Colegios para ricos, colegios para pobres

6 de mayo de 2023 22:04 h

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Esta semana, el Defensor del Pueblo de Navarra, Patxi Vera, advertía de que algunos centros educativos podrían estar inflando la nota del alumnado de Bachillerato para facilitarles el acceso a la universidad. El Defensor ha analizado las notas de los últimos seis cursos y ha señalado a los centros Miravalles-El Redín e Irabia-Izaga, relacionados con el Opus Dei, cuyo estudiantado ha obtenido las mejores notas medias de Navarra, sin que ello se haya reflejado en los resultados obtenidos en el EvAU, la prueba de acceso a la universidad. Este caso ejemplifica el gran mal del sistema educativo español: promete igualdad pero reproduce todas las desigualdades heredadas. Promovida por todos los gobiernos con la ayuda de la Iglesia y aceptada por familias de toda ideología, la desigualdad en la educación ha dividido a las escuelas en dos tipos: la pública, para pobres, y la concertada y privada, para ricos y aspirantes a serlo. Esto es especialmente visible en comunidades como Madrid, donde existe la clara intención de relegar la escuela pública a un papel residual, a una red de atención básica a familias de clases bajas, inmigrantes y alumnos con dificultades.

Según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional sobre el curso escolar 2021/2022, en España hay 28.470 centros educativos, 19.155 públicos y 9.315 entre concertados y privados. A diferencia de países como Finlandia o Alemania, donde el 90% de los alumnos de secundaria acuden a la escuela pública, en España el porcentaje se reduce al 68% y los colegios reproducen y hasta amplían la desigualdad y las brechas de renta y clase social existentes. Sí, dos de cada tres alumnos en España van a un colegio público, pero en su mayoría son los hijos de familias de clase baja y media-baja. Un 26,8% de los estudiantes de centros públicos pertenecen a familias desfavorecidas y solo uno de cada 10 pertenece al 20% de la población con mayores ingresos, según los indicadores del informe PISA. Por el contrario, en los colegios privados no llegan al 2% los alumnos de familias desfavorecidas; el 56% son hijos de familias con un nivel socioeconómico alto. En la concertada, solo el 11% de los alumnos pertenecen a los grupos más vulnerables.

¿Qué obtienen las familias pagando un colegio concertado o privado? Mejores notas y buenos contactos, un combo que permitirá mejorar las expectativas laborales de los hijos. Bajo el mantra de la cultura del esfuerzo y la meritocracia, el colegio privado reproduce un esquema empresarial en el que los niños no son alumnos sino clientes que deben obtener un producto útil y la mejor educación es la que solo unos pocos pueden pagar. La escuela pública, que es la principal garante del derecho universal a la educación y el motor que mueve el ascensor social y la igualdad de oportunidades, se ve sacudida por el prejuicio de los padres y por el desvío de fondos públicos a la privada. Con todos los recursos a su disposición, la enseñanza privada acaba siendo, o bien excelente y carísima, o bien un coladero en el que el dinero asegura el futuro de los vástagos perezosos o escasos de capacidades. O ambas cosas. Todo a favor de familias pudientes que en ningún momento ven amenazados sus privilegios pero a las que tampoco les falta la correspondiente subvención estatal.

Mientras la enseñanza pública primaria y secundaria ha ido perdiendo recursos y profesorado, la escuela privada florece, favorecida por todos, aunque para ello tenga que amañar el partido, como parece que sucede en los centros navarros dirigidos por el Opus Dei. Si ya hay una relación evidente entre variables de clase, como la renta de las familias o su nivel educativo, y el rendimiento de los niños, los centros privados ayudan a que ese rendimiento sea aún mayor, aunque sea a costa de inflar un poco las notas. Así, un niño que es un mal estudiante tendrá un futuro u otro dependiendo de dónde se forme: el 56% de alumnos hijos de profesionales de clase media-alta con notas malas alcanzan la educación postobligatoria. Solo el 20% de los hijos de trabajadores con mal rendimiento escolar lo consiguen. A todo esto se une el sistema actual de acceso a la universidad, que premia sobre todo la trayectoria del alumnado en el bachillerato. Así, las plazas de las universidades públicas más demandadas se ven copadas por los alumnos procedentes de la enseñanza privada y concertada, con notas mucho más altas que los alumnos que vienen de la pública, por brillantes que sean. Es una partida que se juega con cartas marcadas desde el origen, en la que los alumnos de las clases más desfavorecidas tienen muy pocas posibilidades de ganar.

No es, pues, la cultura del esfuerzo, es la desigualdad. La escuela privada rema a favor de la perpetuación de las clases sociales y obstaculiza el salto de las más bajas a las medias o altas. En España, además, juega un papel prominente la Iglesia, en cuyas manos está buena parte de la educación concertada. Pero la gran barrera para combatir la segregación escolar es la mentalidad de las propias familias de clase media, que aspiran a dar un futuro mejor a sus hijos y ven en la escuela concertada o privada el medio para conseguirlo.

Hay una solución obvia y es invertir en educación pública, gratuita y de calidad. Pero los gobiernos también deben asegurarse de que las escuelas privadas apliquen políticas de inclusión y equidad. Las dinámicas de la desigualdad solo se rompen con medidas como las implantadas en Bélgica, donde se imponen límites mínimos y máximos de alumnado vulnerable en cada centro. Dedicar las becas a quienes las necesitan y no a las clases altas, inspeccionar las notas de los colegios privados y concertados, reflexionar sobre el papel de la escuela concertada y de la Iglesia en la educación, diseñar un modelo de acceso a la universidad más igualitario y que no premie el estatus del alumno son otras opciones que deberían ponerse sobre la mesa.

La escuela pública, mixta, laica, igualitaria y de calidad es el pilar de una sociedad avanzada. A ella se deben destinar los recursos públicos y es la que debemos defender los ciudadanos de cualquier clase porque de ella depende el futuro.