No es sólo en España, sino en una parte importante de Europa y de EE UU, pero mucho menos de Asia o de África: la insistencia en nuestro hedonismo - según la RAE “actitud vital basada en la búsqueda de placer”- nos está dificultando seriamente la lucha eficaz contra la pandemia, obligando a tomar medidas extremas ante lo que son faltas de sentido de civismo, de responsabilidad y de solidaridad ante el sufrimiento causado y por causar. No es el único factor, quizás incluso no sea el principal. Pero es determinante. Pues está obligando a cerrar terrazas, bares, restaurantes y a prohibir o limitar las reuniones sociales. Hay demasiadas ganas de ellas, o al menos de escape, y una excesiva falta de autorregulación ciudadana, por lo que se requieren medidas más imperiosas. ¿Realmente somos una sociedad así? No lo fuimos durante el estricto confinamiento inicial de primavera.
Al principio algunos decían que era una guerra, cuando no lo es. Un problema de nuestras sociedades occidentales es que quedan muy pocos de sus componentes que hayan vivido una contienda bélica. No saben lo que es, podríamos decir que afortunadamente. Nuestros padres y abuelos vivieron dos guerras mundiales, sumamente crueles ambas, y en España la Guerra Civil. Saben o sabían el nivel de destrucción y sufrimiento implicados. Aquí, los que tenemos cierta edad hemos vivido una dictadura. Y muchos, desde la llegada de la democracia, tres o cuatro crisis económicas, y por lo tanto sociales. Los jóvenes que entraban en el mercado de trabajo en 2008-2014, sufrieron una. Y ahora, con unos pocos años más, junto a los que intenta empezar, tienen que vivir otra que cercena sus perspectivas profesionales y las vitales. Una tragedia.
El capitalismo se ha legitimado porque ha generado progreso con crecimiento económico (con desigualdad creciente en los últimos lustros) y, como en Roma, ocio. El sociólogo Daniel Bell ya advirtió hace años que “el hedonismo, la idea del placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo”, frente al sentido del deber y de la responsabilidad. Parece como si el hedonismo hubiera resurgido con fuerza tras aquel primer confinamiento, en parte como reacción a él. En España nos gusta vivir fuera, estar en la calle, y tenemos grandes grupos de amigos o de familia. Pero ocurre lo mismo entre los británicos con su apego al pub, o entre los franceses. Las prohibiciones, entre ellas el toque de queda nocturno, justamente contra ese hedonismo, están proliferando en gran parte de Europa. Una gran diferencia con muchos países asiáticos no es solo la cultura confuciana y una mayor disciplina ciudadana, sino el hecho de que ellos llegaron a esta pandemia con lecciones aprendidas -y nuevas tecnologías de control a mano- ante otras anteriores en los últimos años. Para nosotros, los occidentales, es nuestra primera pandemia vivida. Hay mucho que aprender de los asiáticos. No se trata de China, sino de democracias como Taiwán, Corea del Sur o Japón.
Salimos del confinamiento de primavera empobrecidos, pero muchos se sintieron enriquecidos como personas. Ahora la economía no progresa, va a ir a peor, antes de recuperarse en parte gracias a Europa, y hay un empobrecimiento moral. También la vida se ha vuelto más vacía, entre otras cosas porque lo on line -¡aunque menos mal que existe!- no puede plenamente sustituir lo presencial en las relaciones humanas. Y de ahí las ganas de reunirnos con amigos o en familia.
No hay grandes referentes políticos ante esta crisis. Ni hay siquiera entre nosotros intelectuales o morales (y los hubo en los 90). A Merkel y a Macron se los cita siempre, pero les falta auctoritas. Todo esto entra dentro de una crisis de confianza generalizada. Nueva Zelanda, con Jacinda Ardern, es una gran excepción. En un principio, los gobiernos occidentales (y algún asiático como el de China) trataron de restar importancia al tema de la pandemia, para luego reaccionar con pánico y volver después a quitarle importancia, y lanzar el mensaje de la recuperación en V. La gestión de la comunicación ha sido una calamidad en Occidente.
En parte, lo que estamos viviendo es un fallo de Estado, que no es lo mismo que un Estado fallido, que no es el caso. Siguiendo a Daron Acemoglu y James A. Robinson, en su último libro (Narrow Corridor. States, Societies and the Fate of Liberty. El pasillo estrecho. Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad) nos falta Estado y nos falta sociedad organizada, sociedad civil. Las dos cosas van de la mano. Las instituciones cuentan. La fortaleza de la sociedad civil y el sentido de ciudadanía también. Y están fallando ambas.
El hedonismo no es nuevo. El afán hedonista es una manera de superar la tristeza y el enfado que está generando la situación. Tristeza por no ver, llenos de impaciencia, el final del túnel y sospechar que nos espera la oscuridad de una profunda crisis económica y social. Enfado, y sentido de impotencia, por presenciar las peleas políticas (aunque hay algún signo esperanzador) cuando todos deberían, deberíamos, estar remando en la misma dirección.
Cuando yo era adolescente mi padre se irritaba ante un cierto hedonismo propio de la edad. “La vida no consiste en divertirse”, decía, “sino en resolver problemas”.