No es la primera vez que suena en el Congreso de los Diputados la palabra coño, definida por la RAE, al igual que cojones, como un término “malsonante” que se utiliza como interjección “para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado”. La senda la abrió el 23 de febrero de 1981 el golpista Tejero con su tabernario “¡Se sienten, coño!” y, con la democracia ya consolidada, libre de ruidos de sables, hemos llegado al “¿Qué coño tiene que pasar en España para que usted asuma alguna responsabilidad?”, que soltó Pablo Casado al presidente Sánchez el miércoles en la sesión de control al Gobierno.
Lo novedoso del coño del líder del PP es que no se trató de un exabrupto irreflexivo, fruto del calor del momento, sino de una figura retórica calculada, pronunciada con la evidente finalidad de conseguir un impacto mediático. No es lo mismo el espontáneo “¡Coño, ya!”, con que José Antonio Labordeta estalló en su día contra la derecha por burlarse de su condición de cantautor, o el irritado “¡Esperen que termine, coño!”, que el ex presidente del Congreso Jesús Posada espetó a la bancada socialista por interrumpir a un orador, que el coño de libreto diseñado por los estrategas del PP para lucimiento de su jefe.
Casado precedió su frase con un “como dice usted”, mirando al presidente. Se refería a unas declaraciones que Sánchez, siendo jefe de la oposición, había pronunciado seis años antes ante varios periodistas durante una visita a Zaragoza a raíz del desbordamiento del río Ebro: “¿Qué coño tiene que pasar en este país para que [el presidente] Rajoy pise el barro y venga a Aragón?”. Es decir: Casado justificaba su coño en el Congreso de los Diputados en que Sánchez había utilizado tiempo atrás otro coño contra el entonces presidente del Gobierno. Se trataba, pues, de una especie de venganza amasada a fuego lento y servida en el plato frío de una sesión parlamentaria. Un implacable coño por coño, diente por diente, que no habría imaginado ni el propio Hammurabi al redactar su código legal. Tras su intervención, el líder del PP apartó con contundencia el micrófono y tomó asiento, mientras la bancada de su partido lo ovacionaba en pie. No me consta que la Mesa del Congreso haya llamado la atención a Casado, por lo que cabría preguntarse si, después de su intervención, ya hay barra libre para los coños y cojones en la Cámara. A mí no es que me perturben los términos catalogados por la RAE como malsonantes. Depende de quién y cómo los utilice, en ocasiones pueden incluso tener un alto poder reivindicativo, como aquel provocador “en mi coño y en mi moño mando yo” que soltó en 2014 la diputada Onintza Embeita durante un encendido debate sobre el aborto.
Más allá de las consecuencias que el episodio del miércoles pueda tener para la calidad del debate parlamentario, sería interesante saber qué llevó a Casado a recurrir a la polémica interjección en el hemiciclo. Cuál es el “estado de ánimo” que, según la RAE, se esconde tras su actuación. Para nadie es un secreto que el líder del PP se encuentra en una situación bastante complicada. No solo por los pulsos internos que lo acosan desde la Comunidad de Madrid, sino, sobre todo, por la irritante constatación de que el Gobierno de coalición no da señales de desmoronamiento. Y eso significa, entre muchas otras cosas, que los odiados socialcomunistas gestionarán los multimillonarios fondos europeos para la recuperación económica, con todas las consecuencias políticas que implica tener tan jugosa sartén presupuestal por el mango. Esto, sumado al dato del último CIS de que el 61% de los españoles siente que su situación económica personal es buena o muy buena, frente al 24,4% que la considera mala o muy mala, debe de tener bastante inquieto a Casado.
Cuando uno está tranquilo y seguro de sí mismo, no increpa a nadie con un agresivo qué coño, mucho menos en sede parlamentaria. Ese tipo de expresiones son más propias de alguien que intenta encubrir su debilidad mediante un floreo desafiante, como quizá era el caso de Sánchez cuando hace seis años pronunció su coño y como parece ser el caso actual de Casado. O de alguien que, por cualquier razón, se ha salido momentáneamente de sus casillas, como sucedió con el inolvidable Labordeta. O de quien se encuentra presa de la desesperación al ver que su proyecto corre el riesgo de diluirse. Hipótesis en la que, pese a lo que arrojan algunas encuestas amigas, también encaja Casado.