Parafraseando el famoso poema de Allen Ginsberg, estos días yo podría decir que “he visto las mejores mentes de mi generación presentándose a primarias”.
De pronto, vivo rodeado de candidatos y dirigentes políticos. No exagero. Echo un vistazo a mi agenda de amigos en el teléfono, y en un primer vistazo encuentro una docena de miembros de direcciones políticas locales o autonómicas, otros tantos candidatos con serias opciones de ser concejales o diputados regionales, y hasta un buen amigo aspirante a presidente o líder de la oposición de una importante comunidad.
Doy un repaso también a mis contactos más habituales por correo y redes sociales, y la lista crece con varias decenas de conocidos que de pronto se han convertido en cargos orgánicos o están disputando en primarias un puesto en las próximas listas.
En mi caso se debe sobre todo a Podemos y los distintos Ganemos de varias ciudades. A otros les pasará con Ciudadanos, cuyo ascenso vertiginoso también recluta gente por todo el país. Entre unos y otros, la súbita necesidad de crear de la nada estructuras territoriales y al mismo tiempo llenar listas electorales está haciendo que den un paso al frente cientos de personas que en su mayoría no habían participado hasta ahora de la política institucional.
Es uno de los fenómenos más sugerentes de los últimos meses: el ensanche de un terreno político que apenas había variado en cuatro décadas y que, de pronto, genera una demanda inagotable de cuadros, dirigentes, candidatos y, en breve, también exigirá cargos públicos y técnicos con que cubrir las nuevas responsabilidades de gobierno o de oposición.
Y a esa llamada acuden “las mejores mentes de mi generación”. La cantidad de talento y experiencia que está ingresando estos días en la política institucional es asombrosa: activistas sociales de todas las luchas, profesionales brillantes, economistas heterodoxos, pensadores y, en general, lo más inquieto de cada barrio.
Echen un vistazo a quienes han dado ese paso al frente en sus ciudades y comunidades, y verán que no exagero. En mi caso, veo boquiabierto las listas que se presentan en Ahora Madrid. Lo mejor de cada casa. O el aspirante de Podemos a la Comunidad, José Manuel López. No les oculto que somos buenos amigos, y hemos compartido algún proyecto, pero quienes lo conocen y lo han visto trabajar saben que no exagero si digo que es una de “las mejores mentes”.
Un fenómeno sugerente, pero también inquietante. La apuesta es muy fuerte: ganar las instituciones y, desde ellas, cambiar el país. Y, como tal, el riesgo también es grande. Si sale bien, ahí estarán los mejores cerebros de mi generación para darlo todo. Si sale mal, ¿será reversible el proceso? ¿Cuántos desharán el camino para volver a donde solían, y cuántos se quedarán en ayuntamientos, asambleas o el Congreso dedicados por entero a la absorbente actividad institucional aunque sea en la oposición?
Hay quien viene señalando el enfriamiento de la calle en el último año, y con razón: si hoy convocas, lo mismo una manifestación que una mesa redonda, van cuatro gatos porque todos los demás están en asambleas, reuniones internas o mítines. Hay quien avisa también del peligro de descabezar movimientos sociales cuyas personas de referencia están hoy dedicando todo su tiempo y energía a las nuevas necesidades organizativas y electorales.
Es verdad que hay ejemplos de cómo el paso al frente merece la pena. Ahí está Alberto Garzón, que llevó aire fresco al Congreso hace tres años, y no se ha marchitado.
Los candidatos y dirigentes que me rodean, me tranquilizan cuando les confieso esa inquietud: “Eso no va a pasar”. Esperemos.