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Un clan napolitano en Madrid

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene durante un pleno en la Asamblea de Madrid.

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Madrid cada día se parece más a Nápoles. Los elementos de la política madrileña que la hacen asimilables al funcionamiento de un clan napolitano están ahí para quien quiera verlos. Una tragedia y un shock popular del que aprovecharse, una familia que hace negocio, una líder cesarista y omnímoda que humilla a sus correligionarios y unos camorristas a su alrededor dedicados a hacer pagar cuentas a los que ponen en riesgo el negocio familiar. 

Las tragedias como elemento de instrumentalización para la conformación de empresas y negocios es algo propio de la construcción de grupos familiares de tinte mafioso. Son elementos coincidentes en la mafia y en la política. La pandemia fue el elemento fundacional del surgimiento de un modo de funcionar para la política madrileña de la familia ayusista del mismo modo que funcionó el terremoto de Irpinia en 1980 para la camorra napolitana. Indro Montanelli lo llamó el Irpiniagate porque la reconstrucción precisa después de la tragedia funcionó para la Camorra y los políticos adscritos a la mafia como el gran negocio con el que expoliar los recursos públicos que llegaban de Roma y de las administraciones locales y así poder consolidar el poder de los clanes de la camorra con grandes pelotazos urbanísticos. Una tragedia, cuando todo el mundo necesitaba viviendas, hacía más sencillo aparecer como salvadores a la vez que se enriquecían. Quien dice viviendas después de un terremoto dice mascarillas en medio de una pandemia. El shock de la ciudadanía en pleno desastre siempre puede ayudar para hacer negocio. El hermano y el novio de la líder de la familia lo saben bien. 

El elemento del absolutismo mesiánico con los propios está ahí en innumerables ejemplos y casos. Pero uno que pasó desapercibido, por lo banal y ridículo, dejó en evidencia que cualquier cosa que haga perturbar a la lideresa, por insignificante que sea, deber ser tratado con la mayor de las diligencias para que nada pueda hacerla torcer el gesto. Noelia Núñez bromeaba con un compañero de partido en redes sobre el hecho de que la hubieran secuestrado en su propio partido en los actos del 2 de mayo. La realidad sobre la broma es una muestra del régimen norcoreano que se vive en la Comunidad de Madrid donde el Gobierno de Ayuso funciona como una corte absolutista más que una presidencia autonómica. 

Noelia Núñez es uno de los pocos cargos de Génova que acudieron a los actos del día de la Comunidad de Madrid porque es la cuota que la lideresa puso en la dirección nacional y no tiene ningún complejo en sentirse humillada si es para dar gusto a quien la puso donde está. Una de las delfinas de Ayuso acudió con el mismo vestido que Isabel Díaz Ayuso a la conmemoración que para Madrid es como la Diada para Cataluña, un acto de emancipación histórica, un ejemplo de lo que la familia quiere para Madrid y conformar su propio mito, su pequeño acto imperiófilo privado en el que ser como una pequeña emperadora y perfomar absolutista. La corte de propagandistas acudió rauda a evitar el sofoco a la líder y “secuestraron” a Noelia Núñez para que no se la viera con el mismo vestido, como si fuera la novia de Madrid, y se la obligó a cambiarse. La propia Núñez justificaba la decisión diciendo que ese era el día de Ayuso y que tenía que ser la protagonista. No se molesta a quien proporciona el sustento. 

Los camorristas o camorristi son el elemento principal que hace poder subsistir los negocios de la familia. En los clanes napolitanos ya sabemos cómo operan y no es preciso desgranarlo, pero en el clan madrileño, aquellos que serían asimilables en la comparativa, operan de manera más sutil en la concreción fáctica pero con la misma operativa. Se trata de quitarse de en medio a quien pone en riesgo el modo de vivir y la empresa filial por lo que cualquiera que sea una amenaza para que el imperio continúe tiene que ser apartado del juego. El futuro de Pablo Casado se pintó de negro en el momento en el que denunció algo obvio, que es difícilmente justificable que en el momento de mayor dolor de los españoles el hermano de una presidenta se lucrara con la venta de mascarillas a su propia administración. El cometido para apartarle se le encomendó a quien mejor se maneja en lo más oscuro y en la falta de escrúpulos. Se comenzaron a filtrar informaciones dudosas, falsas o relatos interesados a los medios pagados por la familia para acabar de manera rápida y fulminante con quien ponía en riesgo el negocio. Fue rápido y nada indoloro, al menos para el que era líder del partido y no sabía que el clan madrileño es el que de verdad manda. Una inconsciencia que están cometiendo también desde fuera sus otros adversarios. 

El mismo modus operandi funcionó con los periodistas de este medio en cuanto publicaron que el novio de Ayuso estaba inmerso en un fraude fiscal con facturas falsas, empresas pantallas por sus negocios con Quirón y la venta de mascarillas. Os vamos a destruir, os vamos a cerrar, ya no volveréis a trabajar. Nos quedó claro, pero ahora no han logrado sacarnos del juego. Ahora toca el Fiscal General del Estado con la complicidad de una serie de organizaciones y otros elementos dependientes de la familia, porque nada de esto hubiera ocurrido sin medios cómplices que publican bulos a consciencia solo por interés de la lideresa y colegios profesionales que salen raudos en auxilio de quien garantiza las condiciones para el buen funcionamiento de la empresa. No se ha acabado todo aquí, aún hay más. La política madrileña y la camorra napolitana se parecen más de lo que nos gustaría creer. Porque hay cosas que sabemos que aún no podemos contar y que les dejarían a ustedes con la confirmación de que lo que ocurre en Madrid no es política, se llama de otra manera, pero no política.

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