¿A dónde se ha ido la clase obrera? Antaño orgullosa, la clase obrera ha desaparecido del discurso público. Lo usual es afirmar que ninguna política puede sustentarse sobre el discurso de clases, que la gente se define a sí misma más como consumidora que en relación al trabajo que desempeña. Las identidades de clase parecen haberse disuelto y también las culturas políticas que contribuyeron a crearlas. Novecento, la epopeya de Bertolucci, podría ser un retrato de esa fusión en el siglo XX italiano, y ciertas películas de Alain Tanner –con John Berger como guionista– o de Jean Luc Godard, servir como ejemplo, a la vez, de sus esperanzas y desilusiones. El espíritu de 1945, la reciente obra de Ken Loach, es, desde luego, imprescindible.
Hablando de Gran Bretaña, Owen Jones escribe, en su muy conocido libro Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitán Swing, 2012), que las tres últimas décadas vieron crecer de modo espectacular una nueva clase obrera en el sector servicios. Se trata, afirma, “de trabajos más limpios y menos duros, pero muy a menudo de un estatus inferior, precarios y mal pagados”. Para hacerse una idea, escribe “en Gran Bretaña, la cifra de teleoperadores ronda el millón de personas, el mismo número de mineros antes de Thatcher. Los empleados de supermercados son otra componente de la nueva clase obrera británica. El comercio minorista se acerca a los tres millones de personas trabajando en las tiendas”. Si hablásemos de España habría que añadir sin dudarlo el enorme sector de la hostelería, también muy precario y de bajos salarios.
No sabemos si la polarización social que está dejando tras de sí no exactamente la crisis, sino el aprovechamiento de la crisis para reformular nuestras sociedades y acercarlas más al modelo del paraíso neoliberal, puede hacer reverdecer esas culturas e identidades. No es probable, pero nunca se sabe.
La huelga más sonada del pasado año fue la de basuras de Madrid. Durante 13 días de noviembre los trabajadores mantuvieron un pulso frente a las empresas del sector, empeñadas en bajar salarios. La unidad de los trabajadores logró parar el envite. Sin embargo, la resolución del conflicto implicaba la reducción del número de trabajadores a través de bajas voluntarias incentivadas, para desdoro de Madrid. Fue un verdadero tour de force entre trabajadores y empresas. Como la reciente huelga de basuras en Lugo, saldada también con una relativa victoria por la perseverancia de los trabajadores –59 días de huelga–.
Urbaser, la empresa concesionaria del servicio de limpiezas en Lugo forma parte del Grupo ACS. Es interesante consultar su página corporativa. Según una nota de prensa del grupo ACS, el beneficio neto del primer trimestre de 2014 alcanzó los 202 millones de euros, un 20,6% más que el año pasado. En particular, aunque descendió levemente la actividad del grupo en el sector de la construcción, mejoró en las actividades ligadas a servicios industriales (6%) y medio ambiente (7,2%). ACS está presidida, como se sabe, por Florentino Pérez y entre los principales accionistas están también los Albertos –Cortina y Alcocer–.
Esas huelgas forman parte del escenario social de hoy en España. Son escenas, si se quiere, de la lucha de clases: huelgas defensivas ante las enormes agresiones a los derechos de los trabajadores que se suceden, una tras otra, sin descanso. Susan George, la economista franconorteamericana, lo ha dicho así: “Creo que los griegos y los españoles son como ratas de laboratorio para ver qué nivel de castigo y sufrimiento puede ser aceptado por esta sociedad sin que la gente se rebele”. De hecho, la devaluación salarial que se está produciendo en España es bestial, según diversas fuentes, los salarios han bajado no menos del 10% de promedio; pero la realidad seguro que supera a las estadísticas. Mientras, los datos del CIS confirman que, en paralelo a la crisis, la gente ha tendido a autoubicarse más a la izquierda. ¿Significará eso que se generarán nuevas identidades sociales, nuevas culturas políticas? ¿Que, expresado en el viejo vocabulario de Lukács, la clase obrera en sí se transformará en clase para sí?