Clasismo médico

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Últimamente, los médicos están recibiendo una gran atención mediática en nuestro país por una suma de factores. A la tensionada situación de la Sanidad Pública en múltiples lugares de España, se unen las recientes huelgas de los facultativos para reclamar unas mejores condiciones asistenciales y laborales. Y a todo ello añadimos las recurrentes apariciones de políticos de diferentes partidos quejándose, con lágrimas de cocodrilo, de que no encuentran a facultativos porque “faltan médicos” (pista: en realidad, faltan plazas de ciertas especialidades  y médicos desesperados por aceptar condiciones de trabajo miserables).

En este clima de crispación sanitaria, no sorprende que los galenos estén sometidos a un mayor escrutinio público. En ese sentido,  uno de los aspectos que han pasado con más intensidad al terreno del debate público es la elección de especialidad médica. Hace apenas unas semanas, se publicaron los resultados del examen MIR (Médicos Internos Residentes), la prueba nacional a la que se enfrentan todos los facultativos que quieren formarse como especialistas en la Sanidad Pública. Como todos los años, los medios de comunicación entrevistaron a aquellos que habían logrado conseguir las primeras plazas. La médica Patricia Andrés Ibarrola, número 1 de la convocatoria de 2023, fue sincera sobre las motivaciones tras su elección: “Voy a escoger dermatología para ser feliz y no quemarme”.

La razonable justificación de Andrés no debería haber generado ninguna controversia. Sin embargo, han sido muchas las voces en redes sociales y medios que han criticado las declaraciones de la futura dermatóloga. Berta García de la Vega, decía en su columna en ABC: “El razonamiento de Patricia Andrés es coherente con la venta fácil de la felicidad contemporánea”,  que “esperemos que siga habiendo médicos a los que haga feliz resolver retos, extirpar tumores y arreglar corazones” y que “como seres humanos, nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más altas”. Por su parte, Salvador Sostres, afirmaba en su columna titulada “Veneno en la piel” en el mismo medio: “Es muy triste que la mejor entre tantos elija el camino fácil, el de plástico, el de ganancias obvias y beneficios magros”.

Los recientes exabruptos mediáticos sobre especialidades médicas no se han limitado a vapulear a la dermatología. El político Miguel Ángel Revilla declaró hace unas semanas: “No estamos pidiendo que todos los médicos que salgan sean como los que operan en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla trasplantes, pero para ir a los pueblos de médico de Familia, o a la Atención Primaria, tampoco hay que tener un 14”. Como era de esperar, los médicos no tardaron en expresar su descontento por las humillantes palabras dedicadas a la Medicina de Familia y, al final, Revilla terminó disculpándose por su desacertado testimonio.

Las variadas declaraciones anteriores tienen un punto en común: destilan clasismo médico. La idea subyacente detrás es que hay unas especialidades médicas más valiosas, necesarias y prestigiosas que otras. ¿Y qué factores deciden qué especialidades son importantes y cuáles no? Los prejuicios de cada uno, ni más ni menos. De las palabras de García de la Vega se deduce que dermatología no permite llegar al máximo del potencial de uno, a diferencia de las especialidades quirúrgicas que resuelve retos, extirpan tumores y arreglan corazones. Para Sostres, dermatología es el camino fácil (como si tener una elevada nota en el MIR para elegirla fuera un camino de rosas...) y para Revilla, Medicina de Familia no necesita un 14 de nota, como sí los necesitarían aquellos médicos que hacen trasplantes.

Llegados a este punto creo que es necesario recordar un hecho crucial en esta historia para no perder la perspectiva: el cuerpo humano es un sistema biológico extraordinariamente complejo. Existen infinidad de enfermedades y ningún ser humano, por muy brillante que sea, es capaz de abarcar toda la información y la experiencia que engloban todas las especialidades médicas. Nadie, absolutamente nadie, tiene la capacidad de atender con el máximo nivel de sabiduría médica a todos los pacientes, aquejados por innumerables enfermedades. En ese sentido, las especialidades existen precisamente para compensar nuestras limitaciones humanas y todas ellas son rotundamente necesarias, importantes y complementarias entre sí.

Desafortunadamente, el clasismo médico no solo afecta a aquellos ajenos a la medicina, sino que también puede azotar a los propios médicos. Muchos facultativos consideran más prestigiosas las especialidades más solicitadas, que requieren mayor nota en el examen MIR para acceder a ellas. Esta “numeritis” lleva a no pocos galenos a despreciar especialidades que requieren una nota baja, como Medicina de Familia. 

Lo anterior consiste en una visión sesgada de la realidad, pues innumerables estudios muestran que una atención primaria robusta es esencial en la salud de una población. Tener durante años al mismo médico de Familia reduce hasta un 30% las visitas a urgencias, los ingresos y la mortalidad. Si la finalidad principal de la medicina es aliviar, curar o prevenir enfermedades en los pacientes, ¡qué mayor prestigio que contribuir a ello, ya sea en la consulta de un pueblo recóndito, en una oficina de un centro de Salud Pública o en el quirófano más puntero de un hospital de referencia!

A día de hoy, en nuestra Sanidad Pública hay en torno a 49 especialidades médicas. Y no solo no sobra ninguna, sino que faltan. Hace décadas que los médicos llevan reclamando la creación de las especialidades de Genética Clínica, Enfermedades Infecciosas y de Psiquiatría Infanto-Juvenil (esta última aparecerá por primera vez como especialidad en 2023). No haber contado con estas especialidades durante tanto tiempo ha afectado, sin duda, a la atención de los pacientes que han sufrido enfermedades en estos campos, pues no contaban con profesionales formados específicamente en sus dolencias. 

Así pues, conforme más avanza la complejidad de la medicina y más especialidades médicas se van creando para abarcar todo ese conocimiento, más absurdo resulta hacer distinciones entre especialidades de primera o de segunda. Todas ellas suman y se complementan con un objetivo en común: atender al paciente de la mejor forma posible. Que sea mediante una cirugía a corazón abierto o con un “simple” antibiótico no importa, es solo el atrezo.