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A cara o cruz

Uno de los dos, Sánchez o Iglesias, tiene que ceder algo para que no haya elecciones. Al menos lo suficiente para que se pueda iniciar una negociación como la que hasta ahora no ha habido. En eso radica el intríngulis del momento. Puede ocurrir. O no. La solución es a cara o cruz. Ninguna declaración pública de ningún dirigente vale para atisbar por dónde irán los tiros. Porque todas ellas están únicamente destinadas a hacerse el bueno de cara a la opinión pública. El resultado final será un cara o cruz que se alcanzará a puerta cerrada.

La batalla por hacerse con “el relato”, porque su decisión final quede justificada ante los suyos, en primer lugar, y ante sus electores potenciales, en segundo, está dando ya sus últimas boqueadas. Pero sus resultados han cambiado un tanto de signo en los últimos días respecto de las semanas anteriores.

Porque mientras la venta del producto que hace Pedro Sánchez ha ido perdiendo un tanto de eficacia porque genera demasiadas preguntas sin respuesta, la fuerza con que Pablo Iglesias sigue defendiendo sus pretensiones está logrando que estas empiecen a dejar de parecer un emperramiento radical sin más y que más de uno se plantee que puedan ser razonables. O cuando menos, no rechazables de entrada.

Nada hace pensar que ese eventual sesgo pueda influir algo en el asunto central, en la posibilidad de un acuerdo. Pero sí puede influir en otro terreno, el electoral. Y hoy por hoy no cabe descartar que el cuadro que resultaría de unas nuevas elecciones generales puede estar cambiando algo respecto del que se suponía que existía hace solo algunas semanas.

Y ese sí que es un punto crucial de la situación. Porque el argumento sobre el que se basa buena parte de la postura que defiende Pedro Sánchez, aunque ni él ni ninguno de los suyos lo haya reconocido públicamente, es que unas nuevas elecciones habrían de mejorar la posición del PSOE y habrían de conferirle un espacio de maniobra para conservar el Gobierno mucho mayor del que actualmente dispone. Por ejemplo, porque podrían reducir el peso parlamentario de Unidas Podemos, al tiempo que podrían colocar a Ciudadanos en la necesidad de cambiar su actual rechazo a cualquier entendimiento con el PSOE.

Es significativo que no se estén publicando sondeos, siendo las encuestas el único instrumento útil para valorar la solvencia de cualquier hipótesis en ese contexto. El último informe del CIS sirve de poco, porque sus datos están recogidos hace dos meses y porque el porcentaje de los que no se posicionan, que no debe confundirse con el de potenciales abstencionistas, es demasiado grande.

Y si no hay información demoscópica a disposición del público en general –que las encuestas privadas para los partidos deben de estar haciéndose todos los días– es seguramente porque el estado de la opinión pública es demasiado incierto y volátil como para sacarla a la luz sin el riesgo de quemarse los dedos.

Y eso también abundaría en el sentido del apunte anterior. El de que Pedro Sánchez puede no tener tan clara su perspectiva como la tenía hace pocas semanas. A eso eventualmente habría que añadir que el panorama general se está enturbiando más rápido de lo previsto. Sobre todo, porque la última actuación del presidente del Banco Central Europeo indica que el peligro de una recesión en Europa es cada vez más acuciante. Mario Draghi lo ha transmitido sin ambages. Segundo, porque en ese contexto la situación de un sector tan decisivo como es la banca es cada vez más inquietante y algunas entidades españolas están bastante tocadas.

Habría unas cuantas cuestiones más, lo que puede ocurrir en Cataluña tras la sentencia es una de ellas, que llevarían a preguntarse si lo más razonable es que España no vaya a tener un gobierno con plenos poderes otros seis meses más, como poco.

Todo ello lleva a pensar que en el cara o cruz que se planteaba al principio cabe la posibilidad de que Pedro Sánchez haga algo por evitar la repetición de elecciones, allanando el camino de un mínimo entendimiento con Unidas Podemos. Y tiene que ser Sánchez quien lo haga. Porque Pablo Iglesias puede aceptar algunos o muchos matices de la misma, pero ya no puede echarse para atrás en su propuesta de un gobierno de coalición.

Se ha jugado todo a eso, ha movilizado a su organización en torno a ese lema, sacándola, al menos aparentemente, del marasmo en que quedó tras sus errores en las sesiones parlamentarias de julio y no puede sino llevar ese planteamiento hasta el final. Sólo si Sánchez cede algo podría empezar a redimensionar sus exigencias.