haciendo.

Candela Peña fue linchada por una derecha nostálgica del cine franquista, en el que las actrices representaban a la chacha o la folclórica que toda mujer había de ser, y que no soporta que el cine español está infestado de lo que ellos llaman rojos como quien escupe un insulto. Pero también fue reprobada por los tibios, por los cobardes que hacen una falaz distinción entre el espacio de la política y el espacio del cine, como si el de la política no incluyera todos los espacios. Y también fue reprendida por la generalidad de una prensa mercenaria, pusilánime, espuriamente interesada. Pocos perdonaron su admirable atrevimiento de mujer libre, de mujer pensante, de ciudadana consecuente cuyo talento como actriz no puede sino proceder de su conciencia como individuo.

La desgarradora belleza de su boca sellada en el Festival de Málaga fue el gesto suficiente para hacer alusión a lo que está ocurriendo en este país de ladrones, de mentirosos, de represores, de violentos, de vengadores y de amedrentados. Porque Candela Peña tenía todo el derecho y toda la razón, como ciudadana y como actriz, al referirse a este país como lo hizo en los Goya.

Porque este es el país con un Gobierno de cínicos que se atreven a considerar la emigración juvenil “como un orgullo” (Aguirre dixit) y que aconsejan no dejarse “cegar” (habló Floriano, que no ve más allá de sus narices) por unas cifras de paro que son de llorar y que pueden terminar siendo de algo peor.

Este es el país de más de 6 millones de parados.

Este el país en el que el Gobierno de Rajoy ha aprobado un recorte en Sanidad y Educación de 10.000 millones de euros (3.000 en Educación y 7.000 en sanidad), el mayor recorte en servicios públicos de la historia de la democracia.

Este el país donde se celebran ruedas de prensa sin preguntas, en el que el presidente del Gobierno aparece ante los medios a través de una pantalla de plasma y desaparece durante semanas cuando más debe estar.

Este es el país en el que los recortes de lo público deja a sus trabajadores en la calle y luego se contrata a algún amiguete para hacer su trabajo, como ha pasado en Telemadrid.

Este es el país donde los banqueros que engañan a sus clientes y roban el dinero a los ancianos se van a casa con una indemnización multimillonaria.

Este es el país en el que las autoridades envían a sus esbirros a ensuciar con sus botas antidisturbios el poco terreno que queda de lo que debe ser una Universidad libre y crítica, como solo puede ser el pensamiento.

Este el país en el que el partido en el Gobierno ha incumplido de forma sistemática la ley de financiación de partidos pero miente y miente y sigue mintiendo ante todas las evidencias al respecto.

Este es el país en el que a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, no se le cae la cara vergüenza (porque vergüenza no tiene) al decir que sus votantes dejarían de comer antes que de pagar la hipoteca. Lo dice ella, que cobra varios sueldos y cuyo marido está relacionado con las empresas del ladrillo que han influido, para su criminal beneficio, en la reforma de la Ley de Costas (como, de forma prístina, demuestra el informe de Greenpeace “Amnistía a la Destrucción”).

Este es el país en el que la susodicha manchega califica de “nazismo” la protesta ciudadana pacífica.

Este es el país en el que la hija del Rey, involucrada en presuntos delitos de falsedad en documento oficial, falsedad en documento mercantil, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, fraude a la administración y prevaricación considera una vulneración de su intimidad que el juez le pida sus declaraciones de la renta.

Este es el país en el que los grandes defraudadores fiscales son amnistiados pero se saca a rastras de su casa a los desahuciados.

Este es el país en el que Delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, propone “modular” el derecho de manifestación.

Este es el país en el que el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, declara que deben establecerse “límites” a la libertad de informar de los medios.

Este es el país en el que los periodistas son identificados por la policía como si fueran delincuentes y cuyo trabajo es sistemáticamente obstaculizado.

Este es el país que grava su cine con el 21% de IVA porque el Gobierno del PP odia su libertad intrínseca y escarmienta así a sus gentes críticas.

Este es el país que desprecia la producción de cultura pero pretende declarar Bien de Interés Cultural la tortura y la muerte de los toros.

Este es, en fin, el país de cainitas que lanza su turba furiosa contra la foto de dos adolescentes que claman por la reconciliación vasca.

Candela Peña no se refirió a todo ello en los Goya pero se comprometió con un país en el que quieren callarnos la boca. La cinta negra que sellaba sus labios en Málaga es un símbolo de nuestro tiempo, es la marca de la represión y de la censura. Pero, también, es el rostro que llena el aire de lucha, de combate, de resistencia y de fuerza. El aire de un país que reclama su oxígeno.