Ya estamos otra vez, Mariano. Como no te han conseguido matar políticamente tras una docena larga de intentos, ahora te quieren jubilar. Como siempre, no lo dicen porque tengan algo contra ti o porque no te perdonen que no les hagas ni puto caso, sino porque es, sin duda, lo mejor para ti.
Los mismos estrategas que hace apenas unas semanas no te pudieron forzar a hacer la crisis de gobierno que ellos, en su inmensa sabiduría, consideraban lo mejor para ti y para el Partido Popular, ahora invocan a sus gargantas profundas para contarnos que, entre los tuyos, cala la idea de que debes retirarte y no volver a presentarte por tu bien, por el del PP y por España; por ese orden.
A los ya clásicos argumentos sobre la parálisis política general, el lio catalán o la asfixia de la corrupción se suma ahora el desgaste demoscópico y el imparable ascenso en las encuestas de Ciudadanos. Dicen los augures que, si no consigues sacar adelante los presupuestos y los resultados en las autonómicas y municipales del año que viene no son propicios, no te va a quedar otra que dar el relevo. Como saben que nada agrada más al César que el halago, te lo endulzan diciendo que te retirarías en tu mejor momento, como Jesulín, después de evitar el rescate y ganar dos elecciones contra viento y marea, poniendo a la nueva política en su sitio.
No nos engañemos, Mariano; algo de razón tienen. A pesar del cuidado que pusiste para evitarlo, eludiendo los excesos de protagonismo mediático y rodeándote de ministros dispuestos a recibir los disparos por ti, te afecta de lleno el “efecto Zapatero”: pase lo que pase y hagas lo que hagas, todo es culpa tuya.
Si hay presupuestos será gracias al liderazgo de Albert Rivera y si no los hay, será culpa tuya, por no haberte ganado la PNV mientras los de Ciudadanos le pasaban a diario la factura del cuponazo. Si los nacionalistas catalanes andan a bofetadas, también es culpa tuya, por cumplir con tu trabajo como Presidente del gobierno y líder de la derecha y no haber buscado esa solución política que prometen Rivera o Pedro Sánchez, pero que se pasan el día desmintiendo cada vez que intentan explicarnos en qué consiste. Si el Madrid de Esperanza Aguirre era un lodazal de corrupción, la culpa también te corresponde por no haberle parado los pies a la lideresa mientras todos le reían las gracias y la comparaban –perdónales, Señor- con Margaret Tatcher.
De cómo un líder que también suspende en las encuestas, Albert Rivera, es capaz de duplicar los votos de su formación en menos de seis meses mejor ni hablamos; no se puede competir en política contra alguien que obra semejantes milagros. Da igual que no haya alguien que pueda sumar una mayoría alternativa a la tuya, que Inés Arrimadas sea la ganadora de elecciones más inútil de la historia, que nadie tenga ni siquiera un proyecto de solución para Catalunya, o que cuando os ponéis a discutir de pensiones quede claro que el único que sabe de qué estáis hablando eres tú. Todo es culpa tuya.
Pero eso no es lo peor. Si miramos al banquillo lo del relevo aún lo pone todo más negro. Por riguroso orden alfabético tenemos a Cristina Cifuentes, la Ana Frank de los másteres universitarios; a nuestra María Dolores de Cospedal, la viuda de Cristo en todos los cuarteles de España; a Núñez Feijóo, el hombre que pensaba que el narcotráfico era una vanguardia artística y Marcial Dorado su gurú; y a Soraya Sáenz de Santamaría, la que iba a arreglar lo de Catalunya en un plisplás.
España necesita una derecha ordenada, responsable y con la que se pueda hablar sin tener que volver a explicarlo todo desde el principio. Vivimos momentos cruciales. No podemos perder tiempo en explicarle a Albert Rivera qué es el Estado y cómo funciona, o razonarle a Luis Garicano qué es una administración pública y cómo se gestiona. Por eso te lo digo como lo siento, Mariano; ningún líder como tú para el PP. Estoy contigo. Aguanta, hasta el final.