La afición del Liverpool tiene memoria y es consciente de quiénes fueron responsables de su dolor. Es por eso que una de sus canciones más ilustres decía “Cuando Margaret Thatcher muera haremos una fiesta”. Y la hicieron. Claro que la hicieron. El odio de la afición red a la infame dirigente británica se debe al papel que tuvo la policía que Thatcher mandaba con mano de hierro en la tragedia de Hillsborough. Un partido celebrado en 1989 entre el Liverpool y el Nottingham Forest en Sheffield donde murieron 94 seguidores del Liverpool. La actuación policial fue la responsable de la muerte de los aficionados y eso provocó un odio primitivo para siempre entre la afición contra Margaret Thatcher. Ese carácter festivo tras su muerte no se dio solo entre los futboleros, sino entre todos aquellos que vivieron la lucha indecente, represiva y, en ocasiones ilegal, contra el movimiento obrero y en especial contra los mineros. El día que murió Thatcher una portada del Socialist Worker lucía con una lápida manchada de sangre con el nombre de la dirigente conservadora y una palabra: “Rejoice” (regocijo) mientras cientos de británicos salían a la calle a brindar.
Si la afición red y la clase obrera británica tenían motivos para celebrar la muerte de una dirigente elegida democráticamente por su papel en una catástrofe que costó la vida de más de 90 personas y por su lucha activa, incluso con medios antidemocráticos, en contra de los movimientos sindicales no podríamos ser menos en España celebrando la efeméride en que Franco comenzó a pudrirse para siempre. Solo puede ser propio de acomplejados con mucho miedo por molestar a la derecha decir que no hay que celebrar que se muera la gente, y podría estar de acuerdo en que no se debe celebrar la muerte de nadie que no sea escoria inmunda y la responsable de la muerte de miles de personas y de haber mantenido a un país en la oscuridad y la miseria después de haber dado un golpe de Estado. No se celebra la muerte de gente, se celebra la muerte de Franco.
No faltan los que dicen que tras la muerte de Franco no llegó la democracia y por lo tanto no hay nada que celebrar con su muerte para a renglón seguido establecer una serie de hitos de la Transición, como las primeras elecciones democráticas o la Constitución como momentos insignes que sí merecen celebrarse, como si no se celebraran ya de manera recurrente. Son los mismos que han provocado que durante años la memoria histórica sea una tarea pendiente que ha tenido a las víctimas del Franquismo silenciadas, vapuleadas y ninguneadas. No se trata de conmemorar momentos importantes de nuestra democracia, ahora no, se trata de celebrar la muerte del victimario y honrar a las víctimas que provocó. Se trata de aprovechar una efeméride redonda para poner en valor a quienes llevan medio siglo penando por recuperar los huesos de sus familiares, porque no se dignifique la memoria de su verdugo y porque se haga justicia aunque sea de manera simbólica.
Sí es necesario valorar el verdadero compromiso del PSOE con la memoria histórica, las motivaciones que tiene para esta celebración y hasta dónde está dispuesto a llegar con su profundización democrática en materia de memoria. Es ahí donde siempre flaquean las intenciones de este ejecutivo en particular y del PSOE de manera histórica. No hay una sola de las leyes que ha aprobado sobre este tema que haya sido ambiciosas ni haya abordado los puntos clave necesarios para convertir una democracia en plena restituyendo el nombre de los demócratas y juzgando a los que participaron en un régimen criminal. Ni siquiera se han atrevido a ser valientes con quienes sin participar en ese régimen viven de sus frutos y glosan las bondades del dictador.
Celebrar que Franco lleva muerto cincuenta años para honrar a sus víctimas es necesario, pero también lo es devolver el patrimonio expoliado a esas familias durante cuarenta años de dictadura y a eso no se atreven. La resistencia a la memoria es solo una manera de proteger el patrimonio y los recursos robados durante el Franquismo. El dinero es lo que les duele, quítenles el botín.