La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha hablado. Según su docto parecer, la regulación de las viviendas de uso turístico en España solo afronta un peligro inminente: el regulador. Todo lo demás es el sueño más húmedo de Adam Smith. Airbnb y demás no solo han revivificado el centro de nuestras ciudades, además han aumentado la competencia, bajado los precios y elevado la calidad de los alojamientos. La CNMC no ha hallado “evidencia empírica” de que se hayan generado los supuestos efectos perversos denunciados por, evidentemente, los enemigos del mercado y del progreso. Ni han aumentado los precios, ni se ha expulsado a inquilinos regulares, ni se han masificado el ruido y la explotación de los centros de las ciudades. Exactamente los argumentos del lobby de Airbnb en Bruselas.
El resultado de tanta libertad está siendo un “empoderamiento” del consumidor que, ahora, por desgracia, ayuntamientos como Barcelona, Madrid, Bilbao o San Sebastián ponen en peligro con regulaciones y ordenanzas que “no superan el test de proporcionalidad y necesidad”, al ponerse a regular detalles sin importancia como establecer un límite a las licencias turísticas, o incluso exigirlas, ordenar por zonas las ciudades, limitar la estancia, exigir tamaños mínimos en pisos y habitaciones o limitar los precios.
Se trata de la misma CNMC que, ante la evidencia incontestable de que las eléctricas disparan la factura artificialmente durante los picos de demanda, en verano o en invierno, con viento o sin viento, con lluvia o sin lluvia, llegó a la descacharrante conclusión de que, efectivamente, se producían manipulaciones en los precios ajenas a la dinámica de los mercados y las leyes de la oferta y la demanda, pero no se podían atribuir a nadie; eran una sucesión de coincidencias. Exactamente el argumento y la coartada manejadas una y otra vez por las eléctricas.
Se trata de la misma CNMC que reconoce que, pese al aumento de operadores, los precios no dejan de subir en nuestro mercado de telecomunicaciones mientras se extiende un fenómeno único en Europa y contrario a los más elementales principios del libre mercado: el empaquetamiento de servicios. También se trata de la misma CNMC que, paradójicamente, acaba de aprobar la fusión de Servired, 4B y Euro 6000 en un único gigante de las tarjetas argumentando que, al contrario de lo que afirma en todos los casos anteriores, la reducción de operadores y la creación de un oligopolio español permitirá bajar las tarifas y dar un mejor servicio al cliente; exactamente el argumento de los bancos que impulsan la fusión. España debe ser el único país de mundo donde puede producirse a la vez que más operadores signifique precios más caros –telefonía- y un oligopolio signifique precios más baratos –tarjetas bancarias-, y siempre con el aplauso entusiasta del órgano que se creó y cobra para impedir precisamente la alteración de precios y la creación de nuevos oligopolios.
“No tiene sentido una competencia alta y una regulación alta en los mercados: si la regulación es excesiva estorba el crecimiento y, por tanto, el bienestar que viene detrás” declaraba hace poco Marín Quemada, presidente de la CNMC (“La Economía ante el Blockchain”, Jornadas UIMP-Apie, junio 2018). Las palabras del regulador que no cree en la regulación ayudan a entender mejor que las contradicciones de la CNMC no son tales. Al contrario, demuestran una estimulante coherencia: en todas sus decisiones siempre concede la razón a las empresas y sus lobbies. Sus resoluciones recogen fielmente los argumentarios de las Airbnb, las telefónicas, las eléctricas o los bancos que nos secuestran a diario en unos mercados donde solo somos rehenes condenados a pagar para volver a pagar al día siguiente. Lo que es bueno para la empresa es bueno para la competencia, y todo lo demás sobra. A la CNMC solo le falta dar ese paso final que acreditaría su excepcional coherencia: disolverse por inútil y para no estorbar.