Carme Chacón, recién nombrada ministra por Rodríguez Zapatero, acudía por vez primera en esa condición al Congreso de los Diputados. Al volver a su coche oficial, se encontraría en él con una rosa de Ecuador y una nota de felicitación sin firma. No mucho después ella supo que ese gesto provenía de un diputado del Congreso pero no de su grupo, sino del PP. Era yo.
Estuve 11 años y medio en esa Cámara. Cada uno tiene sus propias vivencias y percepciones, sus fobias y sus filias, pero en ese largo, excesivo tiempo (aunque los últimos cuatro eran de exilio interior), mi testimonio es que fue la mejor persona que me encontré en el Congreso. Y con quien me sentí humanamente más próximo.
Ella en tiempos post-universitarios, había ido alguna ocasión de observadora internacional a Bosnia y eso le generó atracción por mi intensa actividad sobre ello que yo desempeñaba en la OSCE. Era mi camino huyendo de la miseria de lo que cada vez pensaba que era la política y el maltrato (ya desde mi oposición a la guerra de Irak) de la dirección de mi grupo.
Fue un trato muy frecuente, y largas conversaciones a solas. Pero hablábamos poco de política y mucho de poesía, de temas humanitarios, de vivencias… Ya nos pasó un par de veces de encontrarnos al salir o comer juntos a algún político siempre del PP. Pero no había nada de ocultar. Lo que era pura amistad y una relación normal en alguien como yo que no tenía reparo en escribir artículos firmados conjuntamente con diputados del PSOE, como Maritxell Batet o Juan Moscoso, entre otros.
Hablábamos también de baloncesto que ella practicó, de sus post grado en Manchester, de sus inquietudes. De nuestros mundos políticos, tratábamos pocos. Yo era muy público que tenía varias banderillas de los míos. No merecía la pena hablar de ello. Ella tampoco hacía muchos juicios de los suyos. Si de algunos “compañeros” muy concretos sobre los que compartió confidencia conmigo, pero eso quedará siempre guardado.
Como Vicepresidenta del Congreso, me apoyó (era Vicepresidenta del Congreso) en mi actividad internacional y decía a veces que aún en la situación difícil en mi partido, me envidiaba pues yo me había creado una actividad paralela sobre derechos humanos y ajena al mundo sórdido de la política y las falsedades. Así lo consideraba ella.
Se casó en un acto reducido de gente. Era diciembre de 2007. Yo estaba en esos días en Kirguizistán. Antes de partir, le dejé mi regalo: una botella de vino de 1971. Era el año en que había nacido. Mi nota era un juego de palabras entre la excelente añada y ella.
Ella era más de partido que yo y su pertenencia al PSC-PSOE no quebraría nunca a diferencia de, en mi caso, mi distanciamiento y ruptura con el PP. En mis comienzos, yo era portavoz de Rajoy en el Congreso y mi contendiente en el PSOE era un tal Rodríguez Zapatero. Con el tiempo, uno y otro serían presidentes de Gobierno de España y yo abandonaría la política.
Me sentí muy identificado con Carme cuando luchó por ser Secretaria General del PSOE y perdió por apenas 22 votos. Creo que si hubiera ganado habría podido ser con el tiempo ser una excelente presidenta de Gobierno. Algún día tendrá que llegar una mujer, decía yo. Ella tomaría su exilio en Estados Unidos dando clases y esperando tiempos mejores, pero quien en otro tiempo fue un gran compañero para ella y le había ganado en la Secretaria General, luchó lo indecible en los tiempos para que ella no pudiese optar a otra oportunidad tras su retirada.
En ese momento, puso en su WhatsApp telefónico una frase: “Un nuevo día brillará”. Era parte de una canción de esa luchadora cantante gallega Luz Casal: “Quiero ser el rojo del amanecer; un nuevo día brillará; se llevará la soledad”. Pero ella nos ha dejado.
En ese tiempo, el nivel de confianza se mantuvo vivo y yo le preparaba, como otra gente, (pero en mi caso, sin ser yo del PSOE), papeles y notas sobre política internacional. Mi confianza en ella era grande. Se fue quedando sin hueco aquí. Su moderación excesiva, fruto acaso de su paso por el Ministerio de Defensa, se la reproché alguna vez. Recuerdo una entrevista con Onda Cero donde, tras concluir la conversación, la batería de elogios de los tertulianos que eran de una nítida derecha y el tono de ella, muy institucional, hizo que la llamase y le reprochase que el sentimiento de muchos españoles no iba por allí sino por el profundo cambio. Yo ya estaba muy indignado con ese PP-PSOE pero ello no afectó a nuestra relación personal.
La última vez que hablamos fue hace un mes. Yo presentaba un libro sobre Gorbachov en el Centro de Estadios de la Defensa Nacional, dependiente del Ministerio de Defensa. Unos días antes la actual titular había pedido por vez primera disculpas a las víctimas del YAK 42. Pensé que podía ser ocasión de que las dos mujeres que habían ocupado ese Departamento se encontrasen, siendo yo la excusa.
Carme tuvo en su momento unos ataques despiadados, más que rancios y machistas, tras su nombramiento. La actual, Cospedal, no ha padecido eso. Esta última es compañera abogada del Estado y dado el lugar donde se celebraba el acto, pensé juntarlas. Chacón me expresó (creo que más bien por mí) la aceptación. A la actual le escribí y le propuse esa idea. No hubo respuesta.
Este artículo va, decía, como testimonio muy personal, ajeno a la política y como expresión de que más allá de las teóricas trincheras, hay puentes que permiten a los audaces, como ella, conectar a nivel humano y compartir una amistad.
Ya sólo queda en mi corazón unas extrañas por inauditas palabras de despedida de Carme en esa larga conversación, muy cariñosas y expresivas para lo que solo fue una gran amistad: “No olvides, Jesús, que te quiero mucho”.
Gracias, Carme, con todo mi corazón. Un nuevo día brillará.