La realidad es la que es y es tozuda. No tengo plena confianza en que nuestros políticos sean lo bastante maduros como para comportarse como adultos, al menos en los días que quedan hasta el cierre de listas. No creo que se hayan acabado todos los exabruptos. Las filtraciones por hora de la última semana me han provocado enormes cabreos y una dosis exacerbada de vergüenza ajena. Pero, ante un acuerdo por necesidad, lo mejor que quienes intervenimos en la discusión pública podemos hacer es lo siguiente: procurar olvidarlo. No saldrá de mi boca ni escribiré palabra alguna que pudiera empeorar los resultados de Sumar el 23 de julio.
No olvido, mientras tanto, las dimisiones en Ávila por la confección de listas del PSOE, ni los pulsos entre Page o Puig y Ferraz. No me hago la ciega ante los odios y puñaladas de otros partidos y recuerdo a la perfección la defenestración escenificada de Pablo Casado: pienso en quienes pasaron de la noche a la mañana a no hablar a uno de sus colegas y compañeros. Pero ellos, una vez el asesinato cometido, la tensión dirimida, conocen la virtud del silencio temporal: manejan los tiempos. Y a nosotros, si queremos levantar las ilusiones necesarias y posibles, nos convendría aprender ese mismo dominio.
Todas las encuestas afirmaban la necesidad aritmética del acuerdo para hacer viable la esperanza, para mantener vivo al espacio del cambio. Es una alegría que haya llegado, aunque llegue así, y ojalá los próximos diez días sean días tranquilos y no insoportables, días de construcción en común y no de peleas mediáticas por el relato. A nadie se le escapa que los motivos tienen más que ver con la necesidad (necesidades financieras y presiones de los territorios incluidos) que con el gusto o el placer. Pero lo único que queda es hacer de esa necesidad virtud. Y en esas estamos.
Yolanda Díaz sigue siendo el mayor activo del espacio del cambio. Si se subsanan errores, la autonomía territorial y la gestión genuinamente confederada pueden convertirse en fortalezas a medio plazo. Es una alegría que entren en puestos de salida figuras como la activista saharaui Tesh Sidi, que se quedó fuera de las listas de Más Madrid a la Comunidad, en las que iba a concurrir como independiente: ojalá la renovación sea en esas listas costumbre y no excepción. El reparto de escaños provoca decepciones en otros territorios, porque nadie sale de la negociación con lo óptimo o lo mejor, con lo que desearía plenamente. Pero el resultado que hoy tenemos es bastante. Y el ánimo que habría provocado en el electorado el huracán de cuchillos de la desunión habría sido desolador.
Es por todo ello por lo que no quiero insistir ni en las decepciones, ni en las acusaciones, ni en las heridas, ni en los componentes más divisivos del acuerdo. Quiero, al contrario, imaginar que otro clima es posible, que puede instalarse otra atmósfera, y que la campaña puede desarrollarse sin que impere una desconfianza evidente para cualquiera, esté dentro o bien la observe desde fuera. Insisto una y otra vez en esas ilusiones posibles y en esos olvidos necesarios: hay otros asuntos fundamentales que dirimir, mil flecos, pero ninguno puede avanzar sin ese olvido.