Un día reivindican el franquismo como un tiempo de “progreso y reconciliación” y al siguiente increpan a una diputada de Podemos. Es lo último de la semana, pero ha habido, desde que llegaron a la arena política, infinidad de gestos y expresiones que asustan. Mucho. Lo suyo es el lenguaje soez, insultante, de macarra de discoteca, intimidatorio y siempre violento. Lo esparcen entre las paredes del hemiciclo y, luego, lo vomita su clac en las redes sociales.
Hablamos de Vox, claro. Ya saben, para el diputado ultra Manuel Mariscal: “Gracias a las redes sociales, muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la Guerra Civil no fue una etapa oscura como nos vende este Gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para la unidad nacional”. Nunca antes se había hecho en democracia, y en sede parlamentaria, una apología de la dictadura tan explícita. Nunca antes se había escuchado semejante dislate en favor del patio infecto en que se han convertido las redes. Y nunca antes tanta expresión gruesa y tanto desprecio habían llegado en este país a colapsar la verdad y la convivencia democrática. Está pasando. Y están, como bien avisa, Gabriel Rufián, “envalentonados como nunca”.
“Si no ponemos pie en pared, nos van a comer”, alertó este jueves el portavoz de ERC a la presidenta de la Cámara, Francina Armengol, para llamar la atención después de que otro ultra, Pedro Fernández Hernández, hubiera gritado “tómate la pastilla” a la parlamentaria de Podemos Martina Velarde cuando esta acababa su intervención en la tribuna para rechazar una propuesta de Vox en la que pedía derogar la Ley de Memoria Democrática.
Especial relevancia tuvo también el gesto de la portavoz del PP, María Jesús Moro, quien quiso, con la mano puesta en su corazón, expresar su sincero apoyo a Velarde: “Martina, todo mi apoyo y consideración para ti y para todas las mujeres porque no vamos a tolerarlo”. Palabras que fueron aplaudidas a ambos lados del hemiciclo, también por los diputados de Podemos y que también ponen de manifiesto que no toda la derecha está por la labor de arredrarse, ni de callar, ni de sucumbir a tanta indignidad.
Moro ha sido en todo este tiempo una digna excepción de la derecha del PP, que desde que llegó Vox se ha sumado a sus guerras culturales, ha copiado sus discursos, ha emulado sus formas y ha asumido algunas de sus políticas más reaccionarias. Sin la complicidad, el silencio y los acuerdos de gobierno que los de Feijóo han firmado con los ultraderechistas, hubiera sido imposible llegar hasta donde hemos llegado.
No estamos ante la lógica de una confrontación ideológica sino ante un reñidero en el que toda opinión diferente se combate con la permanente demonización y deslegitimación del adversario y un aumento de la violencia política y digital que cualquier día nos dará un disgusto del que todos nos lamentaremos. Pasará en el Parlamento o en la calle, pero el ambiente tóxico que desprende la conversación pública emite señales mucho más que preocupantes. Y, entonces, cuando ocurra, muchos, también los que han contribuido a ello, por acción u omisión, se preguntarán cómo y por qué fueron capaces de mirar hacia otro lado y de llegar a extremos tan abyectos como los que escuchamos a diario, y no sólo en boca de los líderes políticos. También en las radios, en las televisiones y en los medios digitales.
La derecha tradicional es cómplice, es responsable y llegará un día en el que Feijóo, por seguir los pasos que le marca el sector más ultra de su partido, no se reconozca en el espejo. O sí, porque quizá tengan razón los que sostienen que todo este lodazal de agresividad en el que chapotea junto a los de Abascal fue siempre su verdadera zona de confort. Alguien debería recordarle que el odio casi siempre es la antesala de la violencia y que esta ya asoma en algunas de sus múltiples versiones. La machista, desde luego, aunque la nieguen sus socios. La digital, contra la que deberían adoptarse con urgencia políticas públicas, por supuesto.
Y, sí, a este paso, si nadie dice ¡basta!, nos comerán.