Los días 10 de cada mes, a las 00.00 horas, la administración pública ingresa el subsidio por desempleo, una ayuda para desempleados que ya no cobran el paro y que no tienen más recursos. Sólo hay una vía de entrega: el banco.
No son pocas las personas en riesgo de exclusión social que tienen deudas o que han sido desahuciadas y, por tanto, todo euro ingresado en su cuenta es casi de inmediato embargado. Así que los días 10 de cada mes, a las 00.00, hay gente que acude a los cajeros para intentar extraer su subsidio por desempleo antes de que el banco se lo congele. En algunas zonas suelen formarse colas.
“Si esperamos a la mañana del día 10 ya nos la han quitado”, me explica Manuel, uno de tantos afectados. Muchos no llegan a tiempo y sufren ese mes la pérdida del subsidio que les corresponde y que puede marcar la diferencia entre tener que pedir en la calle o no, poder alimentar a sus hijos o acceder a medicamentos.
A mi amigo Paco le pasó recientemente. El día 10, al acudir al banco más tarde de lo habitual, le informaron de que los poco más de 500 euros que cobra como subsidio ya habían sido embargados. Paco tiene aún la deuda de la hipoteca de su casa, a pesar de que fue expulsado de ella. Esa deuda le impide sacar libros de la biblioteca para sus hijos, tener un teléfono móvil a su nombre, alquilar un piso o incluso acceder a un catálogo de venta de libros.
La ley establece que el subsidio por desempleo es inembargable, pero en la práctica los bancos no distinguen el origen del ingreso y, al tener orden de embargo por la administración pública, pueden considerarlo depósito. Ante ello, lo que se recomienda es “retirar de la cuenta bancaria inmediatamente el abono”. Es decir, acudir a las 00:00 horas a un cajero del que se puedan extraer más de 300 euros. En caso de no llegar a tiempo, hay que recurrir.
De este modo, a la vida al borde de la exclusión social se suma la indignidad de tener que ir mendigando, papeleo mediante, el subsidio que el banco te arrebata a pesar de que por ley te corresponde.
Paco trabajó durante 35 años y sirvió al Ejército un año y medio, “haciendo la mili”. A cambio recibe exclusión social. Es consciente de que su problema no es un fracaso individual, sino colectivo, fruto de decisiones políticas que han aumentado la desigualdad y la precariedad mientras el número de millonarios crece un 40%. Gracias a eso ha sabido vincular su depresión con un proceso mayor. Pero otras personas no lo saben, y el poder político prefiere que sigan sin saber, a pesar de las consecuencias psicológicas letales que ello puede provocarles.
De esto y de muchas otras cosas habla el libro Gente Precaria. La rebelión de los frigoríficos vacíos, impulsado por afectados por la precariedad y la exclusión social. Parte del beneficio de las ventas del mismo está destinado a la cooperativa Directo del Bancal, formada por personas afectadas por la hipoteca que han encontrado en la tierra, en la huerta, un nuevo modo de vida.
Ellos, y tantos otros, no son gente resignada, sino personas luchadoras que saben que más allá de la riqueza económica hay otra riqueza que no contabiliza en las estadísticas: la de la compañía y la organización colectiva frente a la soledad. Más allá de los mensajes bidireccionales de compraventa está la vida, las personas, con todos los pliegues de humanidad que ello conlleva.
Más allá de las dinámicas que nos reducen a simples productos y agentes del mercado laboral está nuestro derecho a actuar como sujetos transformadores, a vivir con dignidad, con acceso a las necesidades básicas. Y también, cómo no, está nuestro derecho a disfrutar de lo que un cielo de estrellas tenga que decirnos en mitad de la noche, porque qué sería de nosotros si no miráramos más allá de la pantalla del televisor.