Una sociedad se puede considerar madura no cuando llega a un consenso único sino cuando aprende a convivir con todas las opiniones. No cuando alcanza un grado convergente de razón sino cuando sabe cómo dialogar con personas que piensan distinto y a buscar acuerdos comunes. Y la clase política se puede considerar eficiente cuando no puede practicar un absolutismo exagerado y necesita de las otras y los otros. Y eso, a pesar de que en algunos aspectos no nos convenza, es lo que ha ocurrido en las últimas elecciones en España.
Una vez más la ciudadanía ha sido más moderna e inclusiva que sus instituciones y ha dicho un no rotundo a muchos abusos de poder con los que había quien se creía que habíamos aprendido a convivir sin inmutarnos. No ha sido así. El triunfo moderado pero emocionante del PSOE (si bien a muchas de nosotras nos duele el descenso de Unidas Podemos, no queríamos 23 diputados de Vox ni que Ciudadanos remontara de una forma tan competitiva) nos ha recordado a una España que creíamos extinta. Entiendo que a aquella España hay quien no quiere regresar ni confía en que nos pueda llevar por un camino sensato, pero verla aparecer el domingo pasado después de las elecciones fue reconfortante no sólo para quienes habían votado al PSOE sino para quienes lo hemos votado durante muchos años. Hay que reconocerlo: nos emocionó ver que el PSOE recuperaba una fuerza que habla de una sociedad que sentimos más nuestra que la de la trama Gürtel, el caballo de Abascal o el desprecio de Inés Arrimadas.
No sólo nos alegramos del triunfo electoral del PSOE sino de constatar que había una España que a pesar de ser sometida a vejaciones, amenazas, noticias falsas y tóxicas, catalanofobia, rencor y una reinterpretación cruel de nuestra historia común, no ha sucumbido al miedo. No importa que se diga que fue resultado del voto útil. Las votantes y los votantes españoles demostraron que saben elegir lo más sensato, civilizado y pacífico dentro de las posibilidades que nos ofrece nuestra clase política. Y que humillar a una comunidad de manera ejemplarizante, pero humillar constantemente y de manera sistemática a otros colectivos, ha sido un basta que comenzó con la manifestación feminista del 8M de 2018 y las movilizaciones contra las sentencias repugnantes que esconden crímenes que por comparación pueden resultar menores, los estudiantes pidiendo políticas urgentes contra el cambio climático o la ciudadanía (una vez más y de forma masiva) recordando a la clase política que tenemos un compromiso con las víctimas de la guerra y las refugiadas y refugiados.
La izquierda se impuso en este país que si bien es vergonzoso en su proceso de recuperación de la memoria histórica o la apertura de fosas comunes o donde vemos que detienen al rapero Pablo Hassel por injurias a la Corona pero no actúan contra las tradiciones de Coripe (lógicamente); digo, en este país que a menudo nos parece tan arbitrario y tan injusto con los líderes y representantes del Procés, con los jóvenes de Altsasu o con impunidades jurídicas espantosas como la estancia en prisión de Sandro Rosell en medio de este panorama catalano-español; en este país, digo, en el que la ley mordaza ha provocado más de treinta mil denuncias en unos meses, en el que se persigue al oponente político y la corrupción parece lava; en este país, se ha hecho una recapitulación histórica necesaria que sin duda es un llamado a la calma. Que ganara el PSOE ahora fue como cuando ganó el PSOE en otros momentos de nuestra historia (catalana y española) y si bien nos indigna que entren diputados de la ultraderecha a caballo en el Congreso, es mejor que estén ahí que ilegalizados; es mejor que el PP tenga que dar la cara que esconderse; es bueno que Rivera y Arrimadas por más que insulten y griten no lleguen al poder (nunca, siempre parecen acercarse y no tocarlo). Y eso, que es resultado de un proceso de recapitulación ciudadana, habla bien de nosotras y nosotros. Y deberíamos celebrarlo.
Más allá de lo que esté por venir, la verdad, es que el 28A lo hicimos bien. Y demostramos a nuestra clase política y sobre todo al estamento jurídico que España es un país esencialmente reconciliador y pacífico. Y que no le hace los insultos que lleguen de ciertos lugares de su territorio o de Europa. Lo hemos hecho bien y merecemos respirar y celebrarlo. Ojalá estemos tan a la altura en la próxima convocatoria electoral, tan dispuestas y dispuestos a convivir democráticamente con una oposición que pierde fuelle, se pone cada vez más en evidencia y se aleja cada vez más de la ciudadanía (incluso de la ciudadanía a la que supuestamente representa). Yo nos felicito. Respiro. Y entiendo que hay que seguir y apelar a este nuevo gobierno (catalán y español), recordarles que han ganado las elecciones porque la ciudadanía española es cívica y está a favor del bien común. No es el voto del miedo. Es el voto del triunfo y la dignidad. Así, no podían asustarnos.