El secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez Ruiz, afirmó este lunes en Barcelona que la sede de la Policía Nacional de Via Laietana “ha sido y es un símbolo de servicio público desde la que varias generaciones de policías han contribuido y continúan contribuyendo a fortalecer la democracia”. El comentario solo puede responder a la ignorancia o a la mala fe porque, dicho así y sin mencionar en ningún momento que ese edificio es para varias generaciones, también de policías, un símbolo de la represión franquista y las torturas, es como mínimo de una torpeza infinita.
El número dos del Ministerio del Interior utilizó el discurso de celebración de los Ángeles Custodios, patrón de la Policía Nacional, para exaltar un edificio que el Ayuntamiento de Barcelona, con el voto favorable del PSC, ha reclamado transformar en un centro de memoria sobre la represión franquista. También el Congreso de los Diputados aprobó hace cuatro años (¡cuatro!) que la jefatura se convirtiese “en un museo-centro memorial, documental y archivístico de la represión franquista en Catalunya”.
El colega Antoni Batista es quien mejor ha explicado qué fue y qué significa ese símbolo al que se refiere Pérez Ruiz. Si echase un vistazo a alguno de sus libros (puede empezar por La Brigada Político Social, 'Memòria de la resistència antifranquista', Pagès Editors) descubriría cómo era esa “casa de los horrores”, que es como la define el periodista barcelonés. Sabría cómo actuaba la Brigada Político Social en los calabozos o durante los interrogatorios. El vocabulario y las formas de tortura eran variados. Existía el 'corro' donde se situaba al detenido en el centro y entre unos cuantos le molían a palos con golpes de porra, con los puños o patadas. Batista explica también en qué consistía la 'bañera'. Se trataba de meter y sacarle la cabeza de un cubo, donde a menudo no solo había agua sino que también se orinaban en él.
Bastaba con ser antifranquista para acabar en uno de los calabozos de los sótanos. Gregorio López Raimundo, Miguel Núñez, Jordi Carbonell, Josep Lluís Carod-Rovira, Anna Sallés o Josep Maria Benet i Jornet son solo algunos de los nombres conocidos que pasaron por allí. Batista dedicó años a estudiar archivos y legajos mientras que el republicano Joan Tardà fue el que más luchó en el Congreso para conseguir que la Cámara Baja apoyase la petición de las entidades memorialistas para convertir la comisaría en un centro donde recordar para no olvidar una etapa tan oscura. Lo mismo que se ha hecho en países de nuestro alrededor en espacios con un pasado igual de nefasto.
El nuevo conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, recordó al ministro Fernando Grande-Marlaska hace solo unas semanas, en su primera reunión, que el Congreso reclamó reconvertir el edificio en un espacio de memoria democrática. Que Marlaska no tiene prisa (haciendo una lectura benévola) quedó claro cuando en abril, en una respuesta en el Senado, afirmó que el Gobierno no veía “motivos operativos” para trasladar la comisaría. No solo los hay sino que sobran, y si no que les pregunte a los que le pueden relatar en primera persona qué fue Via Laietana, 43, y cómo se las gastaban los hermanos Creix, dos policías a quien Manuel Vázquez Montalbán definió en 1974 como “unos profesionales de la humillación”. Incluso Manolo se quedó corto para resumir los métodos de los Creix.